Por Alberto Matos, director editorial de Vivir el Vino
Este y otros mensajes de índole similar aparecerán impresos sobre las etiquetas de las cervezas, los destilados y los vinos que se comercialicen en Irlanda a partir del 22 de mayo de 2026. Y lo harán respaldados por una nueva ley, pionera en el mundo, que su primer ministro, Stephen Donnelly, firmaba hace apenas unas semanas con la pretensión de que su ejemplo cunda entre el resto de países.
Como era de suponer, las voces a favor no se han hecho esperar. Tampoco las voces en contra, en España abanderadas por el Comité Europeo de Empresas del Vino (CEEV), que ya ha presentado una denuncia formal contra esta medida alegando que, bajo la legislación comunitaria, “las disposiciones incluidas en las normas de etiquetado irlandesas son incompatibles con el Derecho de la Unión Europea y constituyen una barrera injustificada y desproporcionada para el comercio”.
Una protesta a la que no solo se han unido Italia y Francia, principales países productores del mundo junto al nuestro, sino también otros como Dinamarca, Portugal, Chequia, Eslovaquia y Hungría.
Mientras tanto, la Comisión Europea guarda un silencio que el Gobierno irlandés interpreta como una aprobación implícita que puede sentar un peligroso precedente para la nueva regulación de etiquetados que esta entidad propondrá previsiblemente a finales de este año.
Desde otras instituciones, como la Conferencia Española de Consejos Reguladores Vitivinícolas (CECRV), recuerdan que el vino es el motor económico de muchas regiones y que contribuye a fijar la población en el medio rural.
Pese a todo, si nada lo impide, el nuevo texto equiparará el vino con el tabaco, sin tener en cuenta que la clave en este caso está en la moderación. Todos sabemos que el abuso, no solo del vino, sino de cualquier otro alimento no beneficia a nadie. Sí, porque no debemos olvidar que el vino está reconocido oficialmente como un alimento y como un componente esencial de la Dieta Mediterránea por la Ley del Vino de 2003.
Quien haya visitado Irlanda y, más concretamente, sus afamados pubs, habrá podido comprobar con sus propios ojos que la relación de aquellas gentes con el alcohol es muy diferente a la que, por ejemplo, mantenemos en países mediterráneos como España. Allí el consumo, no de vino precisamente, suele ser compulsivo y concentrado, mientras que aquí, en un contexto en el que el consumo no deja de descender, es generalmente relajado y está marcado por un alto componente social y cultural. Por eso no se entiende que a todas las bebidas con contenido alcohólico se las trate por igual, sin tener en cuenta su graduación ni el modo en el que se ingieren.
En un mundo hiperregulado como en el que vivimos, no sorprendería que esta norma, de momento local si finalmente sigue adelante, se extienda a otros lugares. En cualquier caso, el vino sobrevivirá entre todos los que sabemos apreciarlo y disfrutarlo.