Por Alberto Matos
Con más de tres mil horas de sol al año y sin recibir una sola gota de agua desde hacía ya seis meses, redescubrir Jumilla a principios de marzo bajo una pertinaz llovizna, la misma que un día antes había dejado 40 litros por m2, es un acontecimiento para el que los astros deben conjurarse.
Entre almendros y melocotoneros en plena floración, los viñedos reaccionaban al regalo del cielo soltando sus primeras lágrimas, con las que comenzaban a despertar poco a poco de su letargo anunciando tímidamente la llegada de la primavera.
Quién iba a imaginar que aquellas ansiadas lluvias tan solo iban a ser el preludio de unos generosos aguaceros que, apenas unas semanas después, se presentarían para salvaguardar la cosecha de cereal y, si nada se tuerce, garantizar la de cultivos leñosos como la vid.
Y es que el agua es un bien escaso en la zona. No así los enoturistas que, cada vez en mayor número, consideran la comarca de Jumilla entre sus destinos de preferencia… Pero eso es otra historia.
Jumilla, tierra de vinos
Jumilla siempre ha sido tierra de vinos. También lo ha sido de graneles, y eso que los franceses se fijaron ya hace un siglo en aquella tierra para continuar su producción cuando la filoxera hacía estragos en la suya.
Con el paso de los años, todo eso ha ido cambiando. Y mucho. En Jumilla se siguen elaborando graneles, sí, pero cada vez más etiquetas pasean el nombre de esta zona por el mundo.
Y no solo eso, el salto cualitativo que sus vinos han dado en los últimos tiempos es realmente impresionante. Al menos así lo pone de manifiesto su creciente palmarés, que da fe del esfuerzo realizado.
Desde 1966, los viñedos de la zona están protegidos por su propia denominación de origen. Y no solo los de Jumilla. Curiosamente, ese es el único término municipal murciano amparado. Los seis restantes –Fuente-Álamo, Albatana, Ontur, Hellín, Tobarra y Montealegre del Castillo- pertenecen a la vecina provincia de Albacete, justo al norte. La de Jumilla es así una de las pocas denominaciones de origen supraautonómicas de nuestro país. Y eso, con dos administraciones diferentes, puede suponer todo un reto.
Con sus 23.700 ha de viñedo y sus 100 km de norte a sur, el Consejo Regulador integra actualmente a 39 bodegas y 2 cooperativas, de las cuales certifica una rica diversidad varietal. Entre las variedades blancas, permite el empleo de Airén, Macabeo, Pedro Ximénez, Malvasía, Chardonnay, Sauvignon Blanc, Moscatel de Grano Menudo y Verdejo. Entre las tintas, autoriza el uso de Garnacha, Garnacha Tintorera, Cencibel, Cabernet Sauvignon, Merlot, Syrah y Petit Verdot.
A las tintas se suma la Monastrell, verdadera protagonista de la DO Jumilla, mayoritaria y principal seña de identidad de los vinos de la zona desde tiempos ancestrales. Es esta una variedad muy resistente a la escasez de agua, con un porte elevado que facilita la ventilación y que, consecuentemente, contribuye a evitar las plagas y las enfermedades.
También ayudan sus variadísimos suelos que, caracterizados por una notable capacidad de retención hídrica y una moderada permeabilidad, se asientan sobre el denominado Altiplano Levantino, al abrigo de valles sin ríos y laderas bien aireadas.
Y es por esta peculiaridad que, aunque no siempre estén certificados como tales, los bodegueros repiten como un mantra que sus vinos son ecológicos, pues rara vez precisan de tratamientos fitosanitarios.
Una mirada al pasado
Los expertos estiman que la práctica vitivinícola comenzó a desarrollarse en la comarca de Jumilla hace ya unos cinco mil años, coincidiendo con el periodo Calcolítico, previo a la Edad de Bronce.
Los diferentes vestigios hallados en la zona así lo evidencian, como también lo hacen los pertenecientes a épocas posteriores, que contrastan la continuidad de esta praxis a lo largo del tiempo.
En este sentido, salvo alguna innovación puntual pero de vital importancia, los procesos y metodología empleados tanto en el cultivo de la vid como en la elaboración del vino se mantuvieron prácticamente inalterados a lo largo de los siglos sucesivos. Habría que esperar hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial para observar una paulatina revolución del vino –a nuestro país, llegaría algo más tarde- propiciada por la introducción de tecnologías más eficientes y, sobre todo, por la mejora de las condiciones higiénico sanitarias, que permitieron la producción de unos vinos con una calidad que hoy damos por sentada.
De aquellos años ya no queda nada, solo recuerdos. Unos recuerdos que hoy se encarga de custodiar el Museo del Vino Hacienda del Carche - Casa de la Ermita en sus magníficas instalaciones y que hoy están catalogados como la segunda mejor exposición de piezas vinculadas con el mundo de la viticultura y la enología de España.
De ello presume Miriam Soler, responsable de enoturismo. Con ella como cicerone, la visita se convierte en un viaje a través de una historia aparentemente lejana pero más reciente de lo que parece.
Cuenta que la colección de aperos del campo y demás utensilios, entre los que destacan diferentes instrumentos de laboratorio y pequeñas maquetas de maquinaria, fue iniciada por Juan Carcelén, excelente viticultor jumillano y mejor bodeguero.
El espacio se divide actualmente en ocho apartados diferentes que, a través de diversos paneles informativos, permiten conocer la tradición vitivinícola de la zona desde un punto de vista absolutamente costumbrista.
Así, el visitante puede sumergirse en una de las típicas cocinas de las casas de labor jumillanas, surtida con sus vajillas, almireces y demás menaje de cobre, cerámica y porcelana murciana.
Más allá, los diferentes procesos involucrados en la elaboración, desde el campo hasta la botella, quedan explicados a través de genuinas prensas de madera y piedra, bombas de trasiego, antiguas medidas de volumen, ánforas romanas, filtros, alambiques, toneles, odres, jarras, frascas, grifos, catavinos, encorchadoras y un sinfín más de objetos.
Llama la atención la terminología empleada localmente para designar elementos conocidos con otros nombres en diferentes regiones. El esparto, que cuenta también con su propio rincón en el museo, crece en abundancia sobre los suelos de la comarca de Jumilla y con él, al igual que en otras zonas, se solían fabricar los tradicionales capachos para el prensado de la uva y las recurrentes alpargatas, conocidos allí como cofines y alborgas, respectivamente. El museo también cuenta con una reproducción de un guardaviñas de piedra, bautizados en Jumilla como cucos.
En un edificio anexo, la bodega que cede su nombre al museo ofrece al visitante un amplio abanico de vinos blancos, rosados, dulces y tintos, jóvenes, robles y con crianza, representados por las gamas Casa de la Ermita, Lunático, Taus, Cepas Viejas e Infiltrado.
Como cabría esperar, la Monastrell es, en la mayoría de los casos, la reina absoluta, que no absolutista. En otros, se deja acompañar de variedades como la Syrah, la Cabernet Sauvignon y la Petit Verdot. En el caso de los blancos, el protagonismo es compartido por la Sauvignon Blanc, la Macabeo y la Viognier.
Conocer Jumilla a través de sus bodegas
No muy lejos de Hacienda del Carche - Casa de la Ermita se encuentran los dominios de la bodega más meridional de la DO Jumilla. Viña Elena fue fundada en 1945, por Francisco Pacheco quien, en el inicio de su aventura, apenas contaba con una modesta prensa ubicada en el lagar de la casa. El negocio pasaría años después a manos de su hijo, también Francisco, y hoy es la tercera generación, representada por las cuatro nietas del fundador, la que lleva las riendas.
Una de sus descendientes es Elena Pacheco, actual gerente. Junto a su sobrino y export manager, Fernando Pacheco, nos explica que la finca, de 260 ha, se reserva algo más de un tercio de su superficie para el cultivo de la vid. Como sucede en el resto del territorio amparado por el Consejo Regulador, las parcelas de viña se intercalan allí con las de almendros, olivos y frutales, en este caso también propiedad de la bodega.
En aquellos terrenos, dependiendo de su ubicación, podemos toparnos con suelos pedregosos, arcillosos y férricos. Comparte con nosotros que, en la búsqueda de la máxima frescura para sus vinos, siempre están jugando con la orografía del Estrecho de Marín. Un valle que, matiza, goza al este del abrigo de las sierras de Sopalmo. Al oeste, con el de la Rajica de Enmedio. Una toponimia esta última que invita a inevitablemente a esbozar una sonrisa.
La Monastrell es, cómo no, la variedad estrella, con una presencia del 90% en el conjunto del viñedo y, en ocasiones, con una edad cercana a los 65 años. El resto está conformado por cepas de Cabernet Sauvignon, Syrah y Garnacha, de más reciente plantación.
Añade Fernando que, hace un par de años, comenzaron a certificar en ecológico. Concretamente su vino Organic, de la gama Familia Pacheco, de la que también forman parte otros seis vinos de Airén, Garnacha, Tempranillo, Cabernet Sauvignon, Syrah y, por supuesto, Monastrell.
Elaboran asimismo Los Cucos de la Alberquilla, un Cabernet Sauvignon que se ha posicionado como buque insignia de la bodega; Síntesis, un Monastrell de viñedos propios y baja producción con 15 meses en barrica y 24 meses en botella; y su gama Bruma del Estrecho, una colección de ocho vinos procedentes de ocho parcelas diferentes.
En la producción de algunos de ellos recurren a los tradicionales depósitos de hormigón y, en algunos casos, compran uva a viticultores de la zona, también certificados por la DO Jumilla.
Tradición nunca olvidada
Pese a que Madrid Romero, tal y como hoy se da a conocer, abría sus puertas hace solo cinco años, lo cierto es que la familia de Rosana Madrid lleva ya tres generaciones dedicada al mundo del vino. De hecho, confiesa, sus antepasados se iniciaron vendiendo graneles de Merseguera elaborados en la zona de Cartagena.
Esta jocosa periodista, reciclada en viticultura y enóloga, afirma mantenerse fiel a la tradición. De hecho, nunca la ha abandonado. Por eso le hace mucha gracia cuando escucha a determinados compañeros de profesión decir que se han reinventado para ser sostenibles, un calificativo que ya definía la labor de su familia mucho antes de que ese término fuera inventado.
Tanto es así que sigue podando para obtener la cantidad de uva justa, y utiliza los restos vegetales triturados como abono. Su trato al fruto de la vid no puede ser más exquisito, con vendimia y transporte en pequeñas cajas, remontados cada hora, lentas subidas de temperatura para que las levaduras puedan realizar su trabajo y depósitos inertizados con nitrógeno para evitar oxidaciones indeseadas. Eso, entre otras muchas cosas.
La bodega obtiene su materia prima de 32 ha de viñedo en propiedad, todas ellas en regadío, de las que 15 ha están ocupadas por Monastrell. El resto se reparten entre cepas de Cabernet Sauvignon, Syrah, Petit Verdot y Sauvignon Blanc.
Con 40.000 botellas producidas de media al año y un mercado netamente nacional, Madrid Romero cuenta actualmente con tres gamas de vino: Madrid Romero, con un tinto con 6 meses de crianza, y su colección Chapó, con 12 meses de crianza y dedicada a su padre; Acacia Madrid Romero, un reto personal de Rosana; y 3 Calas, que ilustra desde el colorido relieve de sus etiquetas la flor favorita de su madre. Además, al margen de la DO Jumilla, también elabora sus propios vinos de licor.
La bodega está dotada de unas impresionantes instalaciones, perfectas para realizar todo tipo de celebraciones y degustar la gastronomía de la zona.
Bodega privada con espíritu cooperativista
Parajes del Valle Bodegas y Viñedos no es una cooperativa, pero trata a todos los profesionales implicados en su proyecto como si lo fuera. Por una parte, porque tiene firmados acuerdos con alrededor de 300 viticultores, que vendimia tras vendimia, proporcionan uva para sus elaboraciones. Por otra, porque su tamaño es relativamente grande comparado con el del resto de bodegas amparadas por la DO Jumilla.
La bodega se establecía en sus actuales instalaciones allá por 2012, en régimen de alquiler. En 2017, se hacía con la propiedad. Desde entonces se las ha ingeniado para producir anualmente una media 12 millones de litros de vino. Nos lo cuenta su enóloga, María Jover, quien además añade que esta cantidad se destina mayoritariamente a los vinos de mesa a granel, si bien se reserva las mejores producciones al embotellado con etiqueta propia.
Con algo de Cabernet Sauvignon, Syrah y Merlot, también aquí la Monastrell es la variedad estrella. Con ella elabora alrededor de medio millón de litros anuales de Parajes del Valle, un vino ecológico sin filtrar procedente de viñas de entre 20 y 40 años de edad, que pasa por depósitos de acero inoxidable y hormigón antes de reposar en la botella.
Con esa misma variedad, aunque en este caso procedente de viñedos de pie franco de entre 50 y 60 años, elabora unas diez mil botellas de Terraje, un auténtico vino de paraje cuidadosamente seleccionado que fermenta y se afina en fudres de 5.000 litros.
Son viñedos propios, que se suman a un total de 30 ha, también en propiedad, entre las que se reparten parajes muy particulares, como los de Fuente de las Perdices, Cañada de Albatana, Las Puntillas y Término de Arriba.
Son terruños elevados, entre 500 y 800 m de altitud, que se ocupa de mostrarnos Dimitri Nicolaides, su enólogo técnico de campo. Este chileno con ancestros griegos es un apasionado de Jumilla y, sobre todo, de sus viñedos en secano, que respeta desde los preceptos más arraigados a la tradición.
Con esta filosofía corriéndole por las venas selecciona las mejores uvas, según su orientación y tipo de suelos que, en su caso, son mayoritariamente francos, franco arenosos y franco arcillosos.
Herencia francesa, esencia jumillana
La bodega de Silvano García, actual presidente de la DO Jumilla, se fundaba en 1925 entre las paredes de un elegante edificio del centro de Jumilla, fundado por viticultores franceses a principios del siglo XX que llegaron a la localidad cuando la filoxera les obligó a buscar otras zonas donde producir sus vinos.
Esa edificación, que cuenta con depósitos de hormigón fabricados en 1950 actualmente en estado de recuperación, se emplea hoy como recurso enoturístico, si bien aún reserva algún espacio a la crianza de vinos. Su ubicación, distribución y dimensiones obligaron a Silvano a salir de la población e instalarse en una enorme nave hace apenas tres años, donde las labores propias de la elaboración y crianza se realizan de manera mucho más conveniente.
Con la Monastrell como variedad reina, en algunos casos procedentes de viñedos en secano de entre 30 y 60 años, la bodega elabora un 90% de sus vinos en ecológico y, desde hace un par de años, también produce vinos veganos certificados.
Una de las principales particularidades de esta Silvano García es que la totalidad de las uvas está cultivada por diferentes productores de la zona, en diversas zonas y a distintas altitudes.
La bodega carece así de viñedo propio, pero gestiona desde hace tiempo unas 150 ha de viñedo ajeno, a partir del cual obtiene hasta 450.000 litros de vino anuales, que embotella en su mayoría y comercializa en bag-in-box en cantidades más discretas. Incluso reserva una pequeña proporción para realizar sus propias microvinificaciones, con las que trata de seguir innovando con la tradición siempre como máxima y con la idea de lanzar un vino joven próximamente.
La bodega comenzó a comercializar su primer vino en la década de 1990 y, a día de hoy, cuenta con la gama Silvano García, representada por Silvano García Blue (Moscatel), Silvano García 4 Meses (Monastrell), Silvano García Colección Divina (Monastrell), Silvano García Dulce Monastrell y Silvano García Pink (Monastrell). También elabora la colección Viñahonda, conformada en este caso por Viñahonda Blanco (Macabeo), Viñahonda Rosado (Monastrell), Viñahonda Organic (Monastrell) y Viñahonda Crianza (Monastrell). Cuenta también con una gama de vermús.
Una excepción en Jumilla
Bleda es una de las primeras bodegas surgidas en el actual territorio protegido por la DO Jumilla. Comenzó su andadura allá por 1915, de la mano de Antonio Bleda, y hoy es la cuarta generación de la familia la que se ocupa de continuar con el legado. Nos revela Emilio Esteve, actual export area manager, que la actual bodega, ubicada en un imponente edificio rodeado de viñedos que se nutre de hasta 250 ha de viñedos, abría sus puertas en 2008.
También fue pionera no solo en el embotellado de vinos en la zona, sino también en su etiquetado. Por eso presume de ser la única bodega que se puede permitir usar la palabra Jumilla en su marca, concretamente en Castillo de Jumilla, convertida hoy en gama y representada por un total de siete vinos. Se suman a ellos los cinco vinos de la gama Pino Doncel, que rinde tributo a este árbol, tan presente en la zona; además del vino de autor Divus y el dulce Monastrell Amatus.
Para su elaboración recurre principalmente a sus viñedos de Monastrell, certificado en ecológico, y Tempranillo, que ya comenzó a cultivar en vaso hace muchos años. Se trata de cepas de entre 60 y 70 años, parte de ellas en pie franco, que comparten también protagonismo con variedades como la Syrah, la Cabernet Sauvignon, la Sauvignon Blanc, la Airén, la Macabeo y la Petit Verdot, cultivadas en regadío en este caso.
Pese a su imponente extensión y arquitectura, su impresionante parque de 700 barricas de roble francés y americano, y su producción media de 800.000 botellas anuales, se considera una bodega de tamaño medio dentro de la DO Jumilla.
Bleda exporta el 75% de su producción, principalmente a Europa, EEUU y Asia, mientras que el 25% restante se destina al mercado nacional.
Entre espartos y acebuches
Ya en la provincia de Albacete, concretamente en la localidad de Ontur, Pío del Ramo se encuentra inmersa en un ambicioso proyecto de ampliación. Y eso que comenzó a funcionar hace solo 15 años, en 2007, después de que tradicionalmente entregara su uva a la cooperativa local.
La bodega dispone de 23 depósitos de hormigón, completamente soterrados, que se complementan con 500 barricas.
Con todo manga por hombro, aprovechando el periodo de menor actividad para las obras de reforma, Agustín Miñana, enólogo de Pío del Ramo nos acompaña a conocer el viñedo. Agustín rebosa pasión por todos sus poros. Ama su trabajo y se nota.
Nos desvela que la bodega fue pionera en la elaboración en ecológico y que abona los suelos con restos de poda de olivo y viñedo, así como con mantillo de cabra. También asegura que fue de las primeras en realizar plantaciones de Cabernet Sauvignon, Syrah, Tempranillo, Chardonnay y Verdejo, y que él se está encargando ahora de incorporar también al viñedo ejemplares de Garnacha, Garnacha Tintorera y Moscatel de Grano Menudo.
No puede faltar la Monastrell, de entre 40 y 50 años, cultivada entre la Sierra del Madroño y la Sierra Parda donde, además de los cultivos tradicionales de la zona, también se pueden ver esparteras y acebuches.
Todos estos varietales se distribuyen sobre una superficie de viñedo de 150 ha, de las que 30 ha son arrendadas. Con las uvas obtenidas elabora sus gamas Pío del Ramo y Betola The Cat Wine.
La calidad empieza en casa
Tanto esfuerzo, bien merece un premio. Los vinos de Jumilla acaparan cada año un número creciente de reconocimientos, nacionales e internacionales. Pero, antes de salir fuera de su propia demarcación territorial, acostumbran acertadamente a pasar por el panel de cata del Certamen de Calidad Vinos de Jumilla. Un panel compuesto por expertos profesionales llegados de toda España que, en rigurosa cata a ciegas, determinan cuáles son los mejores vinos de la DO Jumilla en las categorías de Blanco, Rosado, Tinto Elaborado sin Contacto con Madera (con mención especial a la Monastrell), Tinto Elaborado en Contacto con Madera (también con mención especial a la Monastrell), Tinto con Crianza, Tinto Reserva y Gran Reserva, Dulce y Vino de Licor y Mención Especial al Mejor Vino Ecológico.
El compromiso con la calidad de la DO Jumilla no es algo nuevo. De hecho, su próxima edición, que tendrá lugar en xxxx durante la primera semana de junio, será ya la vigésimo octava.