Por Jesús Rivasés, columnista, tertuliano y escritor
Napoleón Bonaparte (1769-1821) fue un gran amante del champagne, hasta el extremo de asegurar que “en la victoria te lo mereces y en la derrota lo necesitas”. Es probable que sea el vino –en genérico- más famoso del mundo, ya que es identificable en cualquier parte, aunque mucho de lo que se llama champagne, no lo es. El vino de burbujas por excelencia vive un auténtico boom hasta el punto de que, por una parte, se ha convertido en algo en lo que invertir y, por otra, debido a la gran demanda asiática, los precios se han disparado y en determinados mercados europeos incluso hay cierta escasez. En España, sin ir más lejos, algunos grandes centros de distribución no reciben, ni por asomo, las cantidades de cajas solicitadas, sobre todo para estas fechas, aunque es algo que podía observarse des de antes del verano pasado. Winston Churchill (1874-1965), uno de los “adictos” al champagne más famoso de la historia quizá hubiera tenido problemas de abastecimiento. James Simpson, director de inversiones de la bodega Paul Roger, la preferida de Churchill, asegura que el político bebía dos botellas al día y en toda su vida consumió unas 42.000. La bodega, que utilizó con habilidad la figura del personaje, lanzó en 1984 un Cuvée Especial Mágnum con el nombre de Sir Winston Churchill, con uvas de la cosecha de 1975. La escasez del champagne, pero también las costumbres de algunos lugares, España incluida, hacen volver la vista hacia otro tipo de burbujas, en teoría parecidas, pero que tienen que ver poco con el champagne, aunque en algunos casos -por paradójico que resulte- puedan ser incluso más caras. Las diferencias son obvias.
El champagne se elabora con Pinot Noir, Pinot Meunier y Chardonnay. El cava se produce, en su forma tradicional en Cataluña, con uvas Xarel·lo, Perelada y Macabeo y, en algunos casos, Chardonnay. Champagne y cava utilizan el mismo método, el llamado champenoise, pero como la materia prima es diferente, el resultado también es diferente. Lo mismo ocurre con una serie interminable de cavas españoles, de distintas zonas, y que utilizan uvas tan diferen tes como la Garnacha, Airén, Palomino Fino, Sumoll Blanc, Trepat, Malvasía, Mandó e inclu so Moscatel y Tempranillo. En todos los casos, el resultado son “cavas” que pueden gustar y tener más o menos calidad, pero en los que la comparación con el champagne se redu ce a que hay burbujas, poco más. El fenómeno no es único de España. Por ejemplo, el “champagne” de Crimea, que tiene una cierta fama, no tiene nada que ver con el original. Y en la misma Francia, cerca de la región de Champagne -y en otros lugares- se elaboran vinos espumosos, por ejemplo los “Cré mant”, también muy diferentes porque se hacen sobre todo con Chardonnay, Mauzac, Au xerrois e incluso Riesling. Los hay, como los “cavas”, excelentes, buenos, regulares y malos. Lo mismo sucede con espumosos italianos o de otros países.
En el Reino Unido, sí, en el Reino Unido, hay desde hace unos años un pequeño boom de producción de espumosos, la mayoría de ellos con las variedades del champagne, con un resultado bastante parecido al original, hasta el punto de que algunas grandes bodegas de la Champagne han comprado viñas en Inglaterra en previsión del cambio climático. Por otra parte, Sudáfrica también produce unos espumosos muy interesantes con las tres uvas del champagne y, en este caso, a precios mucho más razonables. Por último, bodegas españolas como Freixe net, Codorníu o Juvé & Camps también elaboran con Pinot Noir y Chardonnay. Son, sin duda, lo más parecido al champagne. La oferta está ahí y cada uno puede elegir la que prefiera, pero es preciso que sepa qué es cada cosa y por qué son diferentes. Y que a nadie le ocurra lo que al economista John Maynard Keynes, que aseguraba que de “lo único de lo que me arrepiento en esta vida es de no haber bebido suficiente champagne”. Al fin y al cabo, siempre es necesario, como explicó Napoleón. Feliz y burbujeante Navidad.