Por Santiago Jordi, presidente de la Unión Internacional de Énologos
Aunque suene contundente, y teniendo en cuenta la percepción que sobre ellos tienen el consumidor, el prescriptor y la propia administración, resulta realmente difícil categorizar los vinos de autor en cualquiera de las tipologías conocidas, pues no presentan ninguna característica objetiva que los identifique de manera fidedigna.
Hace unas semanas, como parte del Curso de Sumilleres de la Cámara de Comercio de Madrid, tuve la oportunidad de impartir una clase sobre los vinos de autor respondiendo así a la petición que me había hecho llegar el claustro académico. Cuando quise investigar en canales oficiales y no oficiales para poder desarrollar y conceptualizar mi temario, solo pude basarme en la legislación vigente que, sorprendentemente, no incluye esta tipología.
Así que me vi obligado a basarme para ello en mi sentido común y en la experiencia que he ido adquiriendo al elaborar mis propios vinos de autor. Al igual que sucede con los autores de obras de arte, cualquier elaborador que realice vinos de autor ha de demostrar una serie de competencias multidisciplinares que le permitan culminar sus creaciones con éxito.
Así, en el caso de los vinos diferenciales y singulares, debe dominar el medio en el que trabaja. Es decir, debe conocer con qué soporte geológico y climático cuenta, con qué material vegetal y, en definitiva, con qué terroir o terruño. Solo de esta manera podrá aportar una calidad muy diferenciada respecto al resto de vinos elaborados en la misma zona. Son estos unos ingredientes que podemos encontrar en abundancia en un país como el nuestro, definido por las peculiaridades de su riqueza vitícola. Unos ingredientes que, además, deben estar orquestados por un autor quien, entre otras cosas, cuente con amplios conocimientos sobre las elaboraciones, la microbiología y la ingeniería técnica industrial de la bodega.
También debe ejercer un exhaustivo control sobre la gestión y las técnicas aplicables al viñedo para, de esta forma, poder llegar a conseguir ese vino soñado capaz de emocionar a cualquier enófilo. Lamentablemente, las administraciones no exigen ninguno de estos requisitos a quienes, en apariencia, elaboran vinos de autor. De este modo se permite que cualquiera con unas mínimas nociones pueda hacerlo y que, por tanto, no siempre alcance el nivel de exquisitez y tipicidad esperados.
A modo de conclusión, podemos deducir que si los vinos de autor no están regulados por la famosa pirámide de clasificación de vinos europea, ni la Organización Internacional del Vino los define como hace con los naturales, ecológicos o biodinámicos, entonces son las estrategias de marketing las responsables de hacerlo, empleando para ello términos como “producción limitada”, “vino exclusivo”, “vino de altura”, “vino de garaje”, “vino de paraje”, “vino de jardín” o “vino singular”. Y como no hay nadie que regule estos conceptos, frente al arte de vender está el arte de conocer y disfrutar con conocimientos propios, sabiendo lo que se quiere y no dejándose engañar