Por Manuel Herrera
Propietario de Finca Herrera Vinos y Viña Española Consultoría
Reconozco mi plagio a Arturo Pardos, Duque de Gastronia, quien me reveló esta máxima: “Enos (oinos), del griego vino, y crito (krites): el que juzga, el que separa lo bueno de lo malo”. Por lo tanto, enócrito sería el que juzga los vinos. Yo podría considerarme un enócrito. Soy juez en concursos internacionales, y es lo que tiene, hay que poner puntos. Arduo trabajo después de sesiones de más de cuarenta vinos que se catan a ciegas, solo sabiendo la añada y poco más.
En mi opinión, a partir de 40 vinos, el catador ya está cansado, sobre todo, si lo que hace, lo hace según la ‘vieja escuela’. En una dura jornada de cata, uno pone concentración y corazón en busca de virtudes en los vinos y no defectos (al menos yo). Sin embargo, acabo contento por el buen trabajo en equipo, y a veces sorprendido y feliz porque algún vino ‘singular’ triunfe, ya que lo hace más emocionante que cuando sucede con vinos más ‘perfectos’, vinos de manual.
En cuestión de jueces, hay de todo tipo en la viña del señor, pero sorprende la coincidencia en los puntajes. Y siendo de la parte del mundo que seamos, cuando se cata con una diferencia de uno o dos puntos máximo, y a ciegas, mola. No debemos catar primando nuestro gusto, sino dando protagonismo al vino. A veces, maderas o estilos nos hacen “discutir”, pero siempre hay acuerdo y acabamos siendo hermanos de vino y grandes amigos.
Con bravura yo defiendo la fruta, la finura en el vino, y una buena armonía. Y con bravura defiendo la cata ciega. Es la mayor cura de humildad para un vino y, sobre todo, como decía mi querido padre Pascual: “la mayor cura de humildad para un catador, para un enócrito”. Dicho esto, vamos al lío. Existen enócritos que catan más de 100, incluso 200 vinos en una mañana a etiqueta vista, cosa que asombra. He oído cosas sobre vinos, buenas y malas, totalmente sorprendentes, de auténtica bola de cristal, donde adivinan mágicas elaboraciones y crianzas, orientaciones, alturas y laderas…
Y ahí estamos, que uno sin más de 91 o 92 puntos no es nadie, no vendes, no eres de la “pandi”. Es cierto que son empresas privadas, libres de catar como les plazca y puntuar con mayor o menor cariño entre los involucrados pero, ¿de verdad hacen un favor al vino? Me pregunto por qué la mayoría de las grandes etiquetas no se presentan normalmente a los concursos. ¿Por miedo a no ganar? No sé, pero persiguen puntos como locos.
Existen guías que no guían, pero puntúan con fervor. Si tienes 90 puntos estás en la cuerda floja. En cambio, con esos mismos puntos eres un ‘orazo’ en alguno de los mejores concursos internacionales y entre miles de vinos del mundo. Y hablo de los mejores certámenes del planeta, no de pequeños concursos nacionales que proliferan como setas, donde el rigor brilla por su ausencia. Quien quiera, que se dé por aludido. Después de todo, nos conocemos y sonreímos amables (la gente del vino somos terriblemente educados).
Yo respeto mucho cada vino porque casi siempre hay mucho trabajo detrás. Pero debemos creer en la decencia, honradez y pulcritud de los dueños de guías y concursos para no “equivocarse” en ninguna suma. Quizá todo se mueva por la pasta, iluso de mí... A lo mejor deberíamos beber más vino con más tranquilidad y cariño y fijarnos menos en los puntos y en las medallas. O por el contrario, ¿debería dimitir de mi humilde condición de enócrito y venerar a los verdaderos gurús? ¿Debería cambiar lo que me han enseñado para hacer vinos con muchos puntos, más perfectos, pero menos emocionantes?
Jamás volveré a tomar un vino en vaso o en porrón, no digamos ya en bota. En fin, mis sueños acabados. Ya no andaré por el filo de la navaja para conseguir ese vino que persigo. Iré a por los 99 puntos como único objetivo, que 100 son demasiados... (Continuará ...)