Por Alberto Saldón, director de Marketing en Bodegas LAN, grupo SOGRAPE España
Mañana fría, niebla en el campo, la humedad agarrota las manos hasta casi impedir ser preciso con las tijeras de poda. Seis hectáreas por delante, tres mil cepas por ha, más de cien mil cortes de poda bajo el gélido aliento del viento del Norte… Arranca un nuevo día como quien comienza un relato épico. Casi un thriller.
La narrativa inicial les puede resultar exagerada -sin duda intencionadamente-, pero si quieren leer algo absolutamente terrorífico, dediquen cinco minutos a esta historia del vino que hoy les quiero contar. El campo, en cualquier extensión de su significado, y aún con los avances tecnológicos y técnicos, es duro. Es su naturaleza. Quien lo elige ya sabe sus reglas del juego, sus pros y sus contras.
El trayecto entre el sector primario y la producción y comercialización de vino tampoco es un camino de rosas. Al cambio climático, con sus extremos y consecutivos sucesos de nieves, sequías, volcanes y otros tenebrosos episodios de nuestro planeta, hay que sumar la incertidumbre de nuestro presente. Vivimos en un entorno complejo, ambiguo y volátil. Pandemias y guerras que generan tensiones y crisis económica, y un mundo digital que cambia inesperadamente las reglas a golpe de clic. Ese es el marco, ese es el terreno de juego en el que competir. ¿Empiezan a sentir el terror? Añadan al guion una oferta atomizada, poco cualitativa y rendida al margen, al céntimo, que adolece de recursos y profesionales para desarrollar marcas, competir internacionalmente y ofrecer valor añadido como estrategia del desarrollo del negocio de nanomicroempresas* familiares.
Sin duda, la cosa va de miedo… ¿Pero acaso los héroes de Esparta no sentían miedo en la batalla de las Termópilas? ¿Y no lucharon? Suenan tambores de crisis, afilen sus ideas y estrategias porque llega tiempo de lucha y resiliencia, nuestro sector bien merece la pena. España, primer viñedo del mundo y tercer productor mundial, debe seguir trabajando en una estrategia basada en la calidad y diversidad del vino nacional. Que recupere la cultura del vino como elemento vertebrador entre viticultores, productores y consumidores, que ponga en valor la identidad y origen y que simplifique sus mensajes para llegar mejor y a más personas. Debemos crear alianzas que apoyen nuestra cultura, turismo y gastronomía -porque todo eso es el vino-, que combatan las amenazas inquisidoras de las nuevas ordenanzas de la UE.
Y debemos hacerlo rápido porque el viento no sopla a favor y cada vez será más difícil mantener el vigor para dar la cara. El desenlace de esta no-ficción está en nuestra mano, podemos bajar los brazos y dejarnos llevar o tratar de escribir un capítulo más en el libro del vino español. Es un trabajo común, de marca país: unámonos como aquellos espartanos y sigamos remando para aportar, en la medida de nuestras posibilidades, nuestro impulso a la cadena de valor vitivinícola española. Ya lo ven, lo de podar es lo de menos.
*Leía al gran Salvador Manjón, reconocido sabio estadista del vino español, que de las más de cuatro mil bodegas españolas existentes, el 85% tiene menos de tres empleados.