Tendencia imparable
El del vino es, por su naturaleza, uno de los sectores más sostenibles de cuantos conforman nuestra economía. Sin llegar a serlo al 100%, resulta a cambio uno de los más vulnerables frente a problemas acuciantes como el cambio climático, cuyos efectos ya son palpables en el viñedo español. Concienciadas sobre la necesidad de seguir creciendo de la mano del entorno, cada vez más bodegas apuestan por elaborar y producir sus vinos de manera sostenible. Hablamos de esta imparable tendencia con José Luis Benítez, director general de la Federación Española del Vino (FEV).
Salvo excepciones y en comparación con otras, las actividades relacionadas con la industria del vino no han supuesto tradicionalmente una grave amenaza para la sostenibilidad del entorno. Por el contrario, debido a su particular idiosincrasia, siempre se han desarrollado de forma más o menos respetuosa con el medio ambiente. Una posición ventajosa que, en los últimos tiempos, se ha visto potenciada por un número creciente de bodegas, antiguas y recientes, que apuestan por dar un paso más e implementar procesos sostenibles en todas o algunas de las fases de producción y elaboración de sus vinos.
Y es que, la sostenibilidad es un vocablo cada vez más recurrente. También en el sector vitivinícola, especialmente vulnerable frente al cambio climático. Pero, ¿qué entendemos exactamente por sostenibilidad? A grandes rasgos, el consenso actual define este término como la capacidad de asegurar las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de futuras generaciones. Se trata de un concepto que “ha evolucionado mucho en los últimos años y que va más allá del cambio climático, que está vinculado fundamentalmente a lo que serían las emisiones de gases de efecto invernadero”, matiza José Luis Benítez, director general de la FEV.
“Desde el punto de vista medioambiental, hay más factores a tener en cuenta, como son la emisión de residuos, la conservación de la biodiversidad y de los recursos hídricos, etc.”. La sostenibilidad también fundamenta sus cimientos sobre otros pilares “igual de importantes, como el económico o el social. Todos ellos quedan bien acotados en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible que Naciones Unidas aprobó en 2015, y que suponen una guía de acción con objetivos marcados a 2030 para todas aquellas organizaciones implicadas en fomentar verdaderamente un desarrollo sostenible”, aclara.
Cambio climático y sostenibilidad
Con la importancia que merece cada uno de los pilares de la sostenibilidad, no deja de ser cierto que el cambio climático es “uno de los fenómenos más negativos que sufre nuestro planeta, ya que afecta a la salud pública, la seguridad alimentaria e hídrica, la migración, la paz o la seguridad”, continúa Benítez. “Y su impacto es consecuencia, precisamente, de la no aplicación de prácticas sostenibles por parte de los Gobiernos, las empresas y los ciudadanos”.
En resumidas cuentas, para el director de la FEV no es posible “concebir un producto sostenible que no esté comprometido con la reducción del impacto del cambio climático, especialmente visto desde la perspectiva del sector vitivinícola, que es particularmente vulnerable y sensible a sus efectos”.
Unos efectos que ya son palpables y que van “desde un adelanto progresivo y generalizado de la vendimia en la mayoría de regiones, hasta desequilibrios en el proceso de maduración de la uva, un aumento del grado alcohólico, mayor frecuencia e intensidad de algunos fenómenos climatológicos extremos, un incremento de la vulnerabilidad a determinadas enfermedades, etc”.
Con unas previsiones que elevan la temperatura media del planeta 4,5 ºC para el año 2100, “muchas zonas vitivinícolas de este país están en grave peligro de poder continuar produciendo”, y eso “nos hace pensar en plantaciones en zonas más templadas donde actualmente no hay viñedo, también a mayor altura.
La amenaza del cambio climático pone en riesgo la existencia de una materia prima de calidad que responda a las exigencias del consumidor. Y sin eso, no hay nada”, sentencia Benítez.
En el momento actual, dominado por la incertidumbre generada por el coronavirus, “tanto las organizaciones como las empresas debemos ser capaces de trabajar para poner soluciones a esta crisis sin perder el foco en el largo plazo y en los problemas estructurales que tenemos como sector”, advierte. “Y, sin duda, el cambio climático y sus efectos constituye a día de hoy una de las mayores amenazas para la supervivencia futura del sector de la vitivinicultura en gran parte de Europa y, particularmente, en España”.
La sostenibilidad en el marco legal
“La realidad va por delante y el derecho va siempre detrás, lo sabemos todos los juristas”. Así se expresaba José Manuel Otero, catedrático de Derecho Mercantil y abogado coruñés, nada más ser elegido académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España, hace poco más de un año.
En el caso del vino, esta máxima encuentra su demostración en el hecho de que la sostenibilidad cada vez gana más peso en las estrategias comerciales de las bodegas y, sin embargo, aún no disponemos de una regulación nacional o europea que establezca los requisitos que debe cumplir una bodega sostenible.
No obstante, “sí contamos con marcos regulatorios específicos para determinados conceptos, como la producción ecológica o la producción integrada, así como con normativa medioambiental de obligatorio cumplimiento en materia de residuos, vertidos, agua, etc.”, subraya el director general de la FEV.
En este sentido, en el seno de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) se trabaja actualmente “en unas guías que recogerán los principios y prácticas que debería cumplir una bodega sostenible”, aunque “serán, en todo caso, recomendaciones”, reconoce. Además, “en el futuro, el Pacto Verde y la estrategia ‘From Farm to Fork’, de la Comisión Europea” continuarán avanzando “en la línea de la sostenibilidad” y profundizarán “en el potencial de los productos sostenibles y saludables, y en la definición de estos conceptos”.
Los costes de la sostenibilidad
Las bodegas españolas demuestran estar cada vez más comprometidas con el desarrollo sostenible. “La tendencia es clara y en positivo”, se congratula Benítez. “Nuestro sector es consciente de que la sostenibilidad ya no es más una opción sino una obligación y son mayoría las bodegas que están implementando medidas en el ámbito de la sostenibilidad”.
La propia FEV identifica este camino sin retorno en su Plan Estratégico como uno de sus “ejes prioritarios de actuación para los próximos años”. Puntualiza, no obstante, que “a pesar de que la tendencia es buena y se van tomando acciones, todavía queda mucho recorrido y hay que seguir impulsando para que esa concienciación llegue a todas y cada una de las empresas del sector”.
En el desempeño de esta tarea, “tenemos empresas líderes que van mostrando el camino y tenemos herramientas. Ahora es necesario que la sostenibilidad se integre en la estrategia empresarial del conjunto del sector”. Y como cabría esperar, todos estos cambios y adaptaciones tienen un coste para quienes lo implementan, aunque quizás no tanto como en un principio podría parecer. “Muchas veces se trata de cambiar ciertos protocolos en el proceso productivo, desde el viñedo hasta la elaboración”, revela Benítez.
“Pequeños cambios pueden tener un gran resultado, sobre todo en el caso de empresas de menor tamaño”. En otras ocasiones, cuando lo que se pretende es “dar un salto cualitativo en materia de sostenibilidad, sí es necesario cierto nivel de inversión, que dependerá de muchos factores, entre ellos, el tamaño de la bodega y su situación de partida”, explica. “Estamos hablando, por ejemplo, de la implantación de energías renovables y el uso de fotovoltaica que, con el nuevo marco regulatorio ,es más asequible y accesible para las bodegas. Pero en la mayoría de los casos se trata de inversiones que se pueden amortizar relativamente rápido y suponen un ahorro importante en el medio y largo plazo”.
Las bodegas no están solas
Afortunadamente, las bodegas no se encuentran solas en este camino hacia la sostenibilidad plena. Para ello, cuentan con herramientas como “los programas nacionales de apoyo al sector del vino (PASVE), en los que se incluyen medidas para fomentar inversiones que pueden utilizarse en cuestiones de sostenibilidad”, comenta Benítez quien, afirma además que “para nosotros es fundamental, y así lo estamos defendiendo. Pedimos que, en general, estas medidas de apoyo vayan ligadas a criterios medioambientales, también en el caso de la reestructuración de viñedo”.
Otra herramienta a disposición de las bodegas son las ayudas a la I+D+i, tanto nacionales como internacionales. Tal es el caso del nuevo programa marco europeo de I+D+i ‘Horizonte Europa’, que “destinará 10 billones de euros entre 2021 y 2027 a proyectos o líneas de investigación bajo el epígrafe ‘Food and natural resources’, orientado a la sostenibilidad”.
Algunas de estas herramientas públicas aparecían ya recogidas en el ‘Plan de actuación para la lucha contra el cambio climático en el viñedo’ que, elaborado hace un par de años por la FEV, realiza una “estimación de las inversiones necesarias como sector a nivel nacional para garantizar una correcta adaptación del viñedo al cambio climático”.
A día de hoy, desconocemos cuántas de las bodegas de nueva construcción son ya plenamente sostenibles, aunque “es evidente” que “incluyen ya los conceptos de sostenibilidad desde su propio diseño, en cuestiones como el uso de la luz natural, la eficiencia de los procesos, implantación de sistemas de geotermia, cubiertas vegetales, integración paisajística, etc.”.
Wineries for Climate Protection (WfCP)
Wineries for Climate Protection es la primera certificación creada específicamente para bodegas en materia de sostenibilidad. Vinculada a la FEV, se define como “una iniciativa pionera, que nace de un movimiento y de una preocupación del sector que se pone de manifiesto durante una jornada en Barcelona en 2011 y que, tras años de trabajo, se materializa en forma de sello de certificación en 2015”, recuerda Benítez. “A día de hoy, es una herramienta sectorial consolidada para que las empresas puedan demostrar su compromiso con la sostenibilidad medioambiental, que cuenta con el aval del Ministerio de Agricultura y está reconocido en los programas nacionales de apoyo al sector”.
El director de la FEV explica que WfCP ha “alcanzado acuerdos y sinergias con la Oficina Española de Cambio Climático y su Registro de Huella de Carbono y estamos trabajando con la distribución nacional e internacional para el reconocimiento del sello en sus programas de compras sostenibles, con algunos resultados positivos ya encima de la mesa en el caso de los monopolios nórdicos”.
En Europa operan también otros certificados similares, “aunque podemos decir que WfCP es uno de los más exigentes en cuanto a compromisos medioambientales y de lucha contra el cambio climático de cuantos hay en marcha en estos momentos”, afirma. “Precisamente, uno de los puntos clave del certificado es la mejora continua que obliga a su renovación cada dos años, para lo cual es necesario que las bodegas demuestren mejoras en el desempeño de cada uno de los cuatro indicadores evaluados”. Esos indicadores estarían representados por medidas como “reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, eficiencia energética y uso de energías renovables, reducción de residuos y gestión del agua”.
En este sentido, se exige a la bodega que, para cada una de estas medidas, “elabore un plan de mejora, identificando los recursos destinados a obtener mejores resultados y avanzar en los objetivos de reducción. En concreto, en lo que se refiere a emisiones de CO2, el objetivo a largo plazo es reducir el 30% de las emisiones de aquí a 2030”, suscribe.
Al sello de WfCP se le sumaba el año pasado una categoría adicional: Spanish Wineries for Emissions Reduction, “que es más exigente en la reducción de emisiones, marcando un objetivo más ambicioso del 35% en 2030 e incluyendo, además, en el cálculo las emisiones de alcance 3 de forma obligatoria (emisiones indirectas pero que forman parte de la actividad y la cadena de valor de la organización), entre otros aspectos”.
En la actualidad, “bajo el sello de WfCP, hay ya 27 bodegas certificadas en nuestro país y algunas más están en proceso de certificación en estos momentos. Quizás lo más importante es que algunas de las primeras bodegas que se certificaron ya han superado su segunda renovación, con los compromisos de mejora que eso supone en sus procesos y contribuyendo a la consolidación del sello”, continúa.
En cualquier caso, en la FEV son conscientes de que “esta cifra no refleja a día de hoy el fuerte compromiso con el medio ambiente que existe en nuestro sector. Obviamente, hay muchas más bodegas que están trabajando estas cuestiones y, por eso precisamente, les animamos a que se certifiquen y lo puedan poner en valor a través de una herramienta ya consolidada y reconocida como es Wineries for Climate Protection y su categoría adicional, dando así un salto cualitativo importante en su compromiso”.
Sostenibilidad y mercados
Cada vez son más numerosos los consumidores que prestan especial atención al origen natural de sus alimentos, como así demuestra el crecimiento constante del sector ecológico en nuestro país, tanto en la superficie de cultivos ecológicos como en el número de operadores e industrias certificadas como ecológicas, según desvelaba el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA) en abril del año pasado con datos de 2018.
Y no solo eso. Al consumidor cada vez le importa más la manera en que sus alimentos son obtenidos. Es decir, al consumidor le interesa saber si son sostenibles o no. Eso sí, en algunos lugares la curiosidad es mayor que en otros. “Hay algunos, como en el centro y norte de Europa, muy importantes para el vino español, donde la sostenibilidad está pasando de ser un valor en alza a ser directamente un factor decisivo de compra en la mente de los consumidores. De hecho, los monopolios nórdicos a través de los cuales se distribuyen las bebidas alcohólicas en países como Noruega, Finlandia o Suecia ya han reconocido al sello WfCP entre los certificados que incluyen en sus programas de compras sostenibles y el objetivo último es que estos vinos certificados cuenten con algún tipo de distinción en los lineales”, asegura Benítez.
Mientras tanto, “en España y en otros mercados quizás no estamos a día de hoy al mismo nivel de concienciación, pero debemos tener claro que es simplemente una cuestión de tiempo. Todo parece indicar que las nuevas generaciones de consumidores optarán por opciones más conscientes y respetuosas con su entorno a todos los niveles, y tenemos que estar preparados como sector para responder a sus expectativas de una forma contrastada y coherente”. Conscientes de ello, muchas empresas recurren a la sostenibilidad como estrategia de venta. El problema es que “al no existir una norma de mínimos, se ha dado pie a la creación de un abanico de técnicas de comunicación que, a menudo, tan solo pretenden mejorar la imagen de la empresa, lo que se conoce como greenwashing”. Benítez recomienda “tener cuidado. Precisamente, hace unos días, nuestro presidente enviaba una carta a las bodegas incidiendo sobre este tema”. En cualquier caso, “lo fundamental aquí es evitar la desinformación al consumidor para evitar que, a su vez, este adquiera productos que no responden a las expectativas por las que paga y para ello es necesario establecer unos cánones claros”, argumenta. “Nuestro sector siempre se ha caracterizado por su seriedad y credibilidad y no debería verse comprometido por una falta de rigor en la comunicación que se hace sobre la sostenibilidad”.
Aquí en España, “nosotros hemos tenido alguna conversación ya con las organizaciones de la distribución en este sentido, aunque todavía queda mucho camino por recorrer. En cualquier caso, sí creo que es algo que va a llegar antes o después y en ese momento será fundamental ofrecer garantías al consumidor de que lo que se va a encontrar en el lineal responde exactamente a lo que está buscando y a lo que el productor ofrece a través de esquemas o certificaciones que cuenten con un reconocimiento veraz e independiente por parte de terceros”. Por otro lado, “el Pacto Verde a nivel europeo va a incidir más en el empoderamiento del consumidor y eso pasa por una mayor transparencia en la comunicación de los productores para tratar de evitar que se utilice como una herramienta de marketing sin nada detrás”.
Enoturismo sostenible
“El enoturismo es un buen ejemplo de cómo la sostenibilidad, en un sentido amplio, es muchas veces inherente a nuestro sector en aspectos como la lucha contra el despoblamiento rural, la conservación paisajística, el desarrollo rural o la biodiversidad, que son fundamentales en un entorno de proximidad”, explica Benítez. Además, “permite a las bodegas estar cara a cara con sus consumidores y explicarles en primera persona todo lo que hay detrás de una botella de vino, también en materia de sostenibilidad. El potencial es enorme y tenemos que aprovecharlo”.