Por Santi Jordi
Elaborador y presidente de la Federación Española de Asociaciones de Enólogos
De sobra es conocido mi interés por la interpretación analítica de las cifras que definen el sector del vino en sus diferentes vertientes. En este nuevo artículo de opinión, quiero centrar vuestra atención en la relación que existe entre los excedentes de producción para graneles y embotellados lineales -originados por la reestructuración del viñedo- y la importancia de trazar una estrategia paralela que se centre en el respeto y la conservación de viñedos longevos, así como en proyectos de elaboración de vinos singulares y de alta expresión.
Es evidente que estamos recogiendo los frutos de esa reestructuración de nuestros viñedos, que nos vendieron años atrás bajo el caramelo de “ayudas por arranque, replantación y altas producciones mecanizadas”. Pero ahora, nuestros problemas son otros. Las de hoy son dificultades diametralmente opuestas, donde el exceso de producción y los excedentes son nuestros quebraderos de cabeza. A menos de dos meses de empezar la nueva vendimia en las zonas más cálidas, muchas bodegas aún tienen depósitos con grandes cantidades de hectolitros de vinos “sin colocar”.
En el último Boletín Oficial de Avance de superficies y producciones agrícolas que el Ministerio de Agricultura ofreció el 31 de marzo, la cifra sobre el volumen de producción de la campaña anterior ha sido de 50.355.364 hectolitros. Lo que en un principio parece un dato espectacular -llevamos los últimos años subidos al podio de los países que más vino producen-, se puede volver escalofriante si ponemos en relevancia que nuestro consumo doméstico apenas supera la decena de millones.
A todo esto, debemos tener en cuenta que aún esperamos otro aumento mayor de producción, debido a una última oleada de ayudas que se siguen manteniendo sobre la reestructuración del viñedo. Apuesto que con todo ello sobrevolaremos los 55 millones de hectolitros en breve, si sumamos las últimas 100.000 hectáreas que en estos años están entrando en producción.
Como dato alarmante, debemos ser conscientes de que otros países del mundo –históricamente importadores y consumidores de nuestros vinos-, llevan tiempo cultivando viñedos y elaborando vinos de una contrastada calidad. Ejemplos claros son la continuada producción de los sparkling en Inglaterra, las incipientes nuevas plantaciones que se está registrando en Rusia, o las grandes extensiones de viñedos en China, segundo país en superficie de cultivo del mundo. Los vinos chinos asombrarían a más de algún vinófilo.
Esto nos hace pensar, por lógica, que lejos de crecer, nuestras ventas se verán perjudicadas no muy tarde debido al creciente consumo de vinos autóctonos de dichos países y de otras zonas tradicionalmente productoras. Con este fenómeno se ajustarán aún más los precios y los factores de producción para ser más competitivos.
La solución es sumamente complicada, ya que pasa por muchas variables. Principalmente se deben seguir premiando las campañas relacionadas con el aumento de consumo doméstico, índice que continúa muy lejos al que tenían nuestros abuelos. Considero que muy difícilmente podremos recuperar alguna cuota digna que nos haga recordar que alguna vez fuimos un país productor de la cuenca del Mediterráneo, y que esté proporcionalmente ligada también al consumo.
Cooperativas y organizaciones agrarias comienzan a manifestar abiertamente la necesidad de autorregulación de la producción, ya sea mediante la retirada parcial de una parte de la producción -lo que antes de la reforma de la OCM era conocido como los contratos de almacenamiento a largo plazo-, o bien otra solución pasa por el destino obligatorio a la elaboración de otro producto que no sea vino.
Por tanto, y a modo de resumen o moraleja, creo que está todo bien claro, tal como cita el dicho “a buen entendedor pocas palabras bastan”. No obstante, y en el siguiente número, prometo abrir el melón y hacer una reflexión en voz alta sobre calidad y factores vinculados a la producción de vinos lineales frente a vinos singulares.