Viñedo Mas La Plana
Ser resiliente... Un término que se ha convertido en todo un mantra generacional y que de un tiempo a esta parte es, permítanme decirlo, la expresión “de moda” en el mentidero vitivinicultor. Hay que ser resilientes... Tener la capacidad de adaptarnos frente a la adversidad, frente a la que ya es emergencia climática
Por Vanesa Viñolo
El sector vitivinicultor español ha sido, debido a nuestra delicada situación geográfica, ese “canario en la mina” que antes que nadie, sintió el peligro que suponía para el viñedo el efecto invernadero y la consecuente necesidad de emprender acciones de reducción y medición del impacto del mismo. O, lo que es lo mismo, de ser sostenibles.
Y es que, al igual que el cambio climático es ya emergencia climática, el ser sostenible es ya una obligación, la única opción de futuro. Contamos con una buena hoja de ruta, compuesta por los famosos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU, el Pacto Verde Europeo o la Ley 7/2021, de 20 de mayo, de Cambio Climático y Transición Energética, que nos marca el camino para cumplir el objetivo europeo de ser el primer continente climáticamente neutro en 2050.
Wineries for Climate Protection
Para ello hay que trabajar en paralelo en dos aspectos fundamentales: adaptación a los escenarios cambiantes que vivimos y mitigación de los efectos del cambio climático. Y esa mitigación ha de ser cuantificable, corresponderse con números, con valores tangibles. Ahí entran en juego las certificaciones, que sirven de aval ”sostenible” a las bodegas y que, además, como plus, contabilizan positivamente en los Programas de Apoyo al Sector Vitivinícola.
Entre ellas, vamos a tomar como referente la Wineries for Climate Protection (WfCP). Por supuesto, no es la única, pero en España es la más reconocida. Creada en 2011 por la Federación Española del Vino (FEV), es la primera certificación específica para el sector vitivinícola y cuenta con la gran ventaja de tener acceso directo al Registro Nacional de Huella de Carbono del MITECO (Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico).
Y es que medir nuestra huella de CO2 es la manera más cuantificable de saber si estamos trabajando correctamente en el lado medioambiental de la sostenibilidad. Aunque existen numerosos indicadores para medir ese trabajo sostenible, cuatro son los pilares básicos en los que se asienta la WfCP: reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, utilización de energías renovables y búsqueda de la eficiencia energética, reducción de residuos y gestión del agua.
Es un certificado basado en una filosofía de avance continuo, por lo que cada bodega (actualmente son 41 las que cuentan con esta certificación) dispone de un plan específico de mejora en sus procesos productivos, cuyo desarrollo se verifica y audita cada dos años. Es decir, no vale con conseguirlo, hay que mantenerlo. Así nos lo señala Lola Núñez, gerente de la joven DO Uclés, que lleva 10 años midiendo la huella de carbono y cuyas bodegas (Soledad, Fontana y Finca La Estacada) forman parte de este selecto club desde el inicio.
Para aquellas bodegas que han querido dar un paso más en su grado de implicación, se contempla una categoría adicional “Spanish Wineries for Emission Reduction”, que requiere una mayor exigencia en uno de esos cuatro pilares: la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Para acceder a este nivel WfCP+ se exige un plan de reducción de la huella de carbono del 35% para 2030. En la actualidad, únicamente Torres y Alma de Carraovejas cuentan con ella. Torres ya alcanzó ese porcentaje y Alma, recién incorporada, casi lo ha alcanzado, registrando una reducción ya efectiva del 34% en su última medición certificada.
Torres, los pioneros
Torres & Earth es el completísimo programa ambiental de Familia Torres centrado en la mitigación, adaptación y concienciación en el cambio climático. En 2008, Torres se convierte en un auténtico visionario en el mundo del vino, comenzando con este programa con el que busca una toma de conciencia ante el cambio climático y sus efectos en el viñedo. Se fija el objetivo de reducir sus emisiones en un 30% en 2020 (lo cumple con un año de antelación) y del 60% en 2030, para convertirse en una bodega de emisiones cero netas en 2040.
Así, de 2008 a 2021 ha reducido el 35% de las emisiones de CO2 por botella en todo su alcance (alcances 1, 2 y 3), es decir del viñedo al consumidor final, invirtiendo cada año el 11% de sus beneficios en medidas de adaptación y mitigación. En medidas de mitigación fomenta el uso de energías renovables, la movilidad sostenible, medidas de eficiencia energética y compensación de sus emisiones mediante la reforestación de bosques en la Patagonia chilena, apostando por la viticultura regenerativa para convertir los viñedos en grandes sumideros de carbono. Uno de los últimos proyectos que ha llevado a cabo es la captación del CO2 de la fermentación y su reutilización como gas inerte para la conservación del vino. Un proyecto innovador de economía circular que le permite reducir la compra de CO2 externo.
En el campo de la adaptación, además de modificar las técnicas vitícolas para conseguir retrasar la maduración de la uva, ha plantado viñedos en altura y apuesta por las variedades ancestrales, que son de ciclo largo y resistentes a las altas temperaturas y la sequía. Por último, ha cofundado la asociación International Wineries for Climate Action, que impulsa la descarbonización del sector a nivel global y la Asociación de Viticultura Regenerativa (formada por cerca de 30 bodegas), que promueve un cambio en la forma de trabajar los viñedos para que recuperen toda su biodiversidad.
Viñedo de Torres en Sant Miquel Tremp.
Viticultura Regenerativa
Los “adeptos” a esta corriente aseguran que, si se cultivaran en “regenerativo” las hectáreas de viñedo existentes a nivel mundial, se podría parar el cambio climático. Pero, ¿qué es exactamente la viticultura “regenerativa”? Es el único modelo vitícola (que adapta los principios de la agricultura regenerativa a la viticultura) que se basa en el ciclo del carbono y que maximiza la capacidad de las viñas de absorber el CO2 atmosférico, convirtiéndolas en grandes sumideros de carbono. Este CO2 que se fija en la tierra hace que los suelos recuperen la fertilidad natural y el equilibrio, haciéndolos más resilientes a las sequías, evitando la erosión y fomentando la biodiversidad. Cuanto más dependientes son los suelos de químicos, de agua, de controles de plagas y enfermedades, menor es su capacidad de resistencia.
Para engrasar este mecanismo “oxidado” por los químicos y una agricultura comercial muy agresiva, señalan que la clave está en la biomasa, en focalizarse en la descomposición y pensar en el ecosistema como parte de un todo necesario para nuestra propia producción. Crear vida alrededor de la viña, dar riqueza al ecosistema del que forma parte, se convierte así en parte esencial de un viñedo “resiliente”. Y hablamos tanto a nivel “macro” (esa imagen cada vez más común de ovejas pastando entre viñas, por ejemplo) como en “micro”, lo que se conoce como “microbiota” y que ha sido el gran redescubrimiento de los últimos años. Atrás quedan los tiempos en los que los “bichitos” eran algo negativo en las tierras de labranza. Ahora se reconocen como el gran aliado.
Como explicaba Josep Ramón Sainz de la Maza, ingeniero agrónomo y asesor en agricultura regenerativa de GeaOrgànica, durante el II Simposio de Viticultura Regenerativa, el suelo ha de estar compuesto por una combinación de minerales, materia orgánica y microorganismos, en cantidad y diversidad. “Debe haber -señala- 10 billones de bacterias por cada vertebrado (microorganismos) y también macroorganismos en diferentes niveles tróficos, como los gusanos. Y hay que evitar el uso de maquinaria agresiva en la labranza. Cuando se rompe el suelo, se pierde materia orgánica, y con ella microorganismos y agua”. “Una labrada es una regada”, se dice popularmente, pero lo que se está haciendo es romper la estructura, perdiendo el suelo su capacidad de absorción de agua. Por el contrario, subiendo el porcentaje de materia orgánica se consigue retener más agua”.
Un suelo labrado lentamente, sano y biodiverso, necesitará menos agua y conseguirá realizar la fotosíntesis completa, con lo que podrá inmunizarse, defendiéndose por sí mismo de plagas y enfermedades. Y al tiempo, como señalábamos al principio, se convertirá en el mejor de los fijadores de CO2.
La importancia del agua
No solo para los “regenerativos”. La gestión hídrica es uno de los puntos más sensibles en pos de la resiliencia. En este sentido, cada vez más bodegas apuestan por diseñar hidrológicamente sus fincas. Evitar la erosión, que hace que se pierdan anualmente en España 14,65 toneladas de suelo por hectárea, e hidratar sin regadío, son los objetivos de estos diseños en los que, por un lado, se busca dirigir el agua hacia donde el viñedo lo necesita, creando embalses, reservorios para manejar el agua en las zonas más altas, hidratando por igual sin erosionar y por otro, mediante labranzas verticales, descompactar el suelo y convertir el subsuelo en materia orgánica.
Otra vía, quizá más futurista o, según se mire, más realista para ciertos lugares donde el secano es poco menos que inviable, es la nanotecnología en el viñedo. Centrada en reducir el consumo de agua consigue, mediante longitud de onda, romper los puentes de hidrógeno del agua. Cuantos más ciclos ha vivido el agua, más puentes de hidrógeno se van generando, lo que se traduce en un agua más “pesada”. Mediante esta técnica, utilizada por ejemplo en Finca Antigua (La Mancha), se consigue un agua más fina, que penetra con mayor facilidad en el terreno y disuelve mucho mejor los nutrientes en el suelo. De esta manera han ahorrado un 50% de consumo de agua, además de mejorar la calidad de la uva debido a una mayor eficiencia fotosintética de la planta.
Drones en los viñedos de Martín Códax
Tecnología por la sostenibilidad
El I+D+i abarca un amplísimo campo. Desde los vistosos drones que sobrevuelan los viñedos ayudando a la toma de decisiones respecto a la vendimia, hasta investigaciones más discretas que, sin embargo, están revolucionando el sector del vino.
Mario de la Fuente, gerente de la Plataforma Tecnológica del Vino, abandera algunos de los proyectos más interesantes en este sentido. “El área de sostenibilidad y cambio climático de la plataforma -nos comenta- es una de las seis áreas que tenemos y una de las más relevantes. Se han dinamizado proyectos en los últimos años en muchísimas temáticas, sobre todo probando muchas adaptaciones para el cambio climático, desde la evaluación de variedades como la Tempranillo, Albariño, etc, hasta proyectos como el Life by Montsant, que unió a Montsant y Priorat en torno a un programa de producción sostenible y de enoturismo.
Pasando por proyectos de problemática más concreta, en los que el principal reto es encontrar alternativas al cobre para combatir el mildiu”. El mildiu es uno de los caballos de batalla del sector vitícola, ya que es una enfermedad endémica del viñedo, presente en muchas zonas europeas, sobre todo en las zonas húmedas. “La aplicación de cobre al suelo, al viñedo, etc. es masiva. La UE lo está regulando cada vez más, con políticas muy restrictivas, de 6 kg/ ha hemos bajado a 4 kg/ha. La tendencia es ir a cero en un futuro. En esta temática estamos liderando un proyecto europeo, el “Copper Replace”, para buscar alternativas y estrategias para sustituir el cobre por producción orgánica”. También nos explica De la Fuente su participación en un proyecto europeo, “Novaterra”, en el que, a través de diferentes enfoques (la PTV se centra en el viñedo), 20 entidades europeas, con cinco millones de euros de presupuesto, trabajan conjuntamente en la reducción de la aplicación de productos fitosanitarios de manera general.
“Actualmente estamos trabajando en nuevas iniciativas, un poco más vinculadas con la biodiversidad varietal y la adaptación de variedades”. Desde el lado más enológico, están involucrados en proyectos para controlar el ph de los vinos, “que es uno de los problemas que tenemos con el cambio climático, la pérdida de acidez. Hay técnicas tanto en viñedo como en bodega que nos pueden ayudar a controlarlo. El año pasado se aprobó un proyecto, Lowphwine, en el que participa Pago de Carraovejas y que está tratando con otros 7 socios esta temática”.
Respecto a uno de los usos más llamativos de la tecnología en viñedo, los drones, Martín Códax, por ejemplo, fue uno de los primeros en utilizar la teledetección en sus viñedos, usándola desde 2012. Mediante imágenes captadas por dron, se analiza y clasifica el viñedo, permitiendo una viticultura de precisión, por ejemplo ayudando a la gestión de inicio de la vendimia en las diferentes parcelas. La imagen tomada por los drones no solo permite saber el momento en el que la uva está madura. Sino que también ayuda a clasificar la producción en función de la uva que se produce en cada finca, evita el uso innecesario de fitosanitarios y permite una gestión milimétrica del agua. Cada parcela se clasifica por colores: rojo, verde y azul, según el estrés y el vigor. Ello, en una bodega como Martín Códax, con una gran cantidad de minifundios y los viñedos repartidos por toda la comarca de O Salnés, ayuda enormemente a organizar la vendimia y a completar parámetros de calidad y potencial enológico.
Energías limpias y edificios eficientes
González Byass es una de las empresas vitivinícolas que más ha invertido en sostenibilidad y espera llegar a cero emisiones netas de carbono antes de 2050, plazo marcado por la UE. Centrándonos en su lado “energético” y “eficiente”, la compañía cuenta con varios proyectos para reducir emisiones. Así, utiliza seis fuentes de energía renovable diferentes en sus bodegas (fotovoltaica, geotermia, hidrógeno verde, biomasa, térmica solar y aerotermia) y ha instalado 4.000 paneles fotovoltaicos en 10 bodegas y destilerías de España y México, que producirán anualmente 2,8 gigawatios hora de energía, lo que supondrá un 33% del consumo eléctrico en estos centros. A estos proyectos se une la instalación de postes de recarga gratuitos para vehículos eléctricos en 12 bodegas y plantas productivas situadas en España.
Por otro lado, en su nueva bodega de Beronia, en Rioja, ha apostado por una arquitectura singular que emplea un sistema de termoactivación estructural por geotermia y que ha logrado la certificación de edificación sostenible LEED V4 BD+C:NC (Liderazgo en Eficiencia Energética y Diseño Sostenible) y LEED Gold, el máximo reconocimiento de construcción sostenible que otorga el “US Green Building Council”.
Además utiliza, entre otros muchos avances, una innovadora tecnología 100% española, “Cleanwood”, que elimina los microorganismos de las barricas sin necesidad de usar sulfuroso.
Emina es otra de las bodegas españolas más ecotecnológicas, formando además parte tanto de la WfCP como de la International Wineries for Climate Action (IWCA). Entre sus numerosos hitos (muchos de ellos centrados en utilizar la tecnología para la gestión hídrica y en la automatización casi completa de su bodega), destaca la instalación de Oresteo, un sistema de remontado que, además de mejorar la extracción polifenólica durante la maceración, aprovecha el CO2 generado en los depósitos durante la fermentación, evitando su emisión a la atmósfera y eliminando la necesidad de uso de bombas de remontado y su consecuente gasto energético. Energías renovables y sostenibilidad paisajística...
Sin entrar en profundidad, los aerogeneradores entre viñedos o la “plantación” de paneles solares en tierras de cultivo es un tema candente. El equilibrio siempre es complicado y frágil, pero estamos seguros de que se conseguirá. Por ejemplo, existe una vía, que aún necesita en nuestra opinión de mucho estudio y perfeccionamiento, que consiste en paneles solares situados sobre las viñas, que permitirían la convivencia e incluso “simbiosis” de ambos. Habrá que testearlo.
Paneles solares en Emina
Economías circulares
Entre las nuevas políticas que nos llegan de Europa se encuentra el Plan de Acción para la Economía Circular, uno de los pilares de la sostenibilidad medioambiental mediante el que se promueve la creación de subproductos a partir de los desperdicios generados durante el proceso productivo, con lo que por una parte se reduce el impacto ambiental y, por otra, se minimizan los costes. Ejemplo de ello es el proyecto Newfeed, en el que participa Baigorri, mediante el que los desperdicios del raspón de la uva se reutilizan como alimentación del ganado bovino y vacuno.
Fundamental es también en materias “circulares” el tema de los envases y sus residuos, evitar esas botellas opacas y pesadas que tanta “huella” dejan, por ejemplo, o utilizar el corcho como tapón. Pero no solo ello: las cápsulas, las etiquetas o los embalajes también cuentan. En este sentido, la Federación Española del Vino, en colaboración con Ecovidrio, ha creado su Guía del EcoDiseño. Tomando como base el Real Decreto sobre Envases y Residuos de Envases del MITECO (RD de 28 de septiembre de 2021), ha creado esta guía con la que quiere ayudar al sector vitivinícola a conseguir que las botellas de vinos sean ecosostenibles. De lectura obligada, incorpora un total de 70 medidas a tomar para rebajar el impacto de los envases del vino, que incluyen desde los elementos del envasado primario (botellas, tapones y cápsulas), hasta otras destinadas al embalaje secundario y terciario.
Y es que esto de la sostenibilidad es una madeja en la que, una vez empiezas a tirar del hilo, no encuentras el fin. Cierto es que el sector del vino se ha tomado en serio este acuciante problema, pero igual de cierto es que aún hay mucho camino por recorrer, muchos ámbitos desde los que observar la sostenibilidad.
Sigue siendo necesario crear una conciencia “sostenible”, no solo en el consumidor final, sino en todos los actores del proceso, desde el viticultor hasta los proveedores.