
Empecé a trabajar de camarero en una taberna que se llamaba el Tejarejo. Allí aprendí el oficio. Mi abuelo iba a tomarse un vino para ver cómo lo hacía. Incluso mandaba a algún amigo que yo no conocía para ver si trataba bien a la clientela. Allí, a finales del 92, empecé a servir los primeros chatos, en vaso de “chiquito”. El vino que más vendíamos y que más gustaba venía en botella Rhin. Era rosado. Se llamaba Jeromín. Y no era de Valdepeñas, Navarra o Rioja, que eran los vinos que se estilaban en los bares de entonces. Era un vino de Madrid. A mi abuelo le encantaba... Luego yo lo vendía en mi primer bar, “La Rubia”. Casualidad el encontrarnos 20 años después.
Hasta hace relativamente poco en la capital, cuando en organismos oficiales se ofrecía un “vino español”, se ponían vinos castellanos o de algo más al norte, seguro magníficos, de los que yo llamo de las tres erres. Siendo Madrid epicentro castellano y también meseta, con una tradición de vinos desde los romanos, no parecía lo más adecuado, además de no presumir de nuestros vinos, no beberlos, más cuando somos la única capital del mundo que les pone nombre.
Todo empezó allá por 1948, cuando el padre de Félix, Gregorio, como buen agricultor, llevaba, con su carro y dos mulas, de Villarejo hacia Colmenar, la uva de una viña que plantó su abuelo: la de la abuela Cecilia que llamaban, unas 2.000 cepas de blanco que ahí siguen, centenarias e injertadas en tinto desde hace ya más de medio siglo. Al llegar se juntaron muchos carros y le dijeron “de aquí “p’atrás”, a dos céntimos menos el kilo”. Y el buen hombre, enfadado, se dió la vuelta. Y ese año hizo su primer vino. Ahí empezaron y fueron creciendo, alquilando bodegas como la de Quintín, la bodega de la Tía Jacoba, la del Tío Isidro... Y haciendo hasta 48 tinajas de 400 arrobas, ¡que ya era vino! Félix se acuerda de cuando su padre le mandaba en bicicleta hasta Colmenar de Oreja y Chichón, para ver cómo estaban pagando el precio de la uva. Por esas viñas que compartían los majuelos con olivos. De esa bicicleta pasó a elaborar vino y aceite, tener bodega en Campo de Criptana y vender hasta millones de litros de blanco al Grupo Age, del que fue partícipe. ”Vendíamos mucho vino, los años de buena cosecha no teníamos camiones suficientes...”. Aunque me cuenta que ha “gastado” muchos coches, ya que hacía más kilometros que todos sus camiones juntos.
Me dice que normalmente el campo te devuelve más de lo que le das, pero la experiencia y los avatares de la vida, por desgracia, hacen que esto no siempre sea así.
En el 88, al fallecer su padre, y viendo la calidad de sus vinos, empieza a embotellar con su primera marca: “Puerta de Alcalá”. Ahora manejan como verdaderos artistas, siendo Manu el autor de los vinos, variedades como nuestra única y autóctona Malvar, que sin duda han puesto en valor, y variedades que bordan como la Syrah, la Tempranillo, la Garnacha -que es bastante protagonista- y hasta algo de Moscatel, Cabernet y Merlot. Nos falta tiempo para probar sus más de dos docenas de vinos. Sin duda hay para divertirse y para aprender mucho de cata con ellos.
FÉLIX, GREGORIO Y MANUEL

Cambio el formato obligado por la timidez de estos amigos que considero familia y hablo de ellos todos juntos, porque lo están. Son un piña. Una docena de años desde que empezamos a trabajar juntos y siempre me han ayudado. Amigos desde el primer día. Son una familia sencilla. Nobles y buenos. Como sus vinos. Pero en la sencillez está la grandeza y en hacer fácil lo difícil, y con mucho trabajo, tienen el éxito que merecen. Vivieron una temporada en Madrid donde Gregorio se hizo economista y Manuel enólogo para llevar la empresa familiar e ir cogiendo el relevo de Félix que, activo a los 83, supervisa y ayuda, se toma sus chatos de Grego Crianza en el bar del Pichi, juega al mús y le gusta el fútbol. Sus marcas, aparte de lugares emblemáticos de Madrid, son nombres de la Familia. Félix, Grego, Manu, María y Purificación, a la que sus nietos llaman “Purita Dinamita” una Garnacha de genuflexión. Siete nietos, que seguro algunos seguirán con la saga. Tres erres cómo decía antes: de Roberto, Rocío y Rodrigo. Nuria y Alejandro. Manuel y Alonso. Prepárense para la cuarta generación y nuevas marcas seguro. Vienen pisando fuerte ...

De la viña y corte
Y así acaba esta historia, que ahora acaba de empezar. Han renovado su bodega, la han modernizado manteniendo su esencia y han abierto sus puertas muy ilusionados al enoturismo, a poco más de media hora de la jungla de asfalto. Han construido al lado de donde íbamos de pequeños con el cole a ver una conocida fábrica de galletas su nueva planta de embotellado y sus “dormitorios” para el vino bien refrigerados.
Los que hayan vuelto a casa por Navidad, a esa casa que recibe a todos con los brazos abiertos y que se llama Madrid, que no se olviden de brindar con los suyos con uno de sus vinos de nombre castizo, pueden recorrer Madrid con sus marcas sin darse cuenta.
Desde brindar con un Puerta del Sol al son de las campanadas hasta cantarle a La Puerta de Alcalá con su propio vino. Háganme caso; eso “de Madrid al Cielo” es nuestro, aunque a veces no nos demos cuenta... Feliz Vendimia y Vinos de 2024 a todos. Disfruten y beban Madrid con salud.