Por Alberto Matos
Director Editorial de Vivir el Vino
Como seres sociales que somos, los humanos tendemos a agruparnos en torno a individuos con los que compartimos intereses comunes. Sucede a veces que los intereses de esos grupos también coinciden con los de otros grupos aparentemente antagónicos y acaban estableciéndose sólidas conexiones, aunque sean puntuales y temporales.
Sin ser muy futbolero, me vienen a la cabeza, por ejemplo, las aficiones de los diferentes clubes de la liga española. Llegado el momento, socios y no socios hacen piña para apoyar a sus colores, como si no hubiera nada más importante en la vida. Y cuando La Roja salta al campo en los mundiales, muchos de esos hinchas rivales son capaces de fundirse en una sola afición para jalear al equipo nacional.
Recién llegado, como aquel que dice, de vivir una interesante experiencia en el Penedès, no ha dejado de sorprenderme el hecho de comprobar que la anterior teoría sobre pautas conductuales se aplica también al contexto enológico.
El Penedès es un territorio vibrante, dinamizado por actores locales de toda la vida y otros llegados desde las más diversas latitudes. Es aquella una tierra en constante ebullición, con nuevas propuestas y maneras de entender el vino que, sin duda alguna, desencadenan también muchas fricciones.
Y no sorprende que así sea, porque hasta tres denominaciones de origen solapan sus dominios en esta zona: Cava, Catalunya y, la que le da nombre, Penedès. Cada una con su propia manera de entender el vino, puede ocurrir –y de hecho ocurre- que una misma bodega cuente en su catálogo con vinos certificados por cada una de ellas.
Por si fuera poco, a estas particulares interpretaciones se suman también las que aportan las propias bodegas, no siempre conformes con lo dispuesto en los reglamentos de las respectivas denominaciones de origen.
Fruto de esa diferencia de opiniones surgía, a finales de enero, Corpinnat, una asociación integrada de momento por nueve bodegas que, hasta esa fecha, habían etiquetado sus vinos espumosos de calidad bajo el marchamo de Cava y que, a partir de ahora, lo harán bajo uno propio atendiendo a criterios como que los vinos deben ser originarios al 100% del Penedès, han de ser ecológicos, procedentes de uvas recolectadas a mano y vinificados en la propiedad.
El nuevo sello, que comenzará a ser incluido en las etiquetas con las nuevas añadas, sí será compatible, sin embargo, con el de la DO Penedès que, a su vez, también garantiza la calidad, el origen y el método de elaboración de sus espumosos bajo el paraguas de Clàssic Penedès. En este caso, los requisitos también exigen que los vinos sean ecológicos, 100% del Penedès y 100% reserva.
Opera también en la zona Qalidès, otra asociación representada, esta vez, por catorce bodegas que coinciden en diferenciarse del resto por su respeto al medio ambiente y por su defensa de la calidad, la identidad paisajística y la larga tradición histórica. Todo un jaleo.
Sin embargo, reconforta comprobar sobre el terreno que, tras este aparente caos, los diferentes grupos del Penedès reman en una única dirección cuando se trata de sacar pecho por su territorio. Algo que hacen con orgullo dejando las diferencias a un lado. En su caso, el terruño es su particular selección nacional, por la que se dejan la piel si hace falta.