
Por Alberto Matos
Algunas bodegas destacan las características únicas del entorno que las rodea, otras vinculan su narración con actividades complementarias y otras tantas se retrotraen a lo más profundo de sus raíces… Y, lo que es más importante, todas ellas logran dejar una impronta emocional en quien escucha sus historias.
Morosanto, dos mil años de tradición vitivinícola
Pocas bodegas, por no decir ninguna, pueden presumir como Morosanto de atesorar en sus dominios restos prehistóricos, un yacimiento íbero y una villa romana esclavista que prolongó su existencia entre los siglos I y V. Y muchas menos las que han plasmado su historia en un cuidado cuento infantil, ilustrado con delicadas acuarelas. A tan solo 6 km de la turística localidad malagueña de Ronda, la familia Céspedes iniciaba su andadura enológica a los pies de la Sierra de las Cumbres, junto a la cabecera del río Guadalcobacín, allá por el año 2005 con la plantación de diversos varietales con los que elaborar sus propios vinos. Inmersos en esta tarea descubrieron apenas tres años después un amplio asentamiento romano, en el que hasta el momento se han excavado, entre otros, dos grandes cisternas para el almacenaje de agua, con los que se suministraba la propia villa y las huertas aledañas; un complejo termal, dotado de una gran piscina; y unos baños calientes. También se destapó un lagar, que por primera vez constataba arqueológicamente la actividad vitivinícola de la zona, hasta ahora solo conocidas por los racimos de uvas acuñados sobre las monedas que emitía la antigua ciudad vecina de Acinipo. En las proximidades, sobre el conocido Cerro de las Salinas, se asentaba una población íbera, de la que aún se conservan vestigios. Actualmente, Morosanto ofrece visitas guiadas que dan a conocer su patrimonio y que se complementan con un recorrido por la bodega y con la cata de algunos de sus vinos.