Por Manuel Herrera
Propietario de Finca Herrera Vinos y Viña Española Consultoría
Mi amigo Jordi Melendo, mi maestro y guía en el champagne, me hizo reflexionar sobre la primera parte de mi artículo. Y es que mucho hablar de puntos y medallas, pero me faltó hablar de la percepción, de lo subjetivo. En el vino hay mucho de esto. Pregunta de Washington Post: “¿Sería capaz la belleza de llamar la atención en un contexto banal y en un momento inapropiado?” El virtuoso y magistral violinista Joshua Bell fue ignorado mientras tocaba en el metro. Fue muy capaz de llenar auditorios, pero nadie hizo ni pajolero caso al pobre Joshua en el lugar no adecuado... ¡Y eso que tocaba con un Stradivarius de 1713 valorado en 3,5 millones de dólares !
Si nos ponen cinco barcos iguales en el horizonte a varias personas y nos preguntan cuál de ellos es el más grande, ¿qué diríamos? En cuanto alguien diga que “el quinto es el más grande,
sin duda”, la mayoría le daría la razón y opinaría lo mismo. ¿Qué pasa con el vino? ¿Cuál es el vino más grande? ¿Tenemos “etiquetitis”? ¿Hay vinos con música? ¿Si le han dado muchos puntos o tiene medalla de oro nos va a saber mejor? ¿Nos descubrirá algún amigo enócrito o gurú si damos un cambiazo y rellenamos una gran etiqueta con un vino común?
Creo que cualquier vino corriente puede ser el mejor en buena compañía, en el lugar y el momento adecuado, y no digamos ya con algo rico de comer. “El vino está bueno hasta con jamón”, decía mi abuelo Pascual. Cualquier vino tinto mejora ostensiblemente con un bocadillo
de sardinas en aceite (pruébenlo, por favor) y no hablo ya de que nos la “den con queso”...
Y es que un vino está más rico con ensaladilla rusa de la tasquita o hablando con un pastor en el campo con un poco de pan y chorizo. Sería difícil mejorar esa copa de Chenin Blanc surafricano en esa puesta de Sol, mirando el viñedo y con la Table Mountain de Cape Town al fondo. Aunque seguro que ese vino nos diría bastante menos en otras circunstancias menos ‘favorables’. O esa copa de Malvasía junto a mi padre en su 70 cumpleaños, viendo también ponerse el sol en los Arribes del Duero. O una copa de Viña Pedrosa junto a mi abuelo (gran amigo de los hermanos Pérez Pascuas), viendo un partido de fútbol. O el vino de mi boda.., porque sigo felizmente casado. La manzanilla no se estropea al pasar Despeñaperros, lo que pasa es que nos parece ‘única’ tomándola en Sanlúcar mirando a Doñana y con unos langostinos.
Cualquier vino mejora con música -sea o no de violín- y mirando un bonito cuadro. Y cuando nos emocionamos con una película, ¡¡ese trago de tinto nos sabe a gloria bendita!!Lo de “gloria bendita” y lo de que “se pare el tiempo con un capotazo de Morante” (si es con la bota de vino al hombro mejor ) se lo copio a mi amigo Alvarito Palacios.
No juzguemos tanto y disfrutemos más. No guardemos tanto vino para el mejor momento sino que abramos ya la botella para que ese momento de abrirla sea el mejor, como dice mi amigo Leo Castellani. Es indudable que las grandes y clásicas bodegas hacen grandes vinos, pero también algunas los hacen malos y se aprovechan de su etiqueta. ¿Qué es de los pequeños productores que hacen buenísimos y emocionantes vinos y que son poco conocidos? 17 sobre 20 no parece lo mismo que 85 sobre 100, ¿verdad? Dejo abiertas muchas preguntas. Pueden intentar contestarlas tomando el vino que más les guste. Pero, por favor, tómenlo siempre en un lugar, compañía y momento adecuados para que ese vino sea el mejor. Dejémonos de puntos. Y sí, he repetido mucho las palabras “amigos” y “vino” en este artículo. Por algo será.