Por Jesús Rivasés
Columnista, tertuliano y escritor
Alejandro Fernández, uno de los históricos impulsores originales de los vinos de la Ribera del Duero y fundador de Grupo Pesquera, acaba de reinventarse a sus magníficos -y jóvenes- 86 años. Protagonista de un complicado episodio familiar que le apartó hace más de un año de su negocio y su actividad de toda la vida, presentó a finales de mayo en Madrid sus dos nuevos vinos, elaborados en colaboración con la menor de sus hijas, la enóloga Eva Fernández.
Alejandro Fernández, toda una institución en el sector del vino, empezó a elaborar vino un poco por casualidad y porque no se veía en otras labores del campo. En la presentación de sus nuevos vinos explicó que a los 17 años participó en un concurso de arado con mulas. El objetivo era arar una cierta distancia lo más recto posible y el ganador fue él, un muchacho, “que competía con hombres de 30 y 40 años”. Sin embargo, a pesar de aquel éxito, contemplaba la tierra de otra manera y empezó a pensar en nuevas posibilidades. Compró terrenos a principios de la década de 1970 y empezó a elaborar sus primeros vinos en 1972. Así nacería Tinto Pesquera, una revolución, y más tarde, otros como Condado de Haza, Dehesa la Granja y El Vínculo. El éxito no tardó en llegar y traspasó las fronteras de su tierra, de su país y se extendió por todo el mundo. Robert Parker, el gran gurú americano, llegaría a decir sobre el Tinto Pesquera Janus Reserva de 1982: “Usted puede comprar un Château Petrus que le puede costar 300 dólares o este vino español, con las mismas características, por 12 dólares”.
Poco a poco, Alejandro Fernández levantó un pequeño imperio. Propietario de todo, en régimen de gananciales con su mujer, repartió hace años un simbólico 0,14% del negocio entre cada una de sus cuatro hijas. Luego, llegaría la división familiar, con su mujer y tres de sus hijas por un lado, y él mismo y su hija pequeña, Eva, por otro. Tanto él como su mujer se habían quedado con un 49,7% del negocio. Cuando tres de sus hijas se enfrentaron a su padre, unieron sus respectivos 0,14% a la participación de su madre, con lo que alcanzaron una mayoría del 50,14% y apartaron a Alejandro Fernández del negocio.
La disputa familiar sigue ahora en los tribunales, pero Alejandro Fernández, que es el propietario de las marca, antes o después, las recuperará. Mientras tanto, junto con Eva, su hija pequeña, ha decidido reinventarse. Han alquilado una bodega en Roa y se han puesto manos a la obra. Ahora, acaban de presentar en sociedad sus dos nuevos vinos, correspondientes a las cosechas de 2017 y 2018. Todavía no tienen nombre y para la presentación fueron etiquetados como “Tinto 2017” y “Tinto 2018”, “elaborados por Alejandro Fernández”, sobre una imagen del bodeguero. Podrían llegar al mercado a finales de este mismo año o a mediados del próximo. Será la gran novedad. Ambos se elaboran con un 100% de uva Tempranillo, procedente de la parcela San Martín de Rubiales.
Se trata de vinos sin filtrar, “porque si se filtran, pierden”, apunta el propio Alejandro Fernández. La vendimia fue manual y se realizó, en los dos casos, en la segunda mitad de octubre de cada año y han envejecido en barricas de roble americano. En estos momentos, el de 2017 está en una situación de crianza en barrica. Es un vino de guarda, con un color profundo y, según los expertos, taninos amplios y gran potencial de fruta negra y aromas varietales de la uva Tempranillo. El de 2018 está en barrica desde enero de 2018 y presenta unas características similares al anterior. Los dos vinos tienen una gran capacidad de envejecimiento, comenta Eva Fernández, porque el objetivo que han buscado el padre y la hija es obtener vinos longevos, que duren años y ganen con el paso del tiempo. Y si Alejandro Fernández se quejaba de que en sus inicios no conseguía que los bancos le financiaran, ahora mantiene conversaciones con varios grupos del sector decididos a invertir y tomar una participación en el nuevo proyecto de un emprendedor de 86 años.
Alejandro Fernández fue, sin duda, una especie de poeta de la tierra, cuyos versos eran botellas de vino. No desprecia la poesía, aunque le gusta más que le llamen cantautor del vino, como lo definieron en la presentación. Hoy el mercado espera impaciente los vinos de este bodeguero aficionado a cantar con amigos. Quizá se aparten algo de las últimas modas, pero mantienen la personalidad y la calidad de siempre. Una historia fascinante que continúa.