Por Santi Jordi
Elaborador y presidente de la Federación Española de Asociaciones de Enólogos
Proteger los intereses socioeconómicos de los viticultores de una determinada zona, aparentemente definida por unos mismos factores climáticos y edafológico. Esa es la razón de ser de las Denominaciones de Origen (DO). El Consejo Regulador, como órgano ejecutor de las medidas que se toman en asamblea por parte de la propia DO, suele estar representado, en general, por una estructura rígida constituida por asociaciones de bodegueros y viticultores, cuyos votos se ponderan en función de su superficie de viñedo y de su volumen de producción. En otros casos, también se tiene en cuenta el potencial comercializador de la bodega.
Sobre este escenario, los diferentes actores que integran el sector del vino se preguntan actualmente si las DO deberían reinventarse para adaptarse así a las nuevas tendencias. Algunas bodegas no tuvieron paciencia para esperar al cambio, como sucedió en su momento con Artadi o Raventós i Blanc, que abandonaron Rioja y Cava, respectivamente, por sentirse prisioneros de una filosofía y estrategia diferentes a las planteadas en su seno.
Algo similar sucede en el segmento de los brandies, donde grandes firmas ya empezaron hace tiempo a elaborar otro tipo de licores con menor graduación alcohólica, no permitidos por el reglamento de esta prestigiosa DO. En cualquier caso, cualquier modificación de reglamentos por parte de un colectivo tan grande y con intereses tan dispares requiere, como es lógico, un tiempo. Sin embargo, cuando esos cambios se posponen demasiado o ni siquiera se producen, ocurre lo que ya hemos visto anteriormente.
Por fortuna, últimamente estamos viendo cómo algunas prestigiosas DO como Priorat, Bierzo o las ya mencionadas Rioja y Cava estás flexibilizando sus directrices, augurando así un futuro más optimista con mayor consenso en integración. La tendencia actual, especialmente en aquellas explotaciones pequeñas que producen pocas botellas, es la de salirse del traje a medida que proponen las DO a la hora de elaborar vinos con una calidad homogénea.
Si hace muchos años, con el plan de restructuración de los viñedos, se sustituyó en España un alto porcentaje de variedades autóctonas por otras internacionales de fácil adaptación; en estos tiempos que corren, los nuevos profesionales se han propuesto recuperar esa riqueza varietal que se adaptaba a nuestros climas, nuestros suelos y nuestra historia en casi todos los rincones vitivinícolas de nuestro país.
Probablemente estemos hablando de un 10%-15% de la producción total, pero eso es lo que más está demandando ahora el consumidor, sobre todo, las nuevas generaciones. Hay un amplio porcentaje de enófilos, comandado por los más jóvenes, que buscan emocionarse con elaboraciones y proyectos diferentes a los que ofrecen los límites de las grandes DO.
Indudablemente, hay que darles vida a todos en la viña del Señor. Igual que no hay gustos iguales, hay que darle rienda suelta al talento y a la nueva concepción de vinos, siempre desde el respeto al medio, a nuestra historia, a las elaboraciones y basándonos en los tesoros y riquezas que hemos heredado de nuestros viñedos y que tanto hemos dejado perder. Mi voto, desde luego, va a favor de la integración de estas nuevas formas de entender el vino desde el conocimiento, la racionalidad y el respeto.