Por Santiago Jordi, elaborador y presidente de la Unión Internacional de Enólogos
Solo los que nos dedicamos -de una manera más o menos directa- al mundo del vino sabemos el papel primordial que desempeñan los comerciantes, vendedores, representantes, embajadores y delegados de las bodegas y de sus marcas en la cadena de valor.
Para mí, estos personajes, tan invisibles como indispensables, son los verdaderos duendes del vino, pues su función trasciende la mera transmisión de información sobre el producto que promocionan. Siempre con una sonrisa, porque cada día se les presenta como una nueva oportunidad frente a unos clientes que con el tiempo se tornan amigos, son capaces de trasladar la ilusión, a través de su sabiduría, buen hacer y don de gentes, con la que todo el equipo de la bodega trabaja durante el año.
Incansables, un día están en un lugar y al día siguiente en otro, a “tropecientos” kilómetros, sin un reloj que defina su jornada laboral. Por la mañana pueden estar presentando un vino a los hosteleros y por la tarde pueden estar atendiendo un curso de formación. Y eso, por no hablar de las noches y los fines de semana, que habitualmente están ocupados con catas prescriptivas en restaurantes de alto standing. Y todo siempre con su mejor cara.
Estos seres de luz suelen ser muy especiales. Se les quiere y respeta allá donde van en la misma proporción con la que en sus hogares les echan en falta. Son personas con altas capacidades -físicas, mentales y emocionales- y con una alta resistencia y resiliencia frente a las horas de soledad a las que se enfrentan durante jornadas interminables en las carreteras, estaciones de tren y aeropuertos.
Aunque también es primordial y, por qué no decirlo, más vistoso, el trabajo que desempeña el enólogo en la bodega, el servicio que presta el sumiller en sala o las críticas de un periodista en cualquier medio, lo cierto es que sin estos profesionales cualificados, auténticos puntas de lanza y portavoces del valor de esta cadena, nada sería posible. Ellos son quienes, durante las 24 horas del día, deben afrontar los problemas que se presentan con los clientes finales y son la cara visible de los desaguisados que puedan surgir en la bodega. En definitiva, ellos son los responsables de mantener el equilibrio entre el difícil binomio de la producción y la venta.
Por todas estas y otras muchas cosas, estoy convencido de que no todo el mundo sirve para este tipo de trabajo ya que, pese a sus infinitas cualidades, jamás están lo suficientemente valorados desde un punto de vista económico. Ni por su valía ni por su dedicación.
Así que sirva esta columna como homenaje a todos esos duendes, verdaderos creadores de magia.
Especialmente a todos los que conozco personalmente y con los que trabajo codo con codo de manera cotidiana, aunque también a los que todavía no he conocido. Mi más sincero agradecimiento a mis admirados Chema Merino, Juanma Terceño, Marta Seoane, Toni Pérez, Javier Escabosa, Antonio Barbadillo, Javier Luca de Tena, Flequi Berruti, Fran Butelo, Óscar Caputz y a todos esos otros que estoy olvidando. Espero que sepan disculparme. ¡Vuestro trabajo es encomiable!