Por Alberto Matos
Aficionado a las monterías, el empresario alicantino Pepe Payá conocía la zona por su profusa actividad cinegética. La caza mayor es abundante en la comarca albaceteña de Campo de Montiel, a los pies de la Sierra de Alcaraz. También lo es el viñedo, donde suele cultivarse en pagos sobre tierras de suelos calizos que se benefician del contraste térmico que proporciona la continentalidad de la altiplanicie sobre la que se asientan, a más de 1.000 m de altitud.
Y sin apenas saber nada de vino, decidía adquirir allí, concretamente en el término municipal de El Bonillo, una finca conocida como Carrascas, con una superficie de más de 500 ha. Los terrenos albergaban un pequeño viñedo al que, poco a poco, se iban sumando –además de almendros y pistacheros- nuevos cultivares de variedades blancas Viognier, Chardonnay y Sauvignon Blanc, y de tintas de Tempranillo, Cabernet Sauvignon, Merlot y Syrah. La mayoría foráneas, pues su intención era y es la de vender al mundo vinos reconocibles, de calidad y basados en el respeto al entorno.
Así, de sus actuales 55 ha de viñedo obtiene “El tomillo y el viento bailan”, “Y solo cuando el río calla”, “Una sombra de ciervo avanza”, “Al cobijo de una gran sabina”, “La torpe avutarda descansa” y “Mientras cubre la luz tardía”. Versos que dan nombre a sus vinos y que, conjugados en cualquier orden, componen un alegórico poema que rinde tributo a la fauna y flora autóctonas.
Fue un regalo disfrutar de todo ello en vivo, olvidando por un momento la nueva normalidad impuesta por la pandemia.