Por Jesús Rivasés, periodista, tertuliano y escritor
Steven Spurrier, toda una leyenda del vino, falleció el pasado 9 de marzo en su casa de Litton Cheney en Dorset (Inglaterra). Tenía 79 años y padecía un cáncer. En España, salvo en círculos muy especializados, su desaparición ha pasado inadvertida y para muchos es incluso un gran desconocido, pero tiene un lugar destacado en la historia del vino. Nacido en Cambridge, hijo de un oficial de tanques durante la Segunda Guerra Mundial, estudió en la London School of Economics, aunque lo que siempre le interesó fue el arte, el jazz y, sobre todo, el vino.
Spurrier, un poco bastante trotamundos, era un inglés que tenía una tienda de vinos en París y también algo así como una “Escuela de vinos”. Los verdaderos motivos se pierden en la bruma de la leyenda, pero la historia certifica que Spurrier organizó, el 24 de mayo de 1976 en el Hotel Intercontinental de la capital, una pequeña cata de vinos, insólita para la época, que luego sería conocida como “El juicio de París” y que cambió el mundo del vino.
La idea, estrafalaria para algunos, consistía en una cata a ciegas de 20 vinos, 10 tintos y 10 blancos, de los que -¡ahí la gran novedad para la época!-, 12 eran de California -6 blancos y 6 tintos- y 8 franceses: 4 de Borgoña y 4 de Burdeos. Los catadores que aceptaron participar en algo que parecía insólito eran todos franceses, incluidos algunos de los mayores expertos, bodegueros y propietarios de establecimientos de venta de bebidas. Convencidos por la amistad que mantenían con Spurrier para participar en la cata, todos estaban seguros del resultado e incluso decían que no se trataba de una competición ni justa ni equilibrada.
Ninguno tenía la más mínima duda de que los vinos franceses arrasarían ante los muy inferiores californianos. Tampoco ninguno imaginó las consecuencias de aquella cata. George M. Taber, de la revista Time, acudió a la cata-degustación y escribió lo que ocurrió en un artículo titulado “El Juicio de París”. Y lo que sucedió fue que los participantes alcanzaron el consenso de que los mejores vinos eran un Chardonnay de Chateau Montelena y un Cabernet Sauvignon, de 1973, de Stag’s Leap Cellars, los dos de Napa Valley, California.
Uno de los catadores, tras probar uno de los Chardonnay californianos dijo que le recordaba a Francia, mientras que otro, tras oler un Bâtard-Montrachet, cuentan que afirmó con cierto desprecio: “No tiene nariz. Es definitivamente de California”. La cata, “El Juicio de París”, colocó a los vinos de California en el mundo, que iniciaron así su despegue internacional e impulsaron su desarrollo hasta alcanzar fama mundial y ser apreciados en todas partes, ayudados por una eficaz campaña de márketing. El periodista de Time publicaría años después, en 2005, un libro titulado “El Juicio de París: California contra Francia y la cata histórica de 1976 en París que revolucionó el vino”. También en 2008, la cata y su historia fueron recreadas en la película “Bottle Shock” –en España, “Guerra de vinos”-, dirigida por Randall Miller y con Alan Rickman interpretando el personaje de Spurrier.
La cata, “El Juicio de París”, se repitió durante algunos años, pero la trascendente fue la original de 1976, que también dio fama y prestigio al propio Spurrier, quien combinó éxitos y fracasos en negocios relacionados con el vino en Francia hasta, acuciado también por algunos problemas fiscales, decidió volver a Inglaterra en 1990 con su esposa y sus dos hijos, y rehacer su carrera. Escribió libros y fue una de las firmas de cabecera de Decanter, una de las revistas que durante años ha marcado tendencia en el mundo de los vinos y que ha recordado su desaparición con la selección de los que consideró los mejores vinos de Burdeos, entre los que figuraban un Château Hauty-Bailly, Pessac-Léognan 2009, y un Châteu d’Yquem Sauternes 1CS, de 1988, envasado en jéroboam (3 litros). No obstante, por paradojas del destino, Spurrier está en la historia por los vinos de California.