
Por Alberto Matos
Algunas bodegas destacan las características únicas del entorno que las rodea, otras vinculan su narración con actividades complementarias y otras tantas se retrotraen a lo más profundo de sus raíces… Y, lo que es más importante, todas ellas logran dejar una impronta emocional en quien escucha sus historias.
Monje, dos placeres carnales
Digan lo que digan algunas corrientes del marketing del siglo XXI, el sexo forma parte de la naturaleza humana y es precisamente por eso que sigue funcionando como reclamo publicitario. Otra cosa es el enfoque con el que ahora se aborda, más sutil y elegante. Algo que saben en Bodegas Monje, donde no dudan en combinar este placer carnal con otro como el que proporciona el vino. En realidad, no se trata de nada nuevo, pues ya lo hacían, por ejemplo, los romanos que se lo podían permitir en sus famosas bacanales. Sin llegar a esos extremos, la propuesta de esta bodega, ubicada en la localidad tinerfeña de El Sauzal, invita a jugar con el erotismo y la sensualidad a través de un extenso programa de cenas con cata que, alejado de las a menudo tediosas catas, terruños, crianzas y polifenoles, permite descubrir sus vinos mientras se disfruta de sugerentes presentaciones escénicas y buena música de fondo. Como es de suponer, el boca a boca ha hecho que las reservas de estos eventos, que se celebran de forma regular, se agoten nada más ponerse a disposición de los clientes. Se trata sin duda de una ingeniosa fórmula que se graba a fuego en el recuerdo de quien la vive y que permite dar a conocer unos vinos elaborados a más de 600 metros de altitud con uvas de Listán Negro y Blanco, Vijariego Negro, Bastardo Negro, Negramoll, Tintilla y Marmajuelo. Todas ellas variedades prefiloxéricas y certificadas por la DO Tacoronte-Acentejo.