
Por Alberto Saldón, director de marketing en Bodegas LAN, Grupo SOGRAPE España
Casi sin enterarnos hemos agotado los primeros seis meses del año. Junio ya está aquí, y con su ecuador, llegan los días más largos, las altas temperaturas y la temporada de piscinas y playas.
Cualquier cosa sirve para refrescarse y aliviarse del tórrido verano español. Bueno, casi cualquier cosa, porque a ver quién es el valiente que se pide un buen vino tinto para celebrar el verano. A no ser que sea con gaseosa, bajo la popular fórmula del Tinto de Verano…
Bromas aparte, que imagino que ustedes, lectores de revistas de vinos, aficionados empedernidos, sí disfrutan de tintos en verano (al igual que hace un servidor).
Los vinos tintos sí pueden encontrar su espacio en estas fechas de calor estival, tintos ligeros, jóvenes y afrutados, servidos ligeramente frescos, pueden calmar su sed y refrescarle. Porque de eso va también nuestro querido mundo del vino, de quitar la sed y de refrescar al consumidor.
La Organización Interprofesional del Vino de España realizó un interesantísimo estudio de consumidores con el objeto de conocer el Mapa Motivacional de consumo de vinos, identificando los cambios más importantes fruto de las macro-fuerzas, y tendencias emergentes post-pandemia, y no se imaginan cuál era una de las mayores demandas y objetivos del consumidor: La Refrescancia. Esta palabra casi inventada alcanza su máxima expresión con las extremas condiciones de cambio climático que vivimos. Piénsenlo, ¿por qué piden esa “cañita” después de salir del trabajo? ¿Por qué les encanta el cereal fermentado y el extraordinario sabor del lúpulo o porque les sacia la sed y les refresca?
Esta elección, fácil, simple y de trago largo está afectando de manera notable al consumo de vino en España. Pero no, no es la única. La cerveza no es único enemigo del vino, también las nuevas tendencias globales de bienestar y salud hacen que cada vez el consumo de vino mundial sea menor. La caída del consumo ha sido constante en las últimas décadas y, sinceramente, no parece que vaya a remontar.
Lo que sí está sucediendo con las tendencias globales de consumo, evidencia un cambio de comportamiento del consumidor, que marca una tendencia general positiva de producción y consumo de vinos blancos y rosado. Este cambio estructural puede atribuirse principalmente a la evolución general de las preferencias de los consumidores, a las altas temperaturas o una nueva generación que pide más refrescancia y placer y menos la tradicional complejidad del vino tinto, tanto en el producto como en el storytelling.
Y ahí, en el storytelling, tenemos otro de los caballos de batalla. El rigor castrense de las gentes del vino, nuestra seriedad, esnobismo y magnánimo conocimiento, han acabado por aburrir a consumidores que lo que quieren es libertad, autenticidad, espontaneidad y que nadie les juzge por lo que hacen y cómo lo hacen. Y ahí, los del vino, tenemos mucho que aprender y mucho terreno que ceder.
Necesitamos hacer un ejercicio de “apertura de mente” y aceptar que cada uno de nuestros consumidores es libre, y debe tener la total libertad de hacer con nuestros vinos lo que quieran. Decidir desde la temperatura de servicio, el tipo de copa/vaso/botella donde lo bebe, combinado con hielo, gaseosa o lo que más le plazca al consumidor, porque para eso es soberano y todo ello sin que nadie le cuestione, reprima por no ser un académico del vino y tan solo querer quitarse la sed.