Por Alberto Matos
Con una tradición vitivinícola de poco más de dos siglos, los vinos producidos en Australia se han posicionado entre los más aclamados del mundo, especialmente sus monovarietales de Shiraz/Syrah. La versión australiana de esta variedad, protagonista del 24% de su viñedo, es a día de hoy la más antigua del mundo. A diferencia de su hermana europea, asolada casi por completo por la filoxera, en las antípodas se ha cultivado de manera ininterrumpida desde su introducción.
Al contrario de lo que sucede en Europa e, incluso, en el continente americano, Australia no cuenta con ninguna variedad de uva autóctona, de modo que todas las que actualmente se cultivan en aquellas tierras fueron traídas en algún momento desde otras partes del mundo.
Las primeras vides desembarcaron en Sídney en 1788, procedentes del Cabo de Buena Esperanza. Muy cerca de allí, en un lugar llamado Farm Cove, aquellos esquejes fracasaron en su intento de enraizar y acabaron pudriéndose debido al calor intenso y a la humedad imperantes en la zona.
No sería hasta principios del siglo XIX cuando el británico John Macarthur consiguiera cultivar con éxito las viñas de Pinot Gris, Frontignanc, Gouais, Verdelho y Cabernet que había traído del Viejo Mundo. Y lo hacía en su propiedad de Camdem Park, a unos 50 km al suroeste de la famosísima ópera, convirtiéndose así en el primer productor que también comercializó vino australiano. En 1820, el comercio del vino era ya era una industria floreciente.
Una historia curiosa
Los viticultores australianos presumen de cultivar sus vides sobre una de las geologías más antiguas y complejas del mundo. En realidad, fueron los antiguos colonizadores quienes supieron identificar las mejores zonas, hoy divididas en hasta 65 regiones claramente diferenciadas, ubicándose las más relevantes al sur, donde el clima es más fresco.
Uno de esos primeros colonizadores fue James Busby, un británico que en 1833 introdujo nuevos varietales autóctonos de Francia y España, entre los que se encontraban ejemplares de Shiraz (o Syrah, según quien se refiera a ella), hoy alabada unánimemente por todo el mundo, así como otras como la Chardonnay, la Merlot y la Garnacha. Aunque desconocedores de las técnicas de cultivo y vinificación, fueron los inmigrantes ingleses quienes definieron el perfil de los actuales vinos australianos, basándose para ello en su experiencia como catadores aficionados.
Con una superficie ligeramente inferior a la de Estados Unidos, es en la actualidad el séptimo país productor del mundo –superado recientemente por China- y se sitúa detrás de España, Francia, Italia, Estados Unidos y Argentina.
Vinos de fama mundial
Tan solo fue necesario que transcurriera un siglo desde las primeras plantaciones para que los vinos australianos recibieran reconocimiento internacional. Y no es que fuera una tarea fácil precisamente, pues los jurados de los diferentes concursos a los que se presentaban no siempre estaban dispuestos a admitir su calidad. Eso es precisamente lo que sucedió durante una cata a ciegas celebrada en una feria de Viena en 1873. En aquel encuentro, catadores franceses no dudaron en elogiar algunos de los vinos producidos en el estado australiano de Victoria, pero pronto se arrepintieron y retiraron sus alabanzas al descubrir su origen. Pese a este desplante, en una feria parisina celebrada tan solo cinco años después, la Shiraz victoriana conseguía ubicarse en lo más alto del pódium. Eso sí, presentándose de la mano de la bodega francesa Château Margaux.
Australia y la filoxera
Justo en esos años en los que los vinos australianos comenzaban a abrirse camino en el panorama vitivinícola internacional, la filoxera comenzaba a hacer estragos en los viñedos europeos y americanos, volviendo amarillas las viñas, hasta que morían sin remedio. Aquellas que sobrevivieron arrojaban producciones de uvas débiles y acuosas, del todo inútiles para la producción del vino.
El temido insecto desembarcaría en Australia en 1875, llegado directamente como polizón en algún navío desde Europa, y pronto arrasaría también los viñedos del país. Este contratiempo supuso un duro revés para la industria local.
Con la mayor parte del viñedo asolado, finalmente una “cura” fue descubierta después de que los viticultores se dieran cuenta de que las vides americanas eran resistentes a la plaga. La solución pasaba por injertar esquejes de vides europeas en raíces o pies americanos.
Renacimiento de la viticultura australiana
Hubo de pasar casi otro siglo más para que la industria vitivinícola australiana comenzara a recuperarse y a recibir, de nuevo, el ansiado reconocimiento internacional. Tras la filoxera, la mayor parte de la producción nacional se focalizaba en vinos dulces y fortificados, que en realidad pasaban desapercibidos.
El empuje de la economía, el creciente interés del consumidor local por otro tipo de vinos y la aplicación de las nuevas tecnologías propició, en la década de 1960, un cambio en la manera de elaborar y las nuevas tendencias desembocaron en los vinos de mesa que hoy asociamos con el país.
Los vinos australianos hoy
La filoxera no ha sido, ni mucho menos, la única batalla que el vino australiano se ha visto obligado a librar. La sobreproducción de vino, aún constatable en los mercados, obligó al Gobierno a subvencionar el arranque de viñedos para tratar de contener la caída de los precios y, curiosamente, también de las ventas. Esto ocurría a finales de la década de 1980 y se volvería a repetir en 2005, 2006, 2010 y 2011.
Una debacle que el afamado crítico estadounidense Robert Parker contrarrestaba de alguna manera con sus excelentes comentarios hacia los vinos producidos en Australia.