
Por Jorge Hernández Alonso | @chefkoketo
Sopla el viento que quiebra las tardías espigas, murmuran al son del cercano invierno. El frío hiela las manos que se cubren de crueles sabañones. Las brasas comienzan a calentar la olla de hierro fundido, el humo asoma y el olor escapa de la marmita. Es hora de apagar el sonido de las tripas, que tras exigentes jornadas se muestran quejosas… El guiso está preparado. Ataca con ansia la cuchara de madera sobre los gazpachos manchegos, llega el sosiego.
Los gazpachos manchegos se escriben con “ese”, note y subráyese esa letra denominando plural necesaria, aunque no suficiente, para su descripción. No se trata de una sopa de tomate estilo andaluz. Si eso es lo que buscas, estás tan despistado como Papá Noel en las rebajas de junio.
Pastores, cabreros y labriegos
Los gazpachos manchegos son platos de supervivencia, de los que los lugareños acostumbraban a ingerir para soportar las duras y prolongadas tareas del campo.
El oficio era duro, exigente y la comida tenía que reponer el cuerpo, sofocar el alma y deleitar el paladar, por ello recurrían a lo que encontraban más a mano: caza, setas, caracoles, pan… Algo similar al origen de la paella valenciana.
También conocidos como galianos, son platos castellanos, un guiso caliente y caldoso que es servido sobre una torta de pan sin levadura o bien acompañado de ésta desmigada. En su elaboración se aceptan todo tipo de ingredientes, si bien los habituales son de caza menor como la liebre o la perdiz, pero también puede llevar pollo, conejo, setas de cardo o níscalo en temporada. Pero podrás encontrarlas de pescado y marisco si te arrimas a las costas de Valencia.
Ecos de El Quijote
Es posible que este plato fuera el que diera lucidez a Don Quijote en su regreso a Barcelona, pues la obra narra cómo pasó la sierra en compañía de los cabreros y sus comidas… Sin embargo, en la obra de Don Miguel solo hay una mención a los gazpachos. ¡Pardiez! Es despectiva, deleznable, como vuecencia podrá observar en conchabanza del escritor:
“Más quiero hartarme de gazpachos que estar sujeto a la miseria de un médico impertinente que me mate de hambre, y más quiero recostarme a la sombra de una encina en el verano y arroparme de dos pelos en el invierno, en mi libertad…”.
En un Manjar de La Mancha...
Los Gazpachos manchegos son el exponente de la virtud más noble del ser humano, inherente a las buenas gentes trabajadoras: “la humildad”. Si la combinamos con el talento de la lumbre, el frío entorno, la necesidad de salvaguardar la fatiga y el ingenio, convierten un plato sencillo en un manjar de La Mancha, lugar del que siempre me quiero acordar.
En Cuenca recibe el nombre de gazpacho pastor, la receta es la misma y por supuesto cuenta con la torta de cenceña (pan sin levadura), pero la diferencia es que en su elaboración se deja evaporar el caldo hasta que se consigue una mezcla densa.
La torta de cenceña es un pan ácimo de forma redonda y delgada, a punto de resquebrajarse ante pequeños golpes, su integridad es casi imposible. Su origen escrito está en la tradición judía y es muy similar a los rotis indios o chapatis. Sin embargo, cuando queda expuesto al sabroso caldo de la caza, su textura lo malea, lo vuelve flexible hasta el punto de ser confundido con una pasta italiana.
· 400 g de conejo
· 400 g de perdiz, 50 g de caracoles
· 75 g de setas de campo (cardo, níscalos…)
· una cebolla mediana
· 4 tomates maduros pelados y sin pepita
· 50 g de pimiento rojo mediano
· 4 dientes de ajo
· pimentón rojo dulce (opcional)
· 12 hebras de azafrán
· 25 cl de vino blanco seco
· 5 g de pimienta molida
· 5 g de tomillo
· 5 g de mejorana
· un par de clavos de olor
5 g de nuez moscada
· dos hojas de laurel
· sal
· 25 cl de AOVE
· 1,5 l de caldo de ave o agua
· 2 tortas de gazpacho
Lo ideal es elaborar el plato en una cazuela de hierro fundido grande y alta. Añadimos el AOVE y cuando alcance la temperatura colocamos la carne para que se fría la superficie (sin dejar de mover con una cuchara de madera). Retirarla a una fuente. En el mismo aceite añadimos el ajo, cuando comience a dorar, añadimos la cebolla y una pizca de sal.
Una vez comience a estar pochada, colocamos el resto de las verduras finamente cortadas dejando unos 5 minutos todo junto y el vino blanco dejando que se evapore unos 15 minutos. Añadimos el tomate, que previamente habremos triturado, el pimentón, el azafrán y la carne, sumamos el agua (si es caldo de ave mejor) hasta que cubra todo. Es hora de poner las especias, los caracoles, las setas y dejar hervir todo junto 30 minutos a fuego medio (chup chup). Probamos el guiso y si es necesario rectificamos de sal.
Toca destrozar las tortas en trozos de 3 a 5 cm, no te esmeres, basta con que estén partidos, los sumergimos en la cazuela y dejamos 10 minutos más.
Servimos directamente en el plato o sobre una torta seca.



