Por Santiago Jordi, presidente de la Unión Internacional de Enólogos
Otra aberración más y no sabemos cuántas más vendrán, ni la magnitud de las mismas. Lo digo con conocimiento de causa, porque cuando viene de Europa y es algún tema relacionado con el vino, el sector se resiente de forma preocupante y difícilmente reversible. E
n este caso, el Parlamento Europeo creó en 2020 un comité especial de Lucha contra el Cáncer (BECA, por sus siglas en inglés), cuyo objetivo principal es el de combatir esta dramática enfermedad. Hasta ahí no creo que haya un único ser sobre la tierra que esté en desacuerdo con la creación de un grupo de especialistas que combatan esta tremenda lacra, que en cualquiera de sus modalidades, tanto está haciendo sufrir a la humanidad. Lo que realmente no se puede compartir desde el sector del vino es la forma en la cual están tratando o pretenden afrontar esta problemática. Para ello han aprobado un informe de 196 artículos con medidas preventivas y directas, relacionadas sobre todo con hábitos y dietas saludables.
Una de ellas, de forma muy concreta, pide textualmente “incluir avisos sanitarios en el etiquetado de bebidas alcohólicas”, a través de sus artículos 15 y 16, así como gravar un considerable incremento de impuestos sobre las mismas. De esta forma se pretende incluir en los etiquetados de las bebidas alcohólicas notificaciones tan significativas como “Beber mata” o “ Beber crea adicciones”; y quién sabe si acompañándolas de documentaciones gráficas tan traumáticas como las que aparecen en los paquetes de tabaco. A mi entender y al del sector, aquí radica la gran diferencia y una parte importante del problema. Se está comparando con una droga adictiva, como es el tabaco, con consecuencias fatales y con vinculación directa y demostrada con cuantiosos tipos de tumores.
Está demostrado que el consumo de la nicotina en pequeñas o grandes dosis es letalmente perjudicial. Hemos pasado, en tiempos no muy lejanos, de considerar el vino incluso como una medicina a considerarlo una droga adictiva, cuando la verdad es que el vino es un alimento con cuantiosos beneficios que redundan y repercuten en nuestra salud con un consumo moderado, tal y como siempre se ha considerado en la legislación de todos los países productores. Para ello sostengo mi reflexión en la tan conocida “paradoja francesa”. El estudio, que llevó a cabo en 1990 la Organización Mundial de la Salud a raíz de la baja tasa de mortandad por accidente cardiovascular de los franceses - grandes consumidores de vino tinto-, sacó a relucir las propiedades del “resveratrol”, entre otras moléculas y componentes del vino, descubriéndose este como un poderoso antioxidante, de los más fuertes jamás conocidos, con una alta capacidad de inhibir los radicales libres. No se puede ni se debe permitir la publicidad engañosa en torno al vino y meter por tanto en el mismo saco a una bebida fermentada con otra de alta graduación alcohólica, procedente de destilados.
Son dos productos totalmente diferentes. Estoy totalmente de acuerdo con la información veraz que pueda aparecer en el etiquetado, pero no se debe permitir considerarlo tal y como lo estima la BECA, porque puede incurrir en unos daños irreversibles al sector, actuando de esta forma tan generalizada y engañosa. El problema de todo esto, y como os digo, radica en la engañosa publicidad a las generaciones más jóvenes, cargadas ya de por sí y desde hace tiempo con la información de que el vino es una droga o comparándolo con los alcoholes duros proveniente de los destilados. Sería obligatorio, como alimento que es, dar a a conocer las bondades de una bebida milenaria y originaria de la cuenca mediterránea, que además de ser cultura y patrimonio líquido mediante un consumo moderado, lo disfrutas y ayuda a prevenir diversas enfermedades, además de poder alargar tu vida disfrutando de una bebida natural sin igual.