Por Alberto Matos
Director Editorial de Vivir el Vino
Como muchas otras invenciones, la del vino espumoso también parece ser fruto de la serendipia. Eso es lo que nos transmite la tradición popular, que atribuye al espíritu inquieto del monje francés Pierre Pérignon el descubrimiento -o al menos la popularización- de las tan preciadas y apreciadas burbujas.
Se cuenta que, intentando elaborar un vino blanco a partir de uvas tintas de la variedad Pinot Noir, el religioso decidió realizar una doble fermentación de la
uva; una primera en barrica y una segunda en la propia botella. La fragilidad del cristal empleado hizo el resto. Algunas de las botellas estallaron debido a la presión ejercida por el dióxido de carbono generado durante el proceso fermentativo, y las que sobrevivieron revelaron en su interior un brebaje hasta entonces desconocido.
La nueva bebida, que pronto adoptó el nombre de Champagne por ser esa región su lugar de origen, sería muy bien recibida por la aristocracia de la Francia de finales del siglo XVII, y su método de elaboración –conocido como champenoise- acabaría por extenderse por todo el mundo. A España, y más concretamente a Cataluña, llegaba en el siglo XIX de la mano del ingeniero madrileño Luis Justo y Villanueva quien, en su aventura, conseguía transformar la localidad barcelonesa de Sant Sadurní d’Anoia en la capital de los espumosos nacionales.
Así surgieron los primeros cavas, que acabarían siendo protegidos por una denominación de origen propia en 1986. Una denominación que, en realidad, más que un origen, ampara un método de elaboración. Pero esa es otra historia.
Con el tiempo, otras denominaciones de origen españolas se fueron animando a elaborar sus propios vinos espumosos, aunque obviamenteno podían recibir el nombre de cava. Hoy elaboran este producto, en sus diferentes versiones, todas las denominaciones de origen insulares y más de una treintena de peninsulares. Algunas indicaciones geográficas protegidas (IGP), conocidas también como Vinos de la Tierra, se han ido sumando igualmente a esta tendencia. Y eso por no hablar de las bodegas que, en alianza con otras, elaboran sus vinos espumosos bajo su propio sello certificador, como sucede con Corpinnat; o de aquellas otras que los producen al margen de cualquier distintivo oficial.
Todo un abanico que enriquece la oferta nacional y que no tendría nada de especial si no fuera porque resulta habitual encontrarse con que muchas tiendas online vinculan multitud de vinos espumosos con determinadas denominaciones de origen que ni siquiera autorizan la elaboración de este producto en sus respectivos pliegos de condiciones. Quizás lo hagan por desconocimiento, quizás como señuelo. Pero lo cierto es que esa confusión no favorece en absoluto al sector. Y mucho menos cuando también son las propias bodegas las que juegan al despiste a través de sus puntos de venta virtuales o de las notas de prensa que emiten. Que también las hay; y muchas más de las que podemos llegar a imaginar. Una práctica que los consejos reguladores deberían controlar seriamente, por su bien y por el de todos.
Y mientras ese momento llega, desde Vivir el Vino les deseamos unas felices fiestas y, lo que es más importante, un 2021 libre por fin de coronavirus.