Por Alberto Matos
Algunas bodegas destacan las características únicas del entorno que las rodea, otras vinculan su narración con actividades complementarias y otras tantas se retrotraen a lo más profundo de sus raíces… Y, lo que es más importante, todas ellas logran dejar una impronta emocional en quien escucha sus historias.
Francisco Gómez, arquitectura reciclada
Coincidiendo con el cambio de siglo, Francisco Gómez decidía adquirir más de 3.500 ha de terreno en las inmediaciones de la localidad alicantina de Villena. Alejado de cualquier actividad humana y a una altura superior a los 700 metros sobre el nivel del mar y con una climatología excepcional, el valle en torno al que se articula la variopinta orografía de la explotación cumple todos los requisitos para el cultivo ecológico de la vid y el olivo. Sin embargo, Francisco no fue la primera persona en apreciar las posibilidades de aquellas tierras. Ya entre los siglos VII y VI a.C., los fenicios producían allí vino y aceite de oliva, como así atestigua el lagar encontrado en El Castellar, un yacimiento visitable que se erige sobre un risco de la finca cuya restauración está siendo financiada por su propietario. Como constructor, Francisco es un amante de la arquitectura. También lo es del reciclaje por eso ha ido dando forma a un ecléctico complejo en el que desarrolla su actividad agrícola y enoturística. El conjunto está presidido por una auténtica casa-palacio renacentista, adquirida en la ciudad gaditana de Jerez de la Frontera. La pieza central, parapetada por edificaciones de madera y metal que acogen la bodega y la almazara, se asoma a una plaza de adoquines, que en otro tiempo sirvieron para empedrar las calles de un pequeño pueblo extremeño antes de acabar finalmente sepultado bajo las aguas de un pantano. A un extremo, un precioso pozo portugués, techado en algún momento de su pasado. Al otro, una capilla construida a modo de cripta subterránea.