Por Alberto Matos, director editorial de Vivir el Vino
Quién nos iba a decir hace poco más de un año, cuando entregábamos nuestros 11 Magníficos 2020 y las primeras noticias sobre el coronavirus procedentes de la lejana China apenas se tomaban en serio, que las cosas iban a cambiar tan dramáticamente para todos solo unas semanas después. Tanto, que hoy el mundo es un lugar prácticamente irreconocible.
En esta transformación, nuestra manera de relacionarnos ha cambiado y ya no podemos reunirnos en grandes aglomeraciones para festejar nada, ni siquiera en nuestros propios hogares. Es por eso que este año hemos decidido, de momento, posponer la ceremonia de entrega de nuestros 11 Magníficos 2021, que habitualmente celebramos a finales de enero. La nueva fecha aún está en el aire. Todo dependerá de la evolución de la pandemia que, de momento, no pinta bien.
Esa es nuestra intención; otra cosa es que las circunstancias nos permitan organizar finalmente nuestra tradicional fiesta. Obviamente, el nuestro es un mal menor si lo comparamos con los estragos que han pasado, están pasando y seguirán pasando, al menos durante un tiempo aún por determinar, las bodegas a causa de las restricciones intermitentes impuestas a la hostelería y la restauración. Un sector que, con el del turismo, tardará en levantar cabeza. Eso sí, dejando lamentablemente muchos cadáveres por el camino.
No parecen ser suficientes el incremento del consumo de este producto en los hogares, ni las numerosas iniciativas solidarias que, puestas en marcha en muchos casos por las propias bodegas, tratan de mitigar los efectos devastadores de la COVID-19. Ni siquiera las escasas ayudas que todos estos colectivos están recibiendo por parte de la Administración pública están evitando la debacle. Cada día son más los establecimientos que se ven obligados a echar el cierre de manera definitiva y, como consecuencia, cada día son también más los profesionales que pasan a engrosar las listas del paro.
La estocada final para el sector del vino –y de manera indirecta también para los sectores anteriormente mencionados- parecía que iba a llegar, paradójicamente, por parte de la propia Comisión Europea con la presentación, el pasado 3 de febrero, del Plan Europeo contra el cáncer. Diversas organizaciones del vino españolas esperaban con ansia conocer su contenido, pues manejaban datos que apuntaban a que Bruselas no iba a dudar en demonizar cualquier consumo de vino por su todavía cuestionado potencial cancerígeno. Como sucede en el caso del tabaco, se hablaba incluso de la introducción de imágenes perturbadoras en el etiquetado de este producto para, en teoría, tratar de disuadir de su consumo.
Por fortuna, esto no llegó a suceder. Como era de esperar, el nuevo plan reprueba el consumo excesivo de vino, como ya lo hace el programa Wine in Moderation, pero defiende el consumo moderado y responsable de este producto “como promotor del estilo de vida europeo”. Así, el vicepresidente de la Comisión y Comisario de protección del estilo de vida europeo, Margaritis Schinás, tranquilizaba a todos asegurando que “la UE no va a prohibir el vino y no lo va a etiquetar como algo tóxico”. Es más, dicho cargo público concluía que el vino “es parte de lo que somos y desde la antigüedad ha sido parte de nuestra forma de vivir”. Sin duda, un rayo de luz en medio de la tormenta.