Por Jesús Rivasés, columnista, tertuliano y escritor
Londres todavía es la capital mundial del vino pero, tras el Brexit, Nueva York empieza a pisarle los talones. Todo es quizás menos ortodoxo, pero las tendencias se fijan ahora con más frecuencia en Manhattan. En 2019, antes de iniciarse la Guerra de Ucrania, Bruce Schneider, un empresario vitivinícola de Nueva York probó, casi por casualidad, varios vinos ucranianos y se llevó una sorpresa. “Muchos eran sabrosos y bebibles, y algunos divertidos y conmovedores”, cuenta Eric Asimov, el influyente y afamado crítico del The New York Times. Schneider, que tenía lejanos vínculos familiares -más históricos que otra cosa-, importó una pequeña cantidad de vino kosher Châteu Chizay a principios de 2021.
Lo vendió todo con rapidez, pero entonces comenzó la guerra y todo se complicó.
En 2023, una docena de bodegas ucranianas, con el apoyo de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, exhibieron sus productos en la gran feria comercial ProWein, que se celebra en Alemania. Schneider, según Asimov, asistió al evento, conoció al representante de los vinos ucranianos y fundó una empresa, Vyno Ukrainy, con el objetivo de importarlos y venderlos en Estados Unidos. Eso sí, puso una condición: “Los vinos deben ser buenos”.
El vino tiene tradición en Ucrania y existe constancia de su elaboración desde hace 10.000 años. La Unión Soviética, de hecho, presumía de los vinos de Crimea, anexionada a Rusia y desgajada de Ucrania.
Durante el periodo soviético, el problema de los vinos de Ucrania fue que todos los esfuerzos se concentraban en aumentar la producción.
Los vinos ucranianos tienen un largo camino por recorrer y, por supuesto, en España son muy difíciles de encontrar, aunque en la ruta hacia Estados Unidos suelen pasar por el puerto de Valencia. El crítico del New York Times recomienda un Artania White 2002, resultado de una mezcla de seis uvas de la región Beykush, del Mar Negro.
En el suroeste del país, en Zakarpattia, Chateau Chizay elabora un espumoso rosado algo picante con uvas baufränkisch. En tiempos soviéticos tenía una cierta fama el “champagne” de Crimea, pero los que lo han probado aseguran que el espumoso de Chateau Chizay es mucho mejor. También en la misma zona, la bodega Stakhovsky produce con uva gewürztraminer un vino naranja, que es toda una curiosidad. En Ucrania hay bastantes más vinos, aunque muchas zonas vinícolas se han visto afectadas por la los bombardeos de la guerra, como Beykush, cerca del frente.
A pesar de todo, los bodegueros han plantado hasta 17 variedades de uva diferentes, entre las que destaca la Teklti Kuruk, autóctona, que produce un blanco seco y con un final picante, que recordaría al Albariño. Son vinos para una guerra, cuya producción ayuda a quienes la padecen pero también son vinos de futuro, para después de una guerra.
También para el futuro, el mismo Asimov ha confeccionado una lista de 10 Beaujolais accesibles en Nueva York, a precios muy razonables. Los nuevos Beaujolais, que no es lo mismo que el “Beaujolais nouveau”, han dejado de ser vinos más bien vulgares para tener una calidad muy recomendable y, sobre todo, precio atractivo. Son ligeros y jóvenes, aunque Asimov insiste en que se pueden dejar envejecer.
Es posible, pero ante la mínima duda, la recomendación es beberlo. La mayoría -o similares- son accesibles en España, también a precios razonables. Todos de 2022. Se puede hacer el experimento de verlos envejecer, pero quizá no merezca la pena. Ucrania y siempre Francia, también para el futuro, también después de una guerra.