Por Alberto Matos
Director Editorial de Vivir el Vino
Con este número cerramos el año y, como suele suceder por estas fechas, llega la hora de hacer recapitulaciones. En este sentido, al menos en el sector del vino, 2019 podría calificarse, sin lugar a dudas, como el año de la pequeña revolución de las denominaciones de origen.
Al cierre de esta edición, el número de vinos de pago con denominación de origen se elevaba a un total de 19 tras la incorporación -el pasado 11 de noviembre- de la bodega valenciana Vera de Estenas, que se sumaba a El Vicario, Los Cerrillos, La Jaraba y Vallegarcía, reconocidas oficialmente solo unos meses antes.
También veía la luz, en este caso en junio, la nueva DO Cebreros, al sureste de la provincia de Ávila, tras cuatro años de burocracia y después de renunciar a su sueño de una denominación supraautonómica que protegiera toda la Sierra de Gredos.
Otras, por su parte, decidían modificar sus respectivos reglamentos o pliegos de condiciones frente a las protestas de determinados bodegueros que dicen no sentirse representados. En el caso de Cava, esto se traducía en el abandono de nueve bodegas, que decidían marcharse para fundar conjuntamente Corpinnat, una marca colectiva de la UE.
En respuesta, obviamente a destiempo, el Consejo Regulador de la DO Cava contempla la aprobación, para finales de año, de una nueva normativa de zonificación y segmentación que endurezca los requisitos de los cavas de más alta gama y que los englobe bajo un nuevo sello. La DO se dividirá, además, en cuatro zonas geográficas, a las que se podrán acoger los productores en función del origen de sus uvas. A su vez, los cavas catalanes estarán clasificados en cinco subzonas.
Sin llegar a esos extremos, la DO Bierzo también se aventuraba, ya en noviembre, a instaurar una nueva clasificación de viñedos por zonas o unidades geográficas menores. Incorporaba también a 10 nuevos municipios bercianos y aceptaba las variedades Merenzao y Estaladiña, así como la elaboración del tradicional vino clarete y de monovarietales de Garnacha Tintorera.
Algo similar ocurría en Ribera del Duero, que modificaba su contraetiquetado para adaptarse a la nueva línea de elaboración de blancos, entre otros cambios, mientras que Ribera del Guadiana admitía en mayo nueve nuevas variedades, siete de ellas portuguesas: Antão Vaz, Arinto, Colombard, Fernão Pires, Xarel.lo, Casteláo, Malbec, Touriga Nacional y Trincadera.
Rioja, paralelamente, daba el visto bueno a sus 84 primeros viñedos singulares; Vinos de Madrid admitía en su territorio amparado a El Molar como cuarta subzona; y Rueda simplificaba la definición de sus blancos, recuperaba el “pálido” -vino de licor de crianza biológica que de forma tradicional se ha elaborado en la zona- e introducía la expresión “vino de pueblo”. Cigales autorizaba, entre otras cosas, el envasado de vino en “bag in box” y la DO Tierra de León simplificaba su nombre para quedarse como DO León y para representar también así a los vinos producidos al sur de la provincia. No esta mal, ¿no?