
Por Alberto Matos
Director Editorial de Vivir el Vino
Sostengo en mis manos el primer número de Vivir el Vino, publicado allá por abril del año 2000, en el prólogo del nuevo milenio. Se trata de una impresión en papel algo ajada, manida y avejentada como consecuencia de haber pasado de mano en mano a lo largo de sus 18 años de existencia. Quizás este ejemplar sea el único que conservemos en la redacción y por eso lo custodiamos como un tesoro que ineludiblemente hemos de preservar.
A primera vista advierto que, desde un punto de vista puramente fisonómico, poco o nada tiene que ver con el que ahora sostiene usted en sus manos. O con el que tal vez esté ojeando u hojeando en la pantalla de cualquier dispositivo electrónico. Nuestro logotipo presenta en la actualidad líneas más simples y estilizadas. Nuestro diseño es también más neutro y minimalista. Nuestras tipografías son más nítidas y legibles. Y hasta la publicidad ha dejado de ser un instrumento descarado para la venta y ha pasado a seducir a los posibles compradores a través de las emociones más humanas. Algunas secciones han desaparecido, otras en cambio se han transformado y la mayoría se han ido sumando a la vez que también crecía el número de páginas.
Me detengo aleatoriamente en algunos párrafos y compruebo que todavía, aunque por poco tiempo, nos expresábamos en pesetas y que, por ejemplo, el Vega Sicilia Único 1986 costaba 19.000 ptas. (casi 115 euros), frente a los cerca de 300 que hoy nos cuesta el Vega Sicilia Único 2006.
Ya lo reiteraba Mercedes Sosa en su canción; todo cambia: “cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo...”.
También en Vivir el Vino parece que todo ha cambiado. O al menos en apariencia porque, cuando me detengo a releer este mismo espacio editorial, en aquel entonces firmado por Jesús Flores, antiguo director de la revista, advierto con grata sorpresa que los cimientos sobre los que esta revista fue fundada siguen tan firmes y estables como siempre. Parafraseando al maestro predecesor, cumplimos la mayoría de edad con el mismo “esfuerzo, ilusión y ganas de transmitirles nuestra pasión por el vino”.
También seguimos queriendo “ofrecerles la oportunidad de descrubrirlo, de que gocen con él; que conozcan su esencia, su capacidad de emocionar”. 150 números después, parece ser que no. No todo cambia.