
Por Alberto Matos
Setenil de las Bodegas, La Parra, Icod de los Vinos, El Cubo de la Tierra del Vino, La Vid de Bureba... Todos ellos son municipios de la geografía de España y todos ellos comparten el vino como un hilo conductor que los conecta en algún punto de su historia.
Actualmente, más de 6.000 toponimias con referencias enológicas se reparten por todo nuestro país, recordándonos con cada una de ellas la importancia que este producto ha tenido en las sociedades que nos precedieron.
Aunque hace tres mil años ya se cultivaban algunas especies de vid en la zona que hoy ocupa la provincia de Cádiz, lo cierto es que el desarrollo de la vitivinicultura en España llegó de la mano de los romanos, después de comprobar que las tierras de aquella parte del imperio reunían todas las condiciones necesarias para la producción de vino.
Sin embargo, no sería hasta el siglo XIV cuando esta industria comenzara a dar sus primeros pasos hacia una incipiente profesionalización, que derivaría en la adquisición de un mayor peso internacional a medida que el mundo se iba globalizando.
Y en este proceso, allí donde en algún momento de la historia hundía sus raíces, la vid iba dejando de alguna manera su impronta. Así, diseminados por toda nuestra geografía, podemos encontrar todo tipo de vestigios en forma de lagares primitivos, aperos y maquinaria antiguos, festividades tradicionales, romerías, ofrendas religiosas e, incluso, algunas curiosas toponimias que nos ayudan a hacernos una idea de la importancia que en algún momento tuvo este cultivo para el lugar al que presta su nombre.
Setenil de las bodegas (Cádiz)
Parada obligada de la ruta de los pueblos blancos, Setenil de las Bodegas (2.732 habitantes) es de esos lugares que dejan sin respiración. Desde 2019 es miembro de la asociación “Los pueblos más bonitos de España”, y lo es por méritos propios, porque el pueblo en sí es un auténtico monumento.
Ubicado al norte de la provincia de Cádiz, debe su belleza y originalidad al entramado urbano que, dispuesto en distintas alturas, desciende sobre una elevada pendiente hasta el río Guadalporcún. Y es ahí, junto a su orilla, donde las construcciones aprovechan la erosión de las paredes naturales para construir casas al abrigo de las rocas.
Dicen que el nombre de Setenil procede del latín “septem nihil”, que podría traducirse por “siete veces nada”. Esta cifra haría alusión al número de ocasiones en las que los cristianos quisieron arrebatar el enclave a los musulmanes que lo habitaban.
Lo de “de las bodegas” vendría determinado por la tradición vitivinícola de la localidad, antaño rodeada de viñedos que la filoxera arrasó para siempre, como también arrasó unas bodegas de las que hoy solo queda el recuerdo.
Resulta curioso, por ejemplo, que -según el Instituto Nacional de Estadística (INE)- la provincia de Zamora concentre en apenas unos cuantos kilómetros cuadrados hasta cuatro municipios diferentes que incluyen la palabra vino en su nomenclatura: Corrales del Vino (928 habitantes), El Cubo de la Tierra del Vino (315 habitantes), Moraleja del Vino (1.775 habitantes) y Morales del Vino (3.079 habitantes). Aunque quizás no sorprenda tanto si observamos que todos ellos se ubican dentro de los dominios de la comarca conocida como Tierra del Vino, hoy amparada por la DO Tierra del Vino de Zamora. Una localidad más, esta vez en la isla de Tenerife, también se apodera del apellido: Icod de los Vinos.
Otras tres poblaciones, por su parte, recurren a la palabra vid para referirse a sí mismas: La Vid de Bureba (24 habitantes) y La Vid y Barrios (262 habitantes), ambas en la provincia de Burgos y no muy lejanas entre sí. La tercera, en este caso de la provincia de Palencia y ubicada también en las proximidades, se da a conocer como La Vid de Ojeda.
En esta misma línea, la parra sirve para bautizar hasta dos pueblos: La Parra (1.283 habitantes), en la provincia de Badajoz; y La Parra de las Vegas (34 habitantes), en la de Cuenca. En plural, Las Parras de Castellote (61 habitantes) cierra la lista por la provincia de Teruel.
La Parra (Badajoz)
Rodeada hoy de olivos, encinas y cereal, esta localidad pacense era conocida ya en tiempos de los romanos por su vínculo con el vino. Así se interpreta al menos de una inscripción lapidaria con la que el señor de aquellas tierras se despedía de su madre desde una pequeña villa llamada Vitis Calpurniana o, lo que es lo mismo, “la viña (o parra) de Calpurniano”.
Los investigadores creen que se trataría más bien de una hacienda dedicada a la producción de vino en aquella época y que lo más probable es que toda la cosecha se trasladara a Emerita Augusta, actual Mérida y antigua capital de la provincia romana de Lusitania.
A día de hoy, en La Parra (2.732 habitantes), del vino y de su universo apenas queda el nombre, pues aunque el sector primario sigue siendo la base de su economía, ahora es el olivo el cultivo más sobresaliente.
Por su disposición en un lugar elevado y rodeado de sierras, La Parra se ha convertido en un interesante destino en el que practicar parapente.
Tras los regueros del vino
El vino y su vocabulario dan nombre a multitud de municipios de toda España, aunque este fenómeno no solo se limita a estas demarcaciones geográficas. Ya hemos visto que también sucede con al menos una comarca, pero también ocurre con parajes, promontorios, fincas, calles y rotondas.
Todo es tan posible como imposible se antoja realizar un inventario con todos estos topónimos… O no.
En su edición de febrero de 2021, el “Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles” publicaba el estudio “La toponimia del viñedo en España: un elemento fundamental para la reconstrucción histórica de la geografía del cultivo”. Bajo la batuta de Samuel Esteban Rodríguez, perteneciente al Grupo de Estudios de Ordenación del Territorio de la Universidad de Zaragoza, el trabajo cifraba en 6.273 el número de toponimias vinculadas con el vino en nuestro país.
Obviamente, el objeto de esta investigación iba mucho más allá de averiguar esta cifra y lo que pretendía era, en realidad, establecer una relación entre la localización geográfica de esos topónimos y la presencia o no de viñedos en dichas zonas en la actualidad.
En cuanto a la distribución de los topónimos, el estudio concluía que todas las provincias españolas conservan alguna reminiscencia del cultivo de la vid en su terminología geográfica. Incluso Cantabria, donde ha sido tradicionalmente muy minoritario.
Y esto parece encontrar una explicación en el papel trascendental que ha desempeñado el vino en las sociedades precedentes. No olvidemos que es un elemento imprescindible en la eucaristía, un producto vinculado con las celebraciones y las fiestas populares y, cómo no, un alimento.
Icod de los Vinos (Tenerife)
Este asentamiento tinerfeño ya fue bautizado por los guanches antes de la llegada de los europeos, si bien sus múltiples transcripciones hacen difícil la tarea de trazar su etimología. Aun así, son muchos los estudiosos que coinciden en traducir la palabra “icod” como “incendio” o “quemadura”.
El apelativo “de los vinos” le llegaría impuesto después por parte de los nuevos pobladores europeos durante en la segunda mitad del siglo XVI.
Con sus 23.496 habitantes, Icod de los Vinos todavía hoy basa su economía, además de en los recursos que le proporciona el mar, en la producción de vino. Allí podemos encontrar varias bodegas, como Caserío Miradeiro, Aceviño, Viña Engracia o la Bodega Museo de Malvasía.
Además, el municipio presume de ser el hogar del conocido como Drago Milenario, un árbol espectacular de unos 800 años de edad que fue declarado Monumento Nacional ya en 1917. La localidad también ofrece una de las vistas más icónicas del Teide, el pico más alto de España.
Pese a todo, donde mayor concentración de topónimos se produce es en Castilla y León y Cataluña. Una circunstancia que en este caso se justifica con la aptitud de sus terrenos para el cultivo de la vid. Esto aclararía el hecho de que, por ejemplo, en áreas más frías del Sistema Ibérico o el Pirineo la frecuencia de topónimos sea baja.
En este sentido, resulta llamativo que determinadas zonas en las que el cultivo de la vid hoy es inexistente o testimonial presenten una elevada concentración de topónimos, si bien en este caso están fosilizados, es decir, se han ido sustituyendo por otros de alguna forma. Esto se hace especialmente patente en La Rioja, que conserva toponimia fosilizada en zonas como la Sierra de la Demanda y Tierra de Cameros, cuando en la actualidad el cultivo de la vid se produce en las áreas más bajas próximas al Ebro.
No obstante, a nivel nacional se podría decir que todavía se observa una fuerte asociación entre los nombres de lugar relacionados con la viña y los lugares donde se cultiva la vid. Una conclusión que podría verse aún más reforzada si se tuvieran en cuenta otros topónimos como Rafelbuñol (Valencia) y Bunyola (Baleares) que, incluso transformados por una evidente influencia árabe, han subsistido hasta nuestros días.
También a la inversa
Si curiosa es la huella que el vino ha ido dejando en forma de toponimias por todo lo largo y ancho de nuestro país, no menos curioso resulta el hecho de que muchos vinos estén realizando el camino a la inversa. Es decir, que estén adoptando el nombre de las fincas y los pueblos donde nacen para darse a conocer en el mercado. Tanto es así que no es raro que la fama de esos vinos sea la que coloque en el mapa a los municipios donde se producen.
Tal es el caso, por ejemplo, de Tinto Pesquera que, con su gama de vinos Pesquera, Familia Fernández Rivera rinde homenaje a la localidad vallisoletana de Pesquera de Duero. Una perla en plena milla de oro ribereña que, si por algo es conocida, es por bodegas como Emilio Moro, Epifanio Rivera o Dominio Lubiano, entre otras tantas.
Algo parecido sucede con Gratallops, un pequeño y recoleto municipio tarraconense de apenas 237 habitantes, conocido desde hace unos años, al menos entre los amantes del vino, por la etiqueta que identifica uno de los vinos que Álvaro Palacios elabora en la zona del Priorat. O con Corullón, con el que el mismo enólogo rinde homenaje a esta remota localidad leonesa de apenas 237 almas.
No muy lejos de allí, Dominio de Tares se convierte en embajador de Bembibre, una población de 8.196 habitantes que pasea por el mundo junto a su mencía de viñas viejas.
Anécdotas como estas son también comunes en otros lugares como Aragón, donde la población oscense de Secastilla, con sus poco menos de 150 habitantes, ha conseguido traspasar fronteras gracias al vino que con su mismo nombre elabora Viñas del Vero. O Ateca, municipio zaragozano que, con sus 1.697 habitantes, inspira la etiqueta de Atteca.
Y no solo eso. Hoy, muchos pueblos y ciudades no serían lo que son sin el vino. No nos podemos olvidar de lugares como Jerez de la Frontera, que debe mucho de lo que es a la floreciente industria vinícola del siglo XIX. Igual que le ocurre a Haro, capital del vino de Rioja.
De hecho, el vino ha hecho tanto por ambas ciudades que el 1 de enero de 1891, Jerez de la Frontera y Haro pudieron presumir de ser las primeras de España en contar con alumbrado público eléctrico.
Estos son solo algunos ejemplos de cómo el vino ha ido dejando huella por todo lo ancho y largo de nuestra geografía. Una huella indeleble incluso en aquellos lugares donde la tradición vinícola se perdió hace tiempo.