Por Santiago, Jordi, elaborador y presidente de la Unión Internacional de Enólogos
Desde que me dedico profesionalmente a este sector escucho hablar, con mayor o menor frecuencia, sobre los desequilibrios que en nuestro país se producen entre nuestro volumen de exportaciones de graneles -también embotellados- y el valor económico que se otorga a su calidad.
Hace poco leía en su blog a José Peñín, toda una autoridad del vino español y, sin duda, historia viva con enormes conocimientos y larga trayectoria. Y me di cuenta de que las reflexiones que ya compartía hace cuarenta años coinciden con las que yo hago hoy. A lo largo de todo este tiempo, la industria del vino ha crecido, transformándose de manera vertiginosa a través de la aplicación de mejoras tanto arquitectónicas como técnicas en bodega, así como de la inversión tecnológica en los viñedos. Todo ello ha repercutido directamente sobre el incremento de la calidad de nuestros vinos, pero no sobre su precio.
Mientras todo esto sucedía también entre nuestros dos principales competidores -Francia e Italia, los bodegueros y empresarios de aquellos países invirtieron en marketing, comunicación y comercialización. Los de aquí, no tanto. Quizás tenga algo que ver con una manera histórica de ser, heredada de nuestros antepasados, que en las grandes zonas vitícolas se jactaban diciendo que les quitaban sus vinos de las manos.
Y lo decían como proveedores, no como comerciantes, que es el escalón en el que se genera el precio. Nuestro país ha comercializado tradicionalmente vinos a granel a través de los puertos de salida, donde los comerciantes o extractores casi siempre tenían origen extranjero, normalmente inglés. Y eso parece permanecer todavía en nuestro ADN, aunque bien es cierto que las nuevas generaciones muestran actitudes más aperturistas a una venta más global gracias a la digitalización y las tecnologías. No obstante, aún queda mucho por hacer. Sin ir más lejos, según la American Association of Wine Economists, el 40% de las exportaciones de vino español está destinado a surtir de graneles a bodegas de Italia y Francia.
Es allí donde, con un precio en origen que oscila entre los 40 y 60 céntimos de euro, se embotellan y adquieren su valor final. Y no voy a ser yo quien descubra el valor de una botella dependiendo de su origen. ¿Alguien se imagina en qué bolsillo se queda la diferencia entre el precio en origen de un vino a granel y el precio de venta al público de un vino embotellado allí?
Nos tiene que quedar claro que el éxito y prestigio del vino español no residen exclusivamente en la calidad que elaboren sus enólogos -muy elevada, por cierto-. También están muy relacionados con las estrategias de ventas y la capacidad de convencer a nuestros clientes de que paguen por lo que los vinos realmente valen.