“En casa siempre había un garrafón de vino de Valderas (León) y, a veces, de Toro”
Por Manuel Herrera
Víctor Manuel es un hombre bueno, de pocas palabras pero directas. Con él, siempre es un placer conversar y aprender de la vida. Cuando con mi padre al volante, mi familia iba al campo en un Citroën GS blanco, teniendo yo menos de diez años, escuchábamos en cassette “Luna” o “Por el camino”. Yo quería ser “El flautista de Hamelín” y no entendía aquello de “Déjame en paz”. Al final me he conformado con tener un vino que se llama “Bailarina”, que no es poco… Y como dice Ana: “No hemos podido cambiar el mundo, pero sí hemos consguido que el mundo nos cambie a nosotros”, que es mucho… Los títulos y las letras de sus canciones dan para mucho. Hasta para formular algunas de las preguntas de esta entrevista.
Hola Víctor, ¿cómo estás y cómo están los tuyos? Esta situación nos pasará factura… ¿Qué se siente al saber que tanto tus canciones como las de Ana nos han acompañado a muchísimos en los momentos más duros de la pandemia?
La verdad es que uno escribe o canta canciones para que le quieran. A veces, las canciones llegan más lejos, trascienden el momento y se instalan en el disco duro de la gente. Es en ese momento cuando tienes una cierta sensación de “inmortalidad”.
¿Has pensado “a dónde irán los besos” que hemos tenido que guardar y no dar en esta pandemia? ¿Y ese “quiero abrazarte tanto”? ¡Qué falta nos hace! ¿Verdad?
La cantidad de besos y abrazos que se han ido al limbo en estos meses… Eso mismo pensaba cuando escribí la canción… Las muchas veces que regateas un beso y un abrazo…
¿Estamos ahora más solos, más abrazados a nuestro silencio? En un mundo tan polarizado, ¿de verdad “cabemos todos o no cabe ni Dios” ya?
Estamos tan solos como siempre… O acompañados en tanto nos dejamos acompañar. No es fácil encontrar el equilibrio; nos gustaría elegir en cada momento la dosis, pero no es fácil. Socialmente aceptas unas reglas de convivencia y tratas de encontrar tu equilibrio.
¿Has cocinado más que nunca en este estar encerrados? ¿Has descubierto algún vino? ¿Qué vino te pedía el cuerpo?
He cocinado por obligación, porque no me gusta nada. La primera parte del encierro la vivimos solos, con las obligaciones de cada uno debidamente repartidas. Yo, por ejemplo, no sé planchar. Nunca he tenido la necesidad de hacerlo, si no ya me hubiese buscado la vida. Y no, no he descubierto ningún vino. Para eso hay que salir de casa y, aparte de comprar el pan y el periódico, poco más he hecho.
¿Y qué tal has estado de inspiración a la hora de escribir? Porque también escribes poesía, y no solo las letras de tus canciones… ¿Es posible que el artista sufra porque “lo que no le gusta no existe”, como dijo un amigo tuyo al que conocí?
La inspiración, fatal. Ni un verso, ni una melodía… Meses perdidos. Solo escribo canciones, no estoy dotado para la poesía, que es un escalón superior. Siempre que escribo trato de encontrar algo nuevo, que no haya escrito antes, aunque no siempre lo consigo. Lo que te enseña el oficio es a no entrar en caminos que no llevan a ninguna parte. Adivinas si eso que estás tratando de escribir tiene futuro o nace muerto. Y si lo acabas, sabes si tienes que olvidarlo o guardarlo en un cajón.
Tu libro “El gusto es mío” realiza un “recorrido por los sabores y recuerdos de mi vida”. ¿Sabías que, al leerlo, todos nos transportamos a esos lugares donde hemos sido felices? ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?
La memoria olfativa, gustativa… Es un desencadenante de emociones con un poder de evocación comparable al de la música, que es más potente y, para mí, más desarrollado. Cualquier tiempo pasado fue anterior. No me inclino a la nostalgia y sí a una cierta melancolía. Cuando has tenido una infancia feliz es una experiencia insuperable.
¿Quién cocinaba en tu casa cuando eras chico? ¿Qué olores y sabores te vienen? La leña, los pucheros…, y el vino. ¿Qué recuerdos tienes?
Los hombres entraban en la cocina para destapar una olla y ver lo que iban a comer. La cocina era cosa de madres y abuelas. Recuerdo la cocina de la abuela María, prácticamente sin sal y con laurel en casi todos los platos. En casa siempre había un garrafón de vino de Valderas (León) y, a veces, de Toro.
En casa siempre te he pillado cocinando… ¿Qué tarareas mientras cocinas? ¿Qué cocinamos hoy y con qué vino lo tomamos?
Yo no canto nunca en voz alta cuando cocino, lo hago interiormente desde que me levanto. Cocino escuchando la radio y hoy podríamos cocinar un briket (pecho de ternera) y rellenar tortillas mexicanas para toda la familia. Y, para esos tacos, un vino de Toro: Gago.
Eres hombre de ir al mercado, sé que te encantan… ¿Cuáles te han enamorado de aquí y de allá? ¿Se te ha olvidado mencionar alguno en tu libro? ¿Cuántos kilómetros has hecho para ir a algún mercado?
Es más fácil encontrarme en un mercado que en una iglesia. De aquí, me quedaría con el Mercado Central de Valencia, con el de Cádiz… Por el mundo, me quedaría con el Mercado de la Grasa, en Périgueux (Francia), con el de la Trufa en Lalbenque (Francia), el del 25 de Junio, en Cuenca (Ecuador), el de San Juan, en Ciudad de México (México)… He dejado muchos fuera del libro y, muchas veces, me he desviado de una ruta para llegar a un mercado, pero nada como agarrar el coche un miércoles y salir de casa a las 4 de la madrugada para llegar al Mercado de Ordizia (Guipúzcoa) a las 8 de la mañana y asombrarte.
Danos una canción tuya que sea redonda, por favor, para cada uno de estos vinos: Un Jerez viejo, un Porto olvidado y un buen Syrah, que sé que te gusta…
De Jerez, elegiría un oloroso Río Viejo y la canción “Asturias”. De Porto me quedaría con Barros Vintage Port 1982, que armonizaría con “Soy un corazón tendido al sol”. Finalmente, para ese Syrah, “No hemos inventado nada”.
El título de tu último disco es “Casi nada está en su sitio”. ¿Se ha descolocado todo todavía más? ¿Cómo se puede colocar ahora todo un poco mejor? Por cierto, un día me dijiste que en estos tiempos menos es más. ¿Valoramos más las cosas sencillas ahora? ¿Nos puede llevar esta situación a ser un poco mejores?
Todo está bastante peor que cuando edité mi último trabajo, más descolocado, aunque sin la pesadilla Trump. No saldremos mejor de esta porque la pasta de la que estamos hechos es la misma y raramente miramos más allá de nuestro ombligo. Y sí, menos es siempre más.
Para despedirnos, volvamos a tu libro. Hay tantos detalles y cosas bonitas que estas líneas se quedan muy cortas. He tenido que pararme en muchas páginas por la cantidad de información que proporcionas.
De comer rape y almejas en Loliña a sitios actuales de bocadillos; de las mejores conservas para hacer bacalhau dourado.
¡Gracias! ¿Para cuándo el segundo?
Podría escribirlo ya, pero ahora me apetece cantar un rato… Me despido de Víctor con “medio” abrazo y le pido que me avise para acompañarle a algún mercado perdido, de esos cuyos olores y colores ya tenemos en la memoria.
Última hora de la tarde
Saint-Émilion (Francia), con Ana y amigos.
A Poniente (El Puerto de Santa María, Cádiz) o La Salgar (Gijón), con el vino que ellos quieran.
Perdiz en salmís con un tinto de Cariñena o Jumilla con carácter.
Mi primer viaje a Jerez y mi firma en una bota.