Por Alberto Matos
Algunas bodegas destacan las características únicas del entorno que las rodea, otras vinculan su narración con actividades complementarias y otras tantas se retrotraen a lo más profundo de sus raíces… Y, lo que es más importante, todas ellas logran dejar una impronta emocional en quien escucha sus historias.
Quinta de Aves, reserva natural
La historia de Quinta de Aves comenzó a forjarse en la década de 1980, cuando Manuel Casado decidía adquirir la finca, de 500 ha, así como diferentes explotaciones agrícolas.
Tres décadas después, su viñedo ocupa más de 85 ha de superficie, mientras que las restantes están conformadas por olivos, cereales y bosques de encinas. Quinta de Aves se asienta sobre suelos volcánicos, que transfieren sus cualidades a los vinos y que definen la personalidad de la Indicación Geográfica Protegida del Campo de Calatrava, en la provincia de Ciudad Real. En aquellas tierras, a 700 m de altitud, se ubica una laguna que, además de proporcionar belleza a las vistas, también regula la temperatura y la humedad del entorno. Allí, la presencia del agua propicia la proliferación de una flora abundante, que beneficia a una fauna representada por jabalíes, ciervos, liebres, murciélagos y nutrias. También están presentes, cómo no, las aves, que dan nombre a la finca. Cigüeñuelas, estorninos, gangas ibéricas y garzas imperiales son solo algunas de las más de cien especies que recalan durante sus viajes migratorios y que comparten espacio con otras que hacen de Quinta de Aves su lugar de residencia permanente. Las aves son, sin ninguna duda, la seña de identidad de la bodega y, como tal, aparecen de una u otra manera reflejadas en las etiquetas de todos y cada uno de sus vinos.