Por Santiago Jordi, presidente de la Unión Internacional de Énologos
Increíblemente es así. Sí, reconozco que puede parecer incongruente el titular que está usted leyendo. Seguro que le hará dudar, le sacará una sarcástica sonrisa o, como poco, le sorprenderá. Y es que no solo hemos sufrido catástrofes globales como la Covid-19 o la inenarrable guerra que estamos viviendo entre Rusia y Ucrania.
Si miramos atrás, en los últimos 15 años, a estas catástrofes se suman otras como la crisis financiera sufrida en 2010 en nuestro país que, vinculada al ladrillo, salpicaba directa e indirectamente a otros sectores, incidiendo de lleno en el consumo del vino.
Con todas estas desgracias, de enorme magnitud, y con el río revuelto, nuestro perro flaco se llena de pulgas, en forma de desabastecimiento generalizado de materias primas e insumos, inflación de precios, crisis energética, huelga de transportes… Un cúmulo de despropósitos que nos induciría a pensar que nuevamente se va a producir una disminución acelerada o, incluso, un retroceso de la escala numérica de nuestros índices sectoriales.
Y, sin embargo, nuestros índices señalan cifras positivas, rompiendo records de exportación y situando el consumo en niveles prepandémicos. Prueba de ello es que, en enero de 2022, se ha incrementado el consumo de vino en diez millones y medio de hectólitros respecto al mes de enero del año pasado, suponiendo por tanto un importantísimo crecimiento de casi el 17%, que eleva el consumo de vino a 22 litros por persona y año.
Todo esto se refrenda con otros índices de capital importancia, tales como la exportación. Hay que recordar la relevancia que tiene el comercio exterior para nuestras bodegas, ya que sus ventas triplican casi el consumo en el mercado doméstico, lo que supone un volumen de 31 millones de hectólitros; esto es, un crecimiento en volumen del 13,7% frente a los datos del año anterior que alcanza un valor de 3,3 mil millones de euros. Por tanto, todo este aumento del consumo y de las ventas se extrapola proporcionalmente a un descenso del 9% en las existencias globales del vino.
Por desgracia, en lo que seguimos igual que siempre, es en el valor al que vendemos nuestros vinos. Y es que el porcentaje en valor absoluto de los precios de los mismos frente al año anterior pone en evidencia el gran trabajo que aún nos queda por hacer en esta guerra para poner en valor nuestros graneles y embotellados.
A todos estos datos, si cabe, habría que darles mayor relevancia, teniendo en cuenta el transfondo administrativo y político que nos llega desde las altas esferas europeas. Y es que, sin ir más lejos, hace muy poco estuvimos en tela de juicio con el plan de lucha contra el cáncer del Parlamento Europeo, en el que querían informar en el etiquetado de nuestras botellas de los riesgos del alcohol, comparando un producto de la nobleza y transparencia del vino con otros procedentes de bebidas destiladas de alta graduación y poniendo, por tanto, en el disparadero todo lo que representa el vino como cultura para muchos países y pueblos.
Estos son los bueyes con los que aramos. Así que solo nos queda brindar entre nosotros, los que degustamos y disfrutamos de nuestra cultura líquida, por la aparente recuperación del sector. Dios guarde al vino y a su gente de bien.