Por Jesús Rivasés, columnista, tertuliano y escritor.
Iker Andrés, responsable de enoturismo de Bodegas Otazu y artífice de la iniciativa Otazu Private Cellar, que permite crear a cada uno su propio vino, afirma que “el vino es la única obra de arte que te puedes beber”. Es lo que debieron pensar los alrededor de 4.000 participantes, previo pago -y no barato-, procedentes de todo el mundo que formaron parte, a mediados de octubre, de la 42 edición del acto anual que organiza la revista Wine Spectator en Nueva York, que porfía para arrebatarle a Londres la capitalidad mundial del vino, penalizada por el Brexit.
La publicación americana, fundada por Bob Morrisey en 1976 y luego adquirida por Marvin R. Shanken, es prescriptora en el mercado del vino y su ránking de los 100 mejores vinos del mundo es uno de los más seguidos. En 1986 también organizó el llamado Wine Spectator Wine Tasting, para celebrar el décimo aniversario de la histórica Cata de París de 1976, en la que los vinos del Valle de Napa (California) superaron a los franceses, para asombro de todos, incluidos los catadores, en una cata ciega.
En Nueva York, justo al lado de Times Square, los participantes probaron un total de 339 de los mejores vinos del mundo, procedentes de 263 bodegas, servidos de 16.872 botellas diferentes en ¡42.582! copas que, quizá, contenían otras tantas obras de arte, tan efímeras como satisfactorias. En el seminario participaron las principales y más afamadas bodegas, desde las históricas francesas a una uruguaya. En total, vinos procedentes de 14 países: Argentina, Australia, Austria, Canadá, Chile, España, Estados Unidos, Francia, Israel, Italia, Nueva Zelanda, Portugal, Sudáfrica y Uruguay.
Estados Unidos, Francia e Italia eran los países con más representación, pero la española también fue notable, con un total de 18 bodegas: Beronia, Numanthia, Bodegas y Viñedos Alión, Alto Moncayo, Avancia, El Nido, Muga, Vega Sicilia, CVNE, Dominio de Pingus, Familia Torres, La Rioja Alta, Marqués de Cáceres, Marqués de Riscal, Merum Priorato y Scala Dei. La lista de los vinos sería interminable y, por supuesto, incluiría a los mejores del mundo, desde un borgoña “grand cru”, como el Corton-Pougets Domaine des Héritiers (2017), hasta un Châteauneuf-du-Pape, como el Château de Beaucastel, sin olvidar el clásico Château d’Yquem, en este caso de 2005, el Brunello di Montalcino Riserva 2015...
Champagnes entre los que figuraban un Bollinger Brut o un muy agradable Pol Roger Cuvée Sir Winston Churchill que, como le gustaba al político que le da nombre, es ideal para ser bebido en cantidades generosas. Entre los vinos españoles destacaban tanto los históricos como el Vega Sicilia Único de 2013, un Marqués de Cáceres Gran Reserva de 1991, el más reciente Flor de Pingus de 2020, al lado de otros más novedosos como el Campo de Borja Veraton de 2020 o el Avancia Godello Valdeorras de 2021.
La participación española también se extendió a la presencia en un coloquio del cocinero José Andrés que, junto a otros chef como -celebridades en Estados Unidos pero menos conocidos en Europa y, sobre todo en España- Emeril Lagasse, Eric Riper y Danny Meyer, defendieron con entusiasmo que el “vino está hecho para comer” y aportaron cuatro platos para degustar y demostrar la veracidad de sus afirmaciones.
Toda una auténtica fiesta, con su punto de desmesura, del vino, de la que quizá, con todas las limitaciones, deberíamos tomar nota y, sobre todo, conocer más y mejor los vinos de otros lugares, que los hay magníficos, y de los que también se puede aprender. El vino es muchas cosas pero, sobre todo, tradición, cultura y disfrute. En Wine Spectator cuentan que Lamberto Frescobaldi, el alma del Masseto toscano, dijo en Nueva York que “nuestro trabajo –el de los bodegueros- no es hacer un vino perfecto. Es hacer un vino emocional”. Y Pierre-Henry Gagey, expresidente saliente de Louis Jadot, apuntó que “se necesitaron mil novecientos años para desarrollar los viñedos de Borgoña”.
Quizá no sea fácil, ni tampoco barato, pero acudir a la cita anual de Nueva York –hasta que haya una réplica hispana- del seminario del vino es, sin duda, una experiencia inolvidable, en la que se pueden beber –y comer- bastantes obras de arte, “la única que se puede beber”, como dice Iker Andrés.