Si preguntamos a un aficionado al mundo del vino cuál es la uva que define el viñedo español, seguramente exclamaría ¡la Tempranillo! Tempranillo en Rioja, Cencibel en La Mancha, Ull de Llebre en Cataluña, Tinta del País en Ribera del Duero, Tinta de Toro en Toro, Tinta Roriz en Portugal... Mil nombres para enumerar a una sola uva, creadora de nuestros vinos más representativos a nivel internacional.
No es baladí que esté presente en nada menos que 38 denominaciones de origen, y en la mitad de ellas marcada como uva preferente, estando plantada en más de 2.000 hectáreas, lo que la convierte en la variedad tinta más cultivada en España.
Su denominación hace referencia a que madura con rapidez, es una cepa “tempranera”, que alcanza su momento óptimo de maduración antes que otras de sus hermanas. Es una cepa que necesita las justas horas de sol para conseguir su madurez pero al tiempo cierta frescura para mantener su acidez, condiciones que consigue más fácilmente en la zona norte de España y en lugares de altitud con diferencias térmicas entre el día y la noche considerables, especialmente en la Ribera del Duero, Toro y en Rioja (aunque en menor medida).
En la España más calurosa, la Tempranillo no despliega de manera tan eficaz sus capacidades, siendo habitual la mezcla en menor o mayor medida con otras uvas para compensar sus carencias (Garnacha, Cabernet Sauvignon, etc).
Así, bien cuidada en el viñedo, despliega todas sus bondades en vinos frescos, de buena capa de color, profundamente frutales en nariz (esas típicas cerezas y fresas silvestres) y sedosos en boca, con una buena capacidad de envejecimiento.
Por último, si te preguntas por su origen, según un estudio reciente procede de dos variedades de uva: la Benedicto y la Albillo Mayor, que en algún momento se cruzaron para que surgiera nuestra Tempranillo. Esta hibridación espontánea tuvo lugar en las proximidades del Valle del Ebro y ha ido evolucionando desde entonces hasta constituir la variedad que hoy podemos disfrutar.