
En 2004 solo una bodega empleaba este varietal frente a las 15 de 2019
La variedad tinta Trepat, autóctona del territorio amparado por la DO Conca de Barberà, ha pasado de ser una uva testimonial en la zona a posicionarse como el estandarte de la mencionada figura de calidad.
Así lo puso de manifiesto Bernat Andreu, presidente de la DO Conca de Barberà, en un almuerzo celebrado ayer en Madrid. Un encuentro en el que pudieron degustarse diversos vinos tranquilos y espumosos, tintos y rosados, elaborados con esta variedad y con otras tintas autorizadas como la Merlot y la Cabernet Sauvignon y otras blancas como la Parellada, la Macabeo o la Viognier.
De este modo, la producción de vinos elaborados con la Trepat como variedad principal ha pasado de los 42.300 litros (56.400 botellas) registrados en 2007 a los 151.521 litros (algo más de 200.000 botellas) de 2019, a falta aún de calificar entre 6.000 y 12.000 litros de al menos cuatro bodegas que, en estos momentos, se encuentran en plena crianza.
Y si la producción de vinos elaborados a partir de la Trepat ha experimentado un notable crecimiento, también lo ha hecho el número de bodegas que han apostado por ellos. Si en 2004 -primer año de los que se tienen registros- tan solo una bodega se atrevía con esta variedad, en 2019 esa cifra se elevaba hasta 15, mientras que este mismo año alcanzaba las 19.
Algunas de esas bodegas son, en realidad, cooperativas vinícolas que cuentan con una larga tradición en la zona y que, tras vivir un auge destilador y sufrir los envites del éxodo rural, se vieron influenciadas positivamente con la llegada de elaboradores dispuestos a embotellar.
Actualmente, en su conjunto, ya no solo elaboran vinos rosados tradicionales, muy demandados ahora por ser ágiles, amables y fáciles de beber, sino que los tintos han ido ganando cada vez mayor protagonismo hasta alcanzar los 84.000 litros y lograr así superar a los rosados.
Ratificada como denominación de origen en 1989, Conca de Barberá también da cabida a otros varietales importados para atender la demanda que hace unas décadas solicitaba vinos con perfiles más internacionales. Hoy, esas variedades, entre las que se cuentan blancas como la Chardonnay, la Chenin o la Moscatel de Alejandría, y tintas como la Cabernet Franc, la Cabernet Sauvignon, la Merlot o la Syrah, están perfectamente adaptados a la escarpada orografía de la zona, marcada por una variedad de contrastes térmicos dependiendo de la altitud.
A estas variedades foráneas se suman otras locales que, como la Garrut (Monastrell), la Garnacha, la Macabeu o la Parellada se han ido recuperando para continuar afianzando la identidad de la zona. Una identidad que se potencia con la tendencia creciente al cultivo ecológico.