Por Alberto Matos
Los últimos hallazgos arqueológicos sitúan los albores de la vitivinicultura penedesenca en el siglo VII a.C., momento en el que los navegantes fenicios comenzaron a compartir las técnicas de cultivo y vinificación con los íberos locales. Veintisiete siglos de historia y una orografía muy desigual han dado para mucho. Actualmente, el territorio es conocido por su rico patrimonio enológico, que ofrece los vinos más diversos de la mano de algunas de las más prestigiosas bodegas de nuestro país.
Corría el mes de diciembre de 1997 cuando Xavier Esteve, en uno de sus habituales paseos por las inmediaciones de la localidad barcelonesa de Avinyonet del Penedès, descubría algo cuya relevancia supondría un antes y un después para la denominación de origen que certifica los vinos del territorio. Este vecino arqueólogo pudo observar cómo la maquinaria que acondicionaba la superficie de un promontorio para su posterior uso agrícola dejaba al descubierto los restos de un complejo arquitectónico que, con toda probabilidad, habría albergado un gran centro de mercancías íbero.
Los vestigios allí encontrados revelan que, ya desde el siglo VII a.C., los habitantes del actual Penedès intercambiaban bienes con la mayoría de pueblos mediterráneos. Gracias, entre otras cosas, a una ubicación estratégica sobre un corredor natural muy próximo al mar que en tiempos de los romanos ya estaba vertebrado por la Vía Augusta. Entre esos restos abundan los relacionados con el almacenaje y distribución de cereales, base de la agricultura de la época, así como los que evidencian la fundición de metales como el oro. Unos hallazgos que, en realidad, poco difieren de los realizados en otros yacimientos de la zona, salvo por un pequeño detalle. En una búsqueda exhaustiva de materia orgánica con equipos de precisión se detectaron allí una serie de semillas de uvas mineralizadas, que situaban el paraje de Font de la Canya como el punto de origen de la viticultura catalana.
2.700 años de historia
Con sus altos y sus bajos, la actividad vitivinícola se ha venido desarrollando ininterrumpidamente en Penedès desde hace nada menos que veintisiete siglos, si bien no sería hasta 1960 cuando se aprobara la creación del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Penedès. Un paso importante y decisivo que durante los primeros años se orientaría a la “consolidación del sector”, en un escenario en el que, según palabras de su presidente, Josep Maria Albet, “pocos viticultores elaboraban y etiquetaban sus propios vinos”.
Esta situación “se ha ido revirtiendo durante los últimos treinta años”, asegura Albet. Los viticultores no solo se han animado a elaborar, envasar y etiquetar sus propios vinos, “dejando los graneles a un lado”, sino que “han ido tomando conciencia de los cambios y adaptaciones” que tenían que llevar a cabo si lo que pretendían era cumplir con los requisitos exigidos por el Consejo Regulador.
Prueba de esta transformación es la significativa reducción en el número de hectáreas amparadas que, con la entrada en escena de la DO Catalunya, han pasado de las aproximadamente 25 mil registradas hace sesenta años a las tres mil actuales; y de los 80 millones de botellas envasados entonces a los 17 de ahora.
Un territorio, 10 subzonas e infinitas personalidades
Flanqueado por montañas, entre las ciudades de Barcelona y Tarragona, el territorio de la DO Penedès está rasgado de norte a sur por un corredor natural con salida al Mediterráneo.
Esta franja central, otrora inundada por el mar, ofrece hoy suelos calcáreos, bien drenados y salpicados de fósiles marinos, que proporcionan sustrato a la mayor parte de viñedos de la zona. En menor proporción, los más valientes se atreven a desafiar las escarpadas pendientes que trepan hacia suelos más rocosos y arcillosos y, por tanto, mucho menos fértiles.
Y aunque estos últimos sean ahora minoría, quizás en un futuro acaben marcando tendencia. Ese es al menos uno de los hipotéticos escenarios que se plantea el Consejo Regulador como solución a los previsibles efectos del cambio climático.
En cualquier caso, a día de hoy, la combinación de las diferentes tipologías de suelos sumadas a las variadas condiciones climáticas registradas en las diversas cotas y orientaciones del terreno establece desde hace ocho años diez subzonas claramente diferenciadas en el Penedès: Alts d’Ancosa, Conca del Foix, Costers de l’Anoia, Costers de Lavernó, Costers del Montmell, Marina del Garraf, Massis del Garraf, Muntanyes d’Ordal, Turo ns de Vilafranca y Vall Bitlles-Anoia.
Es ahí, en esos terruños condicionados por los más diversos elementos, donde los viñedos de varietales autóctonos o foráneos demuestran su capacidad de resiliencia y proporcionan sus mejores frutos. Unos frutos que se cultivan en los términos municipales de más de 60 localidades barcelonesas –en su mayoría- y tarraconenses, en los que dominan, en mayor o menor medida, variedades blancas y tintas como la Xarel.lo, Parellada, Ull de Llebre (Tempranillo), Garnacha Tinta, Samsó, Monastrell, Sumoi Tinto, Subirat Parient, Garnacha Blanca, Moscatel de Alejandría, Moscatel de Grano Menudo, Malvasía de Sitges, Chardonnay, Sauvignon Blanc, Riesling, Gewurztraminer, Chenin, Sumoi Blanco, Viognier, Cabernet Sauvignon, Merlot, Pinot Noir, Syrah, Cabenet Franc y Petit Verdot.
Con tal diversidad de suelos, climas y variedades de uva, resulta sencillo suponer que, lejos de ser homogéneo, el perfil de los vinos de Penedès es rico y variado, e interpretado en cada caso por las decisiones personales de los enólogos.
Compromiso con la tierra
El patrimonio vitivinícola del Penedès no es, ni mucho menos, resultado de la casualidad. Desde que los íberos comenzaran a cultivar la vid y a producir vino en la zona, los diferentes pueblos que se han ido sucediendo a lo largo de los siglos solo han hecho perpetuar esta actividad, convertida ya en tradición.
Los penedesencos de hoy no son una excepción. Cada uno a su manera y en la medida de sus posibilidades está comprometido con devolver al terruño un protagonismo que prácticamente había perdido, y a sus vinos el precio que se merecen, todavía por debajo entonces de la calidad ofrecida.
Y en ese desempeño, aquellas pepitas mineralizadas que fueron encontradas en el yacimiento de Font de la Canya están siendo analizadas con el objetivo de extraer de ellas ADN y tratar de reproducir así las mismas vides que cultivaban nuestros ancestros. Que se consiga o no dependerá del estado de conservación de las muestras.
En cualquier caso, según el director del yacimiento, el arqueobotánico Dani López, “todo este proceso es extremadamente lento”. Y para ayudar en su financiación, la DO Penedès, junto con el Consell Comarcal del Alt Penedès y el Museo de las Culturas del Vino de Cataluña (Vinseum), se está planteando
poner en marcha una campaña de micromecenazgo sobre diversas vitrinas de reducido tamaño que contendrán en su interior dos de las mencionadas pepitas.
No menos curiosa resulta la particular cruzada emprendida por la legendaria Familia Torres que, como empeño personal, se propuso hace ya treinta años rescatar del olvido todas aquellas variedades catalanas no catalogadas y que, de alguna manera, habían logrado sobrevivir a la filoxera, el abandono e, incluso, a la mutilación.
Para ello –y sin mucha esperanza, según confiesa Miguel Torres hijo- decidieron publicar varios anuncios en la prensa local, a través de los que instaban a los payeses a contactar con ellos si conocían de la existencia de algún ejemplar de vid extraño, diferente a los demás. Contra todo pronóstico, recibieron más de mil llamadas. Un equipo de la bodega se desplazó a cada uno de los puntos requeridos para descubrir, en la mayoría de los casos, que las cepas sospechosas eran más que conocidas. Sin embargo, un pequeño porcentaje repartido por toda la geografía catalana resultó ser desconocido.
Por su estado de desamparo, casi todos estos ejemplares prefiloxéricos se encontraban enfermos, por lo que para su reproducción in vitro hubo que someterlos a un profundo saneamiento. Hasta la fecha, al menos cincuenta nuevos varietales han sido identificados aunque, tras comprobar su adaptación al campo y realizar microvinificaciones con sus uvas, solo cinco han llamado la atención por su potencial enológico: Forcada, Pirene, Gonfaus, Moneu y Querol, llamados así por los topónimos de sus lugares de origen. Torres ya elabora vinos con estas variedades, disponibles también para otros bodegueros.
Un rico patrimonio
Con un total de 137 bodegas, muchas de ellas visitables, hacerse una composición de lugar sobre la DO Penedès puede resultar harto complicado. En este caso, la mejor opción pasa por acercarse a Vilafranca del Penedès, capital del territorio, y adentrarse en el Museo de las Culturas del Vino de Cataluña (Vinseum), que narra la historia de la larga tradición vitivinícola de la zona y que cuenta entre sus tesoros con un par de platos de prensa de origen íbero.
También merece la pena el Centro de Interpretación del Yacimiento Íbero de La Font de la Canya que, además de su muestra permanente DO Vinífera, ofrece interesantes visitas guiadas a las excavaciones. Ambas opciones están disponibles los primeros sábados de cada mes, sin necesidad de reserva previa.
Y para conectar con el presente, nada mejor que visitar algunas de las bodegas de la zona, entre las que destacan nombres tan emblemáticos como la mencionada Torres así como otras como Gramona, Llopart, Nadal, Albet i Noya, Recaredo, Sabaté i Coca, Torelló, Can Feixes, Júlia Bernet, Mas Candí, Can Bonastre, Can Rafòls dels Caus, Cannals&Munné, Jané Ventura y Jaume Serra, por mencionar solo algunas.
La elección de una u otra dependerá en todo caso de lo que vayamos buscando: viñedos a diferentes altitudes sobre diversos suelos y bajo múltiples climas; cultivos tradicionales, ecológicos y biodámicos; vinos tintos, blancos, rosados, dulces y espumosos; variedades autóctonas y foráneas… Las posibilidades que ofrece esta tierra son muchas.
Tomemos la dirección que tomemos, no será complicado contemplar las peculiares barracas de viña moteando el terreno o cómo muchos de los viñedos escalan las escarpadas pendientes apoyándose en unas terrazas centenarias que, en muchos casos, están siendo restauradas según las técnicas tradicionales.