Por Alberto Matos
Algunas bodegas destacan las características únicas del entorno que las rodea, otras vinculan su narración con actividades complementarias y otras tantas se retrotraen a lo más profundo de sus raíces… Y, lo que es más importante, todas ellas logran dejar una impronta emocional en quien escucha sus historias.
Irache, el vino de los peregrinos
Fundado en el siglo X junto al trazado del Camino de Santiago a su paso por la localidad de Ayegui, el monasterio de Irache es uno de los conjuntos monumentales más importantes de toda Navarra. Sus primeros moradores, los monjes benedictinos, pronto comenzarían a ser conocidos por la elaboración de sus vinos, incluso entre los miembros de la corte del antiguo reino. Aquel lugar, producto hoy de los diferentes añadidos medievales, renacentistas y barrocos, acogía ya en 1054 el primer hospital de peregrinos de la región, que daba cobijo a los caminantes y les obsequiaba con vino tras un largo viaje que aún restaba más de 600 km hasta su destino en Santiago de Compostela. En 1891, tras la desamortización de Mendizábal, la actividad vitivinícola pasó de manera formal a manos privadas, dando lugar a una bodega inicialmente conocida como Vinícola Montejurra y que más tarde pasaría a denominarse Bodegas Irache, pues así es como se referían a ella las gentes de la zona. En 2008, después de años certificando sus vinos con el sello de la DO Navarra, recibía la calificación Vino de Pago Prado de Irache. Para rememorar su historia, la bodega instalaba a finales de la década de 1990 una fuente con dos caños. Uno de ellos ofrece agua para calmar la sed de los modernos peregrinos. La otra ofrece hasta 100 litros diarios de vino tinto joven. Eso sí, solo durante las horas en las que las oficinas de la bodega están abiertas, para evitar así los abusos observados en el pasado. La fuente dispone de una webcam a través de la cual se puede observar a los visitantes que hace uso de ella.