
El tequila es la bebida que se identifica con México, aunque se consume en otros muchos lugares, hasta el extremo que figura en el puesto octavo del ránking de bebidas alcohólicas más populares y vendidas del mundo. Por delante del tequila solo están, por este orden, la cerveza, el vino, el whisky, el vodka, el baijiu, el ron y la ginebra. El tequila se produce a partir del agave, una planta que crece en lugares secos, casi desérticos y solo cuatro estados mexicanos tienen denominaciones de origen, Guanajuato, Michoacán, Tamaulipas y Jalisco. Tequila es una palabra del idioma náhuatí, que significa “lugar de trabajo”. El tequila no solo es “muy popular”, también hay botellas, sobre todo de la variedad azul, que pueden llegar a costar varios miles de euros.
La popularidad y la identificación del tequila con México puede hacer que “los árboles impidan ver el bosque”, en este caso el vino. Quizá no es muy conocido fuera del país, pero la uva se cultiva y se produce vino en 15 de los 31 estados de México, sobre todo en el norte y en el centro, pero también –de forma más residual- en el sur. La zona vinícola por excelencia es el Valle de Guadalupe, en la península de la Baja California. Es lógico, ya que parte de esa península no es más que la prolongación de la California estadounidense en donde se producen, desde hace años, vinos de una calidad excelente, que compiten con los mejores y más afamados del mundo. No obstante, los vinos mexicanos de la Baja California afrontan el problema de la cada vez mayor escasez de agua y de las ingentes cantidades que consume la muy pujante industria turística de la zona. La cerveza y el tequila son las bebidas más populares en México, pero el vino empieza a arraigar con fuerza, también como moda, entre jóvenes con recursos económicos, como signo de sofisticación, un fenómeno que ya se dio en China. El gusto de los consumidores, hasta hace poco centrado en vinos recios y con alta graduación alcohólica, ha empezado a evolucionar hacia vinos más ligeros y frescos.
Jancis Robinson, tras participar en una cata de cinco horas en Ciudad de México, acaba de llamar la atención sobre los vinos del país que, en algunos casos, pueden alcanzar hasta 200 euros la botella, aunque esto sería más el reflejo de una moda y la atracción de las marcas que el vino en sí. La crítica detectó que en México hay que ser relativamente acomodado para beber el vino local, que tiene que soportar impuestos mucho más altos que otros importados, como los chilenos que son los que más se venden. La explicación de los altos impuestos es algo peregrina. Parece ser que las autoridades populistas mexicanas consideran el vino como algo extranjero, “una importación asociada a los conquistadores españoles, en lugar de ser parte de la herencia indígena del país”, como le contaron a Robinson los organizadores de la cata.
Los vinos mexicanos, que tienen mucho terreno por recorrer, también ofrecen sorpresas. Una cata a ciegas de sumilleres franceses -como ocurrió en su día con los de California- otorgó el título de mejor Cabernet del mundo en 2020 a un Cabernet Sauvignon Gran Reserva 2013 de la bodega Don Leo. Es la demostración de que en México se pueden hacer grandes vinos. La producción en el país está en manos de familias mexicanas, como la bodega La Cetto, la mayor de México con sede en el Valle de Guadalupe. La excepción al dominio mexicano del sector es Domecq, que incluso tiene una academia vinícola en Ciudad de México. Jancis Robinson enumera una serie de tintos, rosados y blancos mexicanos interesantes, algunos con precios, a pesar de todo, asequibles. Conseguirlos en España no es imposible, pero sí bastante difícil, lo que no justifica que no haya que conocer la existencia de esos vinos y, si aparece la oportunidad, probarlos. México no solo es tequila y cerveza y el vino, que es cultura, avanza cada día un poco más.