Por Alberto Matos
Desde hace ya algunos años, los vinos españoles han conseguido abrirse un hueco en lo más alto de los podios internacionales. Sus éxitos se sustentan sobre unos viñedos únicos y auténticos, ricos en matices, tipicidad, variedades y terroirs, así como en una mejora de las cifras de exportación y en una apuesta firme por la modernización.
El Concours Mondial de Bruxelles está considerado por los expertos como una de las cinco competiciones de vino más prestigiosas del mundo. Celebrado este año en la localidad suiza de Aigle, entre los pasados 1 y 5 de mayo, el certamen contó en su última edición con un jurado compuesto por 340 expertos, que se encargaron de evaluar la calidad de alrededor de 9.000 muestras llegadas desde 43 países.
Entre todos ellos, España resultó el ganador indiscutible por número de medallas, con un total de 626. Doce más que Francia, que obtuvo 614 y 243 más que Italia, que se saldó con 383. Unos magníficos resultados que, por otro lado, no son últimamente inusuales. Solo hay que echar un vistazo al palmarés de los más prestigiosos concursos para comprobar que se trata de una tendencia sostenida al alza ya desde hace algunos años. De estos y otros temas conversamos durante los habituales almuerzos que Vivir el Vino celebra en el restaurante madrileño La Carlota – Las Salesas (Almirante, 11-), en esta ocasión, con cinco representantes de algunos de los vinos premiados este año en Suiza.
Mejor blanco y mejor rosado del mundo
En la última edición del mencionado Concours Mondial de Bruxelles, dos vinos españoles fueron seleccionados como los mejores del mundo por parte de un nutrido jurado internacional. En la categoría de blancos, sorprendió la elección del txakoli 42 by Eneko Ataxa 2014, elaborado por la bodega vizcaína Gorka Izagirre y certificado por la DO Bizkaiko Txakolina. Por motivos de agenda, el artífice de este vino, el enólogo José Ramón Calvo, no pudo estar lamentablemente entre nosotros.
Con quien sí contamos fue con Ana Becoechea de la Rosa, enóloga de Bodegas Sinforiano, cuyo rosado Quelías Rosado 2018 (DO Cigales) fue proclamado el mejor en su categoría. También acudieron al encuentro el enólogo de Bodegas Portia, Raúl Quemada, que consiguió una gran medalla de oro por su Portia Summa 2015 y dos medallas de oro por su Portia Crianza 2016 y su Portia Prima La Encina 2016, todos ellos elaborados en Ribera del Duero. También se colgó una medalla de plata por su Portia Verdejo 2018 (DO Rueda).
Se sumaron también a la comida Guillermo Planas, export manager de Castillo de Monjardín, bodega ganadora de una gran medalla de oro por su Monjardín Rosado Brut Nature Reserva Superior 2016 (DO Navarra), y Camino Pardo, propietaria y gerente de Bodegas Nexus, ganadadora de una medalla de oro por su Nexus Crianza 2012 (DO Ribera del Duero). Por último, acudió al encuentro Manuel Salinas, director comercial de Bodega Inurrieta que, en su caso, resultó galardonada con una medalla de oro por su Inurrieta Coral Rosado 2018 y con una medalla de plata por su Inurrieta Mediodía Rosado 2018 y con otra igualmente de plata por su Inurrieta Mimaó 2017.
“Lo español gusta”
Que lo español gusta en el mundo fue solo alguna de las afirmaciones que pudimos escuchar a lo largo de una distendida conversación en la que se achacó el predominio de los vinos españoles en los podios internacionales a diversas razones. Entre ellas, todos los participantes se mostraron de acuerdo con que nuestro país ha mejorado notablemente sus cifras de exportación, tanto en volumen como en precio, aunque con alguna que otra fluctuación y todavía con margen de mejora.
Esta circunstancia podría obedecer a que se ha perdido el miedo a salir fuera y a que los bodegueros, sobre todo los más jóvenes, se han soltado por fin con el inglés, la lengua franca del comercio. Como consecuencia de estos cambios, las bodegas españolas ya no titubean tanto a la hora de presentar sus vinos a los diferentes concursos, contando para ello con el respaldo de unos viñedos únicos y auténticos, ricos en matices, tipicidad, variedades y terroirs. Elementos que se han combinado con los esfuerzos realizados por parte del sector a lo largo de las dos últimas décadas para modernizar tanto sus viñedos como sus instalaciones y que, como resultado, se han revertido en forma de premios.
Reconocimiento a una trayectoria
Cuando los bodegueros elaboran sus vinos, la mayoría de ellos lo hace pensando no solo en España, sino en el mundo como el mercado de destino de productos. Consecuentemente, esa filosofía de trabajo implica que deben prestar especial atención a las demandas específicas de cada lugar. Unas demandas que, en muchos casos, también coinciden con las de los miembros de los jurados que desarrollan su función en esos mismos lugares.
Los premios, en definitiva, vienen a reconocer precisamente eso: el buen hacer y la profesionalidad de los vitivinicultores y no solo una añada puntual de una marca determinada. Son también un aliciente para los galardonados, que entienden así que van por el buen camino. Lo que se premia es, en realidad, la trayectoria y el bagaje de todo un equipo.
Los premios se traducen a su vez en un mayor interés de los consumidores hacia los vinos agraciados. Y también de los distribuidores, que encuentran en ellos un argumento de venta que, en ocasiones, provoca un incremento del precio en respuesta a la creciente demanda. No obstante, esto último no siempre sucede así, pues para las bodegas suele ser prioritario el afianzamiento de su marca frente al rédito inmediato que de ella puedan obtener. Algunos claroscuros Los premios son una bendición para quien los recibe y una frustración para los que ni siquiera pasan la nota de corte. En este último caso, lo habitual es que los convocantes notifiquen de manera privada el resultado
y que este no trascienda a la esfera pública. Sin embargo, aunque esto sea lo habitual, no siempre sucede así. Ya sea en forma de medallas o de puntos en una escala del 0 al 100, las opiniones expresadas a bombo y platillo por algunos críticos de reputado nombre pueden resultar devastadoras.
Algo así ocurría en agosto del año pasado, cuando el catador Luis Gutiérrez publicaba un artículo en la revista The Wine Advocate, para la que cata los vinos de España, Argentina y Chile. En su escrito señalaba, entre otras cosas, las supuestas “deficiencias” y “mala reputación” de la Ribera del Duero, una de las principales denominaciones de origen de nuestro país, a la vez que aseguraba que dicha zona se estaba “ahogando en su propio éxito”. No olvidemos que Gutiérrez ha sido colaborador del crítico norteamericano Robert Parker -recientemente jubilado-, cuyas puntuaciones son las más influyentes del mundo.
No sorprende entonces que se detecten casos en los que el vino presentado nada tenga que ver con el que se comercializa embotellado bajo una misma etiqueta. O que ese vino se haya elaborado en cantidades reducidas para presentarlo a los concursos. Aunque, para ser justos, lo normal es que las bodegas serias, que son la inmensa mayoría, concurran con el mismo producto que ofrecen a sus clientes.
En cualquier caso, como humanos que son, los miembros de un jurado son inevitablemente subjetivos. Al fin y al cabo están condicionados por sus gustos y criterios personales. Un hecho fácilmente comprobable cuando un mismo vino obtiene calificaciones excelentes en un concurso mientras que en otro ni siquiera resulta clasificado. O cuando el vino de mayor calidad de una bodega queda por debajo de otro de gama media de esa misma bodega.
Por este motivo y conociendo ya de antemano el perfil de las diferentes competiciones, las bodegas deciden acudir a unas y a otras no. Eso al margen del prestigio que tengan y de que se vean obligadas a elegir entre un número cada vez más creciente de certámenes por la imposibilidad de presentarse a todos ellos.
Ana Becoechea | |
Guillermo Planas | |
Raúl Quemada | |
Camino Pardo | |
Rosa San Román | |
Manuel Salinas |