Por Raúl Serrano
Quién me iba a decir que, después de unas cuantas catas verticales en los últimos años, llegaría a disfrutar tanto de una de vino rosado. Porque, no vamos a engañarnos, en España siempre hemos visto los rosados como vinos frescos e inmediatos. Sin embargo, este no es el caso.
Si el proyecto Lalomba ya merece un más que merecido reconocimiento, Finca Lalinde da un paso más allá. Esta vertical así lo ha demostrado, ya que si, como es lógico, las dos últimas añadas son las más fáciles de consumir ahora mismo, nos hemos dado de bruces con un vino que desde 2015 a 2020 es altamente gastronómico. Y hablo de alta gastronomía, donde seguro que cualquier profesional de los grandes restaurantes sabría con qué armonizar cada añada de estos vinos.
Ya con esta primera añada empiezas a descolocarte. Está clara su evolución, no nos engañemos, pero no es ni de lejos esa evolución aprendida de piel de cebolla. Te da qué pensar su contenida pero presente acidez, el punto mineral del vino, el recuerdo de naranjas sanguinas e, incluso, de sutiles cítricos. Un conjunto de matices de una añada que te transporta al frescor.
En este caso, después de la expectación de la anterior añada, nos llega un golpe de madurez, de vino más cerrado donde quizás, y solo quizás, ya parezca dormido del todo. Pero no, simplemente su evolución y añada es otra. Es un vino que señala una fruta más compacta en su día y que cambia el frescor por más carnosidad y rudeza, pero sin perder personalidad. Una añada quizás más fría y neutra, pero que no deja indiferente.
Y según vamos avanzando, claro está que la viveza del vino va creciendo, y eso que hablamos de un 2017. Guardando ligeras similitudes con la añada 2015, es un vino más abierto, directo, en el que la acidez está marcada. Presenta un sutil cambio, en el que aparecen pequeños recuerdos de piel de frutos secos, de notas más terrosas, de ligeros matices de hoja de viña y de un fondo de fruta escarchada. Y al tercer vino lo tenía claro. Combinar cada vino con un buen plato puede ser un lujazo.
Con la añada 2018 me topé. Se corresponde con la de un vino que te detiene y te hace trabajar un poco más. Suele ocurrir con esos vinos que no quieren mostrarse. Para conseguirlo, estaba claro qué hacer: giro, golpe de copa y a esperar. Otro giro y voilà, ahí está el carácter de la Sierra de Yerga y de sus notas terrosas. Está bien arropado por los recuerdos de aromas de fruta tropical dulce y fruta de hueso. Al final se dejó disfrutar y demostrar que seguirá con una considerable evolución.
La añada que me enamora, con la que disfrutaría este año y el siguiente, y la que demuestra todo el potencial de un gran rosado y, por supuesto, de una gran elaboración. Hacer un vino rosado es de lo más complicado, no nos equivoquemos. Y más si se quiere hacer un vino grande. Con esta añada, llega todo su esplendor, los recuerdos de mango y papaya, las sutiles notas agrestes, la presencia de hierbas aromáticas y herbáceos, el punto fresco de los cítricos y la gran complejidad de su mineralidad. Un vino altamente gastronómico para acompañar los más variados platos y para que los más nostálgicos simplemente puedan disfrutar de una buena copa de vino.
Con el último vino os dejaré simplemente su cata, ya que siendo una vertical y visto lo visto, le queda mucho recorrido, de eso estoy seguro. Lalomba Finca Lalinde llega para seguir creciendo y para hacernos pensar un poquito más, y eso se agradece.
2020 es un año en el que la fruta crece en presencia, es más fresco, pero con el carácter y personalidad de un gran vino, añadiendo su parte floral, sus ligeros recuerdos de farmacia y agrestes hojas de otoño. Boca inmensa, con estructura, de trago largo, sumando volumen y peso de fruta en mitad de la boca. Ofrece una elegante y fresca acidez, que arrastra al vino en todo momento, dejando un largo y persistente final.