Por Alberto Matos
Director Editorial de Vivir el Vino
El aforismo que da título a este editorial fue presumiblemente pronunciado hace más de trescientos años por Luis XVIII de Francia, conocido también como “El Deseado” (busquen ustedes algún cuadro suyo en Google y juzguen por sí mismos si hacía honor a tal calificativo). En cualquier caso, merecedor o no del piropo, al monarca que devolvió el trono español a Fernando VII no le faltaba razón: la puntualidad es la educación de los reyes. O al menos así parece que la interpretamos en España quienes no tenemos sangre real corriendo por nuestras venas, pues nos permitimos el lujo de hacer esperar a los demás disponiendo de su tiempo como si eso de la educación no fuera con nosotros.
No se trata tampoco de ser como los británicos, ni mucho menos. Nosotros tenemos nuestra propia idiosincrasia y de toda la vida se han concedido 5, 10 y hasta 15 minutos de cortesía. Especialmente en estos tiempos en los que a todos nos surgen imprevistos de última hora y padecemos las inclemencias del tráfico y del transporte público, sobre todo en las grandes capitales, con obras de acondicionamiento que trastocan cualquier plan. Sin embargo, últimamente muchos de los eventos que se celebran en torno al vino se asemejan cada vez más a las juntas de vecinos, para las que el administrador de fincas realiza un llamamiento en primera y segunda convocatoria, normalmente con media hora de diferencia entre una y otra.
Esto no sucede realmente así, aunque así es como lo entienden algunos convocados, que deciden acudir sistemáticamente tarde a sus citas perjudicando a los que sí se presentan puntualmente. Ello implica, como es obvio, que el acto en cuestión comience con retraso y que se descuadren las agendas de quienes sí llegaron cuando se les esperaba. Y es que ser puntual es algo más que llegar a la hora fijada. Es además una muestra de respeto hacia los demás, hacia su tiempo y hacia su espacio. Puede que en el mundo occidental la impuntualidad sea una cualidad inherente a las culturas mediterráneas.
Todavía recuerdo a una desconcertada Angela Merkel recibiendo a los 27 líderes mundiales que, en 2009, participaron en una cumbre de la OTAN celebrada en Alemania. En aquella ocasión, la canciller recibía a todos sus invitados junto a uno de los puentes que conecta la ciudad francesa de Estrasburgo con la alemana de Kehl. Como era de suponer, todos fueron llegando según lo acordado. Todos menos el entonces primer ministro italiano Silvio Berlusconi, quien no solo aparecía tarde sino que, al bajar de su limusina, lejos de dirigirse a su anfitriona rápidamente para pedir disculpas, se entretenía junto a la puerta del vehículo hablando por su teléfono móvil. La Merkel, atónita, decidía acertadamente marcharse para reunirse con el resto tras el desplante del Il Cavaliere.
Una determinación a la que, lamentablemente, se ven también abocados muchos de los convocados a los eventos del vino. No es infrecuente observar cómo se marchan antes de la finalización de cualquier evento, provocando con este gesto nuevas distracciones. En España, la impuntualidad parece ser la norma y los extranjeros la suelen destacar como uno de nuestros principales defectos. ¡Ah, y en este sentido, los catalanes no son muy diferentes al resto de españoles! Puede que haya muchas cosas que nos separen, pero esta es sin duda una de las que nos unen…