
La uva Godello es una de las nuevas estrellas del firmamento del vino blanco español. Favorita de muchos de nuestros grandes enólogos para elaborar sus vinos más especiales, es una de las mejores representantes del gran salto cualitativo que han protagonizado nuestros blancos en los últimos años, símbolo de esa vuelta a lo autóctono que está definiendo los nuevos tiempos.
Procedente de las laderas del río Sil (Ourense), donde ya se cultivaba en el siglo XII, esta uva, conocida localmente como Godelho, Ojo de Gallo, Agudelo o Agudello, hasta hace unos años era una uva cultivada casi en exclusividad en Galicia, siendo la variedad más representativa de la DO Valdeorras y de la DO Monterrei. Sin embargo, en los últimos años también ha tomado fuerza en la zona de El Bierzo y, en general, en la provincia de León, convirtiéndose en una de las uvas favoritas de los amantes de los vinos blancos estructurados y con capacidad de envejecimiento.
Ha conseguido “plantarle cara” a uvas tan arraigadas en nuestra memoria como la reina del viñedo gallego, la Albariño, y se ha convertido en una opción muy atractiva frente a la Verdejo o la internacional Chardonnay. Pero, ¿cuáles son las razones para que ésta, hasta hace poco “hermana pequeña” de la Albariño, haya comenzado a brillar con fuerza?
Una de las características más apreciadas de la Godello es su capacidad de guarda y lo bien que acepta la crianza en barrica, evolucionando hacia vinos muy bien estructurados y elegantes. Menos directa y definida en aromas que otras variedades blancas, pero con una gran potencia aromática, se mueve en los registros de la fruta blanca con un fresco toque herbáceo y una muy ligera presencia floral, destacando una buena transmisión de la identidad de los suelos, en forma de mineralidad.
Pero lo que hace más especial y atractiva a esta uva son sus características en el paladar, donde se crece con una mayor presencia que otras uvas gallegas, dando lugar a vinos glicéricos, cremosos, equilibrados y bien estructurados. Su intensa acidez de juventud se suaviza con el paso del tiempo, integrándose sin perder esa fina frescura que la caracteriza.