Por Alberto Matos
Algunas bodegas destacan las características únicas del entorno que las rodea, otras vinculan su narración con actividades complementarias y otras tantas se retrotraen a lo más profundo de sus raíces… Y, lo que es más importante, todas ellas logran dejar una impronta emocional en quien escucha sus historias.
Neo, Los sonidos del vino
Su irrupción en la Ribera del Duero, allá por el año 1999, supuso una auténtica revolución en la zona. La particular manera de entender el vino por parte de sus tres fundadores –evidente en etiquetas como Crazy Tempranillo o El Arte de Vivir- levantó no pocas suspicacias. El paso del tiempo y los premios recibidos acabaron por darles la razón, terminando con los prejuicios. Para poner en marcha su aventura no dudaron en restaurar un viejo molino de agua y elaborar allí su primer vino. Las cosas no les fueron mal y, en 2005, Neo se trasladaba a una moderna bodega de nueva construcción, donde los tres amigos podían dar rienda a sus impulsos, que no solo se centraban en revolucionar el vino con sus elaboraciones. En 2007, su pasión por la música les empujaba a la fusión de ambos mundos en un subversivo concepto que bautizaron como Rock&Wine, que contemplaba la creación de su propio estudio de grabación: Neo Music Box. La bodega se convertía así en la primera y única en el mundo con este tipo de instalaciones en su interior. Y no solo eso, también fue pionera en el desarrollo de su propia productora musical, El Planeta Sonoro, a través de la cual brinda oportunidades a bandas musicales de todos los estilos. Para celebrarlo, lanzó su vino Disco, un Tempranillo con crianza de 6 meses en barricas de roble americano y francés. La bodega también es impulsora Sonorama, un popular festival de música sin ánimo de lucro que, , salvo el año pasado a causa de la pandemia, reúne en cada edición a decenas de miles de personas en Aranda de Duero.