Por Alberto Matos, director editorial de Vivir el Vino
España ha sido tradicionalmente definida como un país de tintos, aunque lo cierto es que la evidencia histórica no parece refrendar tal definición. Ya en el siglo XVII, la producción de blancos era muy superior a la de tintos. Unos vinos, estos últimos, que se utilizaban para “teñir” a los primeros –de ahí su nombre en las lenguas castellana y portuguesa- con el fin de adaptarse al gusto por los claretes desarrollado en Inglaterra. A día de hoy tampoco se puede decir que seamos un país de tintos. Al menos, no en exclusiva. En 2021 y de acuerdo con el Ministerio de Agricultura, España contaba con un total de 945.578 hectáreas de viñedo. De esta superficie, un 47% estaba ocupada por variedades blancas, con las que se elaboró un porcentaje similar de vinos blancos. Desde 2010, el valor medio de este tipo de vinos en el mercado también ha crecido. Concretamente, un 6,1%, mientras que el volumen lo ha hecho un 2%, según datos del Observatorio Español del Mercado del Vino (OeMv). Mucho más espectacular es el incremento experimentado en el canal alimentación, donde el vino blanco pasaba de acaparar, también en 2010, un 20% del valor total al 30% actual, y de abarcar una cuarta parte del volumen a más de un tercio. Una tendencia positiva que también se observa en las exportaciones. Con estos datos, no cabe duda de que los vinos blancos están de moda. Mucho más que los rosados, que no terminan de despegar si atendemos a las cifras. Y lo están, entre otras cosas, porque han logrado convencer tanto a los jóvenes como a las mujeres. También a los hombres en denominaciones de origen como Rueda, donde ya representan al 50% de los consumidores. Esta corriente sigue la estela de países como Estados Unidos, donde ya no se solicitan solo blancos jóvenes, sino que también se decantan por crianzas en madera y vinos de guarda en botella. A ello contribuyen críticas como la de Eric Asimov, colaborador de The New York Times, que calificaba los txakolis como los vinos españoles que más seducen a los estadounidenses. O los 100 puntos Parker que The Wine Advocate concedía este año a Sorte O Soro 2020, el Godello que Rafael Palacios elabora en Valdeorras. La creciente demanda de vinos blancos ha propiciado que, por ejemplo, denominaciones de origen como Ribeira Sacra, tradicionalmente certificadora de vinos tintos, sobre todo de Mencía, se haya planteado apostar firmemente por la Godello, que hoy apenas ocupa un 7% de su superficie. No muy lejos de allí, en Rías Baixas, la irrupción de grandes bodegas alentadas por la fiebre por los blancos, sumada a la pertinaz sequía registrada este verano, ha provocado que los Albariños se hayan agotado prácticamente y que, por primera vez en la historia, el precio del kilo de esta uva se haya pagado a 3 euros. Muy lejos de los 1,8-2 euros del año pasado. Una situación que ya ha puesto sobre la mesa la posibilidad de ampliar la superficie de viñedo conquistando nuevas subzonas y que, si no se gestiona de manera correcta, podría provocar que esta y otras regiones productoras acaben muriendo de éxito