© The Yorck Project
Si tomáramos los textos contenidos en la biblia como una referencia histórica fiable, entonces tendríamos que admitir que Noé, el legendario personaje que salvó a la humanidad y a todas las especies animales del diluvio universal, fue sin ninguna duda el primer vitivinicultor de la historia.
Al menos eso es lo que se desprende de los versículos 20-27 del capítulo 9 del Libro del Génesis, donde se narra cómo nuestro protagonista, una vez que la tierra estuvo seca tras las lluvias, plantó una viña y obtuvo su primer vino. Quizás ajeno a los efectos del alcohol, Noé acabó emborrachándose hasta caer en el suelo desnudo. Cuando uno de sus hijos, Cam, lo vio en tales circunstancias, no le ayudó sino que fue a contárselo a sus hermanos, Sem y Jafet. Fueron estos últimos quienes, apiadándose de su progenitor, decidieron cubrirlo como muestra de respeto. Al despertar y saber de lo acontecido, Noé no dudó en condenar a Canáan, su nieto e hijo de Cam, a ser para siempre el siervo de sus tíos, que sí ayudaron a su padre.
Todo un enredo que Miguel Ángel dejó plasmado en forma de fresco sobre la bóveda de la Capilla Sixtina.