Por Alberto Matos, director editorial de Vivir el Vino
“El alcohol es perjudicial para la salud y es perjudicial para el neurodesarrollo de nuestros chavales. Y lo que es evidencia científica, desde el Ministerio de Sanidad, lo hacemos ley”. Con estas declaraciones, la ministra de Sanidad, Mónica García, daba comienzo en la mañana del 30 de julio a una rueda de prensa con motivo de la presentación del anteproyecto de la ley de Alcohol y Menores.
Según un estudio realizado por dicho Ministerio, el porcentaje de menores que han ingerido alcohol en el último año -un tercio de ellos de manera intensiva- se eleva al 76%, por lo que se considera necesario establecer medidas encaminadas a evitar tanto el consumo como los daños físicos, psíquicos y sociales que esta sustancia puede provocar en este segmento de la población. Para ello, el texto -de momento provisional y abierto a modificaciones durante un periodo abierto para las alegaciones de la ciudadanía- prevé no solo reducir el acceso al alcohol, sino también contribuir a redefinir su percepción cultural y a dejar de banalizar su consumo entre los menores.
De este modo, salvo cambios, una vez en vigor estaría encaminado a prohibir el consumo en centros educativos durante la celebración de espectáculos para menores, así como a tratar de concienciar sobre los riesgos en el ámbito familiar y educativo, promover protocolos para la detección del consumo e impedir la presencia de alcohol en aquellas ubicaciones cercanas a lugares frecuentados por menores.
Llegados a este punto, nadie en su sano juicio puede estar en contra de proteger a los más jóvenes frente a los peligros del alcohol. Ahora bien, el anteproyecto de ley también contempla otros puntos que han levantado más de una ampolla. Sin ir más lejos, la publicidad no podría estar emplazada en la vía pública ni en lugares visibles desde la misma. Con limitaciones, se permitiría exponer en un perímetro superior a 200 metros lineales en aquellas zonas frecuentadas por menores. Esto, en la práctica, impediría a las empresas, por ejemplo, el patrocinio de las típicas mesas y sillas de bares y restaurantes, ubicadas con frecuencia en plena calle. Tampoco estarían autorizadas las barricas que muchas bodegas donan como elementos decorativos en zonas muy concurridas, incluso por menores.
Ciudades como Haro, Jerez de la Frontera o Toro, donde estos barriles adornan muchos de sus rincones recordando a los visitantes su tradición vitivinícola podrían verse también en peligro. ¡Hasta el mítico anuncio de Tío Pepe en la madrileña Puerta del Sol podría correr peligro!
Con estos y otros escollos aún por resolver, sorprende que la protección de la salud física, mental y emocional de los menores se limite exclusivamente al alcohol y no aborde, por ejemplo, el creciente problema de obesidad infantil que provoca el exceso de azúcares y alimentos procesados, cuya promoción es omnipresente tanto en los medios de comunicación como en las calles.
Y aún llama más la atención que no se apliquen las leyes ya existentes contra la venta impune de alcohol a menores en determinados establecimientos de barrio que todos conocemos…