Por Jesús Rivasés, columnista, tertuliano y escritor
Estados Unidos es el país del mundo que más vino consume, en términos absolutos, claro. Francia, Italia, España y algún otro país están por delante en consumo per cápita, pero en volumen el mercado estadounidense está por delante de todo y así seguirá hasta que el chino le supere.
Los estadounidenses consumieron en 2020 un total de 33 millones de hectolitros, frente a los 24,7 de Francia, los 24,5 de Italia y los muchos más modestos 10,1 de España. Sin embargo, las alarmas se han disparado en los Estados Unidos, como apuntaba hace unas semanas The New York Times, que se hacía eco del informe anual “State of de US Wine Industry”, que presentó públicamente Rob McMillan, vicepresidente ejecutivo del Silicon Valley Bank y uno de los analistas del mercado del vino más reputados en aquel país. La gran preocupación del sector es que han detectado que los “millennials” no beben lo suficiente o lo que esperaba el mercado.
Eso se combina con el envejecimiento de los “baby boomers”, que ya rozan la edad de jubilación, lo que equivale a una edad y una situación en la que el consumo –sobre todo ciertos consumos- desciende de forma considerable. Los “millennials” son la generación de los nacidos entre 1980 y 1995, algunos ya cuarentones o a punto de serlo. En primer lugar, son mucho menos numerosos que sus padres y, por otra parte, por distintos motivos tienen otras opciones favoritas antes que el vino. Son modas y costumbres, pero con impacto real. En el horizonte aparece la “generación Z”, de los nacidos después de 1995, pero son todavía demasiado jóvenes para que sus hábitos de consumo de alcohol puedan clasificarse. McMillan es tan pesimista que piensa que en la próxima década las ventas de vino en Estados Unidos podrían llegar a caer hasta un 20%, al mismo tiempo que admite que no tiene una fórmula mágica para persuadir a los “millennials” del atractivo de beber vino.
La cerveza artesanal y las bebidas espirituosas –en cócteles sobre todo- parecen ser la gran competencia del vino entre los jóvenes y ya menos jóvenes, mientras que el vino todavía es la opción favorita para los mayores de 60 y 65 años, que fueron los protagonistas del auge en vertical del consumo en los Estados Unidos. McMillan también encuentra otra explicación al cambio de hábitos: el precio del vino y los recursos económicos de los “millennials”. La diferencia de precio entre una cerveza industrial y una artesanal son unos pocos dólares, mientras que entre un vino corriente y uno bueno pueden ser decenas. La preocupación de los actores del mercado americano del vino coincide con el teórico auge de los llamados vinos “de colores”, entre los que destaca “el vino naranja”.
Desconocidos hace un cuarto de siglo son, en la práctica, vino blancos que se han elaborado con las técnicas utilizadas para hacer vinos tintos. Eric Asimov, el crítico del The New York Times, lo resume en una expresión “los vinos naranjas son los inversos de los rosados”. Podría parecerlo, pero no son un invento americano sino italiano, sus vinos ámbar o de piel blanca. Los expertos están muy divididos sobre su calidad y mientras que algunos califican –a los mejores- de deliciosos otros –quizá la mayoría- opinan que se trata de una moda pasajera. Lo que sí es evidente es que son diferentes. En Italia se han abierto camino y también en Estados Unidos, sin olvidar Georgia, la exrepública soviética en donde también hay una producción notable. En España no es fácil encontrarlos y por el mismo precio –entre 25 y 30 euros- hay mejores y casi infinitas opciones, pero para los curiosos y los amantes de nuevas experiencias, algunas sugerencias: Monastero Suore Cistercensi Lazio Coenobium Ruscum 2019, Montenidoli Vermaccia di San Gimignano Tradizionale 2019 y COS Terre Siciliane Pithos Bianco 2020. Nadie pretende convencer a nadie, tan solo ofrecer sensaciones novedosas. Lo dicho, los “millennials” y el vino de colores.