
El cine, y también las series de televisión, han conseguido que nos resulte familiar esa escena en la que, a modo de bautismo, una botella de champán se estrella intencionadamente hasta hacerse añicos contra el casco de un barco el día de su botadura.
Pero pocos somos conscientes de que esa tradición se remonta a las antiguas ceremonias religiosas que prácticamente todos los pueblos del Mediterráneo celebraban con el fin de bendecir, en su viaje inaugural, a unas embarcaciones a las que se les atribuía alma propia.
Por aquellos tiempos, los ungüentos sagrados solían ser vinos y licores. El champán -o, actualmente, cualquier otro espumoso- fue poco a poco ganando protagonismo en las costas francesas e inglesas del siglo XVIII y hoy es la bebida elegida por la espectacularidad de su burbuja al ser descorchada y por su lazo indisoluble con los momentos de celebración.
El acto simbólico de romper la botella daba inicio a un ritual de protección con el que se trataba de probar que nada podía destruir la nave y que, por tanto, la buena fortuna sería su guía durante su larga y próspera vida.